Eso deben estar pensando las cabezas de ese Gobierno llamado “de coalición” entre rivales políticos, con la sonrisa en los labios y la navaja afilada bajo la enorme mesa del Consejo de Ministros. Los rostros y gestos que llegan en las imágenes de las televisiones lo dicen todo y, lo que trasciende de los muchos encontronazos entre los miembros de uno y otro partido, demuestran que estamos ante un Gobierno fallido en su composición, en su preparación y en sus actos. Una situación que no es la mejor para enfrentarse a una tormenta de la gravedad, la intensidad y consecuencias del COVID 19.
“El barco se va a pique con todos nosotros dentro”, así comienza el trabajo del sociólogo alicantino Juan Manuel Agulles, con el título “La vida administrada. Sobre el naufragio social” , al que me he referido ya en otros momentos por la brillantez y lucidez del mismo: “Cuando en Moby Dick el capitán Acab declara las verdaderas intenciones de la expedición del Pequod, afirma que ha dispuesto todos los medios racionales a su alcance, para la consecución de un fin irracional”.
La formación, composición y actos del actual Gobierno, capitaneado por un capitán Acab que desconoce el rumbo, que actúa como un iluminado que sueña con la gran ballena blanca del poder y, sobre todo, que carece de experiencia para enfrentar tormentas perfectas como la que sufrimos, nos hace pensar que “cada uno de los componentes de su tripulación, ha asumido en el momento de embarcar aquellos fines demenciales, sin sospechar que, la gran maquinaria de la que ha pasado a formar parte, tiene como fin último su propia destrucción” (Agulles).
Se suele decir de cualquier trabajo actual que es de “corta” y “pega”, esas dos herramientas de texto con que el capitán Acab ha preparado sus cartas de navegación. No para simplemente obtener un doctorado que, al fin y al cabo, no tendrá más consecuencias, sino para dirigir por encargo de la nación una nave en la que se ha aislado o tirado por la borda a la marinería veterana, para sustituirla por engreídos grumetes aterrados ante el primer bandazo del mar. La “nave de los necios” (Agulles) empezó su singladura hace apenas unos meses y ya presenta serias muestras de desgaste, con cuadernas incompatibles y grietas notables en su estructura inicial.
El capitán del barco ha contratado como ayudante personal a otro bisoño “gurú” para que le ayude a conseguir su extravagante locura, dotándolo de poderes extraordinarios sobre el resto de los tripulantes. De hecho se ha usado el “divide et impera” (divide y vencerás) tan usado en política y en ingeniería social, con la pretensión de ser el “primus inter pares” (primero entre iguales) de las primeras repúblicas romanas. Es un gobierno de fragmentos desiguales sin un cementante que lo ahorme para ser lo que debe: un órgano común de decisiones racionales o por lo menos coherentes para llevar el timón del país y dar seguridad y confianza a sus ciudadanos. Una “izquierda extravagante” en palabras del filósofo Gustavo Bueno (“El mito de la izquierda”) que, habiendo perdido sus esencias filosóficas y programáticas, ha optado por el poder como único objetivo. Un poder totalitario basado en la propaganda y en la imagen que, a la manera de los demás jerarcas Stalin, Mao o Goebbles, pretenden “modelar” mentes y conciencias con sus distopías infantilizadas del “juego de tronos”. Incluso se han llegado a identificar con alguno de sus personajes.
Pero gobernar no es jugar. “Los experimentos con gaseosa” decía Manuel Fraga. Las “prácticas de formación” no pueden hacerse durante el cargo y la responsabilidad de sacar adelante una nación. Sobre todo cuando los vientos arrecian, el buque empieza a desarbolarse, los tripulantes corren cada uno por su cuenta aterrados por la primera tormenta como pollos descabezados, mientras intentan ocultar su miedo a un pasaje sin escapatoria posible al que le han dicho ¡sálvese quien pueda!.
Desde hace tiempo venimos proponiendo que la selección de las personas a quienes encargar las responsabilidades públicas, debería pasar por un tamiz de apretada trama, donde fueran analizados no sólo la formación o titulación (ya bastantes flojas) necesarias para hacerse cargo de tal responsabilidad, sino además, ahora que están tan de moda, los obligados estudios psicosociales que se exigen habitualmente para cualquier cosa, que descubran la personalidad, comportamientos, madurez, sentido común y honestidad de sus conductas. No vale el “corta” y “pega” que el sistema actual permite y ahora ya estamos viendo sus efectos perversos.