Un Gobierno «progresista»

“Progresista” es a “progreso”, lo que “carterista” es a “cartera”.-

Un Gobierno "progresista"
Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

En todo caso se trata de ganar tiempo y mantenerse en Moncloa aunque sea a costa de la mentira y la mixtificación de mensajes. Mentir hasta crear un dogma  en el que creer ciegamente.

Manuel Fraga Iribarne dijo aquello de que “la política hace extraños compañeros de cama” y, en apariencia,  estamos en un claro ejemplo de ello. Pero sólo en apariencia. El teatro montado a costa de la investidura del candidato del PSOE para presidir el gobierno, es un trampantojo más con que entretener (y sobre todo distraer) a la concurrencia. “Todo el pescado está vendido” de antemano y sólo cabe que cada personaje de la comedia interprete su papel.

Pedro y Pablo se han conjurado para conseguir cada uno su propio proyecto personal con independencia de lo que piensen sus votantes. Es más, se va a realizar un “paripé” de consultas entre los “inscritos e inscritas”, “militantes y militantas”de los respectivos partidos para que, aprovechando las ventajas de las tecnologías, puedan pronunciarse a favor o en contra de un gobierno “progresista”. La reiteración en adjetivar los términos siempre es una señal de lo poco que se cree en ellos (de ahí la frase del encabezamiento que he tomado prestada del ingenio español).

Los inefables Pedro y Pablo son las “primas donnas” del espectáculo. Se odian y desprecian en la intimidad, pero públicamente escenifican unos abrazos donde instintivamente se adivina el puñal en la espalda del otro. Uno interpreta el papel del mendigo que parece arrastrarse para recibir la limosna de los cargos públicos. Otro se arroga el personaje sobrado de cargos (si no hay se inventan) a costa de los presupuestos públicos y, como es lógico, de los impuestos a los de siempre. Uno y otro han conocido esa droga del poder, del protagonismo público, de los privilegios sociales y personales y no lo van a soltar (hay en internet un excelente vídeo de “los Morancos” muy ilustrativo).

A su alrededor, como un sistema planetario secundario, orbitan esos intereses locales o regionales que plantean continuamente: “¿qué hay de lo mío?” porque, “más vale pájaro en mano que ciento volando”. En ese sistema se mueven ideologías dispares como la denostada burguesía capitalista junto a “anticapitalistas” declarados; gente de orden y de iglesia junto a vulgares delincuentes o terroristas. Se encuentran, se saludan, se cortejan e incluso son capaces de escenificar algún tipo de enfrentamiento ficticio (ya se sabe que es teatro) con armas de cartón. Luego al término de la función se irán a cenar juntos y ésta continuará al día siguiente.

Al lado de los protagonistas principales suele haber comparsas que ayudan a su señor. Repiten sus palabras, sus ademanes y sus gestos (incluso su indumentaria). Son los “comodines” que tanto sirven para un roto que para un descosido. Lo suyo es la fidelidad ferviente y la defensa a ultranza de quienes les pagan o sitúan en puestos de visibilidad social. Están por todas partes, en actos políticos pero también en los medios de comunicación. Sus rostros y personalidades que normalmente pasarían desapercibidos (muchos de ellos no tienen la mínima preparación intelectual o política) se multiplican en entrevistas donde solo tienen que repetir los mismos “mantras” oficiales. Al fin y al cabo el pago de su soldada procederá de los contribuyentes via presupuestos públicos. Son las “voces del amo” allí donde haga falta porque lo veneran, creen en él y lo acompañarán al destierro (como al Cid Campeador) si eso se produce. Todo un ejemplo de fidelidad pagada con impuestos.

Pero, toda obra dramática debe tener el contrapunto argumental correspondiente, interpretado por los personajes secundarios (la oposición) que quedan al margen de la trama principal y sólo sirven para justificar el previsto desenlace. En este caso nos encontramos con dos partidos que todavía se preguntan por su verdadera identidad, pues han vivido de asociarse a otras que les han prestado. Se trata del Partido Popular y de Ciudadanos. Los constantes bandazos ideológicos (o ni eso siquiera) han ido desdibujando sus rasgos hasta convertirlos en personajes turbios y opacos que tienen su propia salmodia textual en el espectáculo: son “constitucionalistas” pero, ni uno ni otro tampoco parecen haberse leído bien comprendido el texto constitucional. Son muy parecidos a sus oponentes en nuevas “ideologías” e incapaces de ejercicios de reflexión política más allá de los resultados electorales. A “progres” no les van a ganar y, al final, son una caja de resonancia de los otros mucho más hábiles en el manejo de la propaganda. El caso de “Ciudadanos” sobre todo es paradigmático manejado desde el exterior y que, en la asamblea de Madrid, es capaz de unirse a los que llama “enemigos de España” en una resolución sobre el Valle de los Caídos, o la ex presidenta del Congreso (PP) diciendo eso de que “las autonomías es lo mejor que le ha pasado a España” o el actual alcalde Madrid con su política municipal.

Por todo ello, cuando se habla de “gobiernos progresistas” cualquiera puede tener cabida. Ya que lo de menos es el número de carteras, puede hacerse un reparto equitativo entre todos ellos y así todos contentos. Es la gran coalición pedida a principios de la Transición por un Santiago Carrillo -ávido también de poltrona ministerial- que vendría a dar esa supuesta “estabilidad” y “gobernabilidad” (cuidado con los términos) tan reclamada corporativa y  mediáticamente, pero tan poco importante para el común de los ciudadanos.

En toda la farsa parece quedar fuera “Vox”, recién llegado, a quienes unos y otros someten a difamación, injurias y anatemas, desde las sombras de sus propios intereses electorales y personales. Envidian sus posicionamientos claros y concisos que al parecer todo el mundo entiende. Se han convertido en los verdaderos “constitucionalistas” capaces de denunciar delitos anticonstitucionales y señalar las imposturas de los comediantes con las modificaciones “de facto” de la C.E. Pero, además, han ido conquistando a pesar de los vientos en contra, las conciencias de los ciudadanos. Tanto de los más sencillos, como de los más preparados intelectualmente. Y eso no se perdona. La verdad es muy molesta y es preferible fabricar mentiras (cuentos y relatos) que distraigan a los espectadores.

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