Esta expresión imperativa la hemos escuchado múltiples de veces dirigida a los diferentes responsables de los gobiernos españoles desde los bancos de la oposición.
Tenemos que remontarnos al gobierno de UCD con Adolfo Suárez a su frente, cuyo ¡váyase Sr. Suárez! no procedía sólo de la oposición, sino de sus propias filas, de los “poderes fácticos” y de la “desconfianza” del anterior jefe del estado. Más tarde sería Felipe González quien la escucharía de la oposición popular y, con una inversión de papeles, sería Aznar el despedido… así hasta llegar al actual presidente del gobierno en funciones sobre el que se cierne diariamente el ¡váyase! desde los ángulos más insospechados: políticos, mediáticos, sociales, económicos, etc.
Recuerdo, en el primer caso, cómo se escondió el despido del primer presidente de la incipiente democracia española en una cortina de humo que nadie ha querido desvelar. He preguntado inútilmente a quienes debían saberlo sin darme cuenta de que creaba una cierta situación enojosa pues, se me dice, se juntaron unas cuantas cuestiones: desde las deslealtades internas de sus compañeros a una supuesta rebelión militar o a esa evasiva “pérdida de confianza” del jefe del estado. Por cierto, nada en cuanto a su poco favorable disposición a la integración de España en la Alianza Atlántica y su insumisión a los dictados externos. Algo que llevaría a cabo su sucesor Leopoldo Calvo Sotelo pese al rechazo del PSOE (OTAN de entrada NO) y que culminaría el propio Felipe González con el “OTAN, SI” en una de esas piruetas ideológicas que a nadie han extrañado en este partido.
En estos años, en el Congreso de los Diputados se ha vuelto a escuchar el ¡váyase Sr. Rajoy! desde la totalidad de las fuerzas políticas allí representadas, basándose en los muchos casos de corrupción que han salpicado al PP, pero sin entrar en los que están inmersos los demás, que vienen desde los primeros años de gobierno democrático. Algo que el mundo mediático conoce perfectamente y administra como le parece oportuno, pero que también, como en el caso de Suárez, han hecho brillar navajas en el seno de su propio partido. A todo ello se unen sectores económicos, empresariales, sindicatos, etc…
La pregunta es: ¿qué pueden tener en común los casos de Suárez y Rajoy? En ambos parece que se apunta de nuevo a la “desconfianza” del jefe del estado que parece muy evidente, pero ¿qué motivos tiene para desconfiar en él si ha estado refrendando con su firma sus actos de gobierno? Nuevamente la sombra del ciprés se alarga y las numerosas piezas del “puzzle” parecen encajar unas con otras. En su momento, se conoce y es pública la bronca entre el Sr. Rajoy y el Sr. Aznar sobre la intervención de España en la guerra de Irak. Tampoco ha pasado desapercibido el escaso entusiasmo del Sr. Rajoy por los conflictos bélicos prediseñados en Oriente Próximo, limitándose a “cumplir” con lo mínimo y no embarcando a España en situaciones de riesgo innecesario. En un artículo anterior comentaba el “tirón de orejas” del Sr. Obama a España (y ahora después a otros países europeos) por el escaso presupuesto destinado a los gastos de defensa y a la industria militar.
¿Es, en ese caso, el Sr. Sánchez el “designado” para sustituirle tal como ocurrió en su día con Suárez? ¿Es por ello que el jefe del estado le encarga la formación de gobierno aún a sabiendas de la imposibilidad de hacerlo? ¿Es por eso que la “coalición” diseñada para lo que algunos llaman “segunda transición política” debe pivotar alrededor del actual secretario general del PSOE? ¿Es por eso que el “temible” comité federal del partido ha pasado por el aro y visto con extraña benevolencia la actuación escénica de su secretario general? ¿Es por eso que todas las propuestas políticas se limitan a “echar a Rajoy”?
Son siempre muchas las preguntas que están en el aire, cuando se reconoce por fin la necesidad de una segunda vuelta electoral. Una nueva convocatoria en que las posiciones de unos y otros han quedado más claras que al principio de la campaña electoral donde el “todos contra Rajoy” comenzaba con el insulto personal directo del Sr. Sánchez al Sr. Rajoy, en lugar de argumentar, rebatir, debatir o proponer cuestiones de Estado.
La propia y fallida sesión de “investidura” del Sr. Sánchez se limitaba a invitar a los demás grupos parlamentarios al ¡váyase Sr. Rajoy!, supeditando el resto de sus posibles propuestas para ser investido al simple hecho de ser apoyado para ocupar la presidencia del gobierno. Muy seguro debía estar de los apoyos externos, cuando sabía perfectamente que los parlamentarios no alcanzaban a ello.
Por eso la primera interrogación sobre si el Sr. Sánchez sería el designado o el “ungido” para la próxima presidencia de gobierno de España, más allá de los límites del Parlamento y la soberanía española. Quizás sea por eso el “machaque” inmisericorde desde todos los ángulos de los “poderes fácticos”, sacando en el momento adecuado todos los casos de corrupción del PP, para atribuirlos personalmente a Rajoy. Quizás sea por eso el sorprendente paralelo de lo ocurrido en su momento con Suárez que, al final, no tuvo más remedio que arrojar la toalla y rendirse ante la magnitud de sus adversarios. Y es que, esa “soberanía del pueblo” e incluso de sus teóricos representantes parlamentarios, no sólo aquí sino en otros muchos lugares del mundo, ha quedado supeditada, cuando no sometida a las decisiones de otros.