Trump empezó su Presidencia como un dinosaurio en una cacharrería. Tyrannosaurus Rex. Obsequió bravuconadas y fue inimaginablemente descortés con mandatarios de otros países. Firmó enseguida unos Decretos absurdos. Uno, rubricado con desprecio, para la construcción de un supermuro para aislarse de México, con la increíble pretensión de que se lo paguen los mexicanos. Para impedir el paso de inmigrantes ilegales. Probablemente algo inútil.
Otro Decreto tempranero fue para prohibir la entrada en los EEUU de nacionales de siete países musulmanes. Extremar la vigilancia, algo que se puede entender, no debiera ser meter a todos en un mismo saco terrorista, saco eventualmente ampliable a Europa donde tenemos terroristas yihadistas propios.
Payasadas dignas de quien, por aislacionismo nacionalista, renuncia al mundo sin ser monje. Pronto se pincharon algunos globos, poniéndose de relieve la falta de sentido de unas políticas dirigidas ideológicamente por su mentor intelectual y consejero más importante, Steve Bannon, al que muchos comentaristas consideran de extrema derecha.
Esta prohibición de admitir en los EEUU a ciudadanos de ciertos países musulmanes fue recurrida con éxito ante el sistema judicial estadounidense que lo ha paralizado. Primer sapo engullido. El Tribunal Supremo acabará zanjando esta cuestión, sin perjuicio que Trump firme otro Decreto más hábil, pero, en tal caso le han pasado el mensaje de «así no».
En este pleito está en consideración la capacidad del Presidente de tomar decisiones para proteger a los EEUU que puedan contravenir eventualmente la legalidad. Un tema complejo pues debiera demostrarse en cualquier caso que con esta decisión se incrementa verdaderamente la seguridad de los EEUU. Terreno muy delicado, asimismo, porque, interpretado insolidariamente, pueden cuestionarse sus alianzas internacionales.
Gran interés tiene la reacción en los ámbitos político-sociales y económicos ante esta prohibición trumpiana. No extrañan las movilizaciones subrayando el atentado de esta norma a las virtudes de la igualdad, fraternidad y caridad.
Mayor interés tiene, si cabe, que se opongan también a este Decreto de prohibición numerosas compañías norteamericanas, muchas ligadas con nuevas tecnologías. Argumentan que les impedirá reclutar personal cualificado de esos países, y consolidarse en los mismos, dificultándolo también en otros países que no son objeto ahora de esta prohibición por la imagen de intolerancia que se desprende de la misma. Nuevas compañías con ejecutivos jóvenes y una visión moderna de la economía, algo de lo que carece el magnate inmobiliario.
Son, estos, otros sapos tragados por Trump, y hay algunos más, como el de su marcha atrás para aceptar la política de una sola China que el ignorante Presidente quiso desvirtuar con su contacto directo con la Presidenta de Taiwán. Y el que su Embajadora en NNUU reafirmara las sanciones a Rusia por la anexión ilegal de Crimea. Asimismo, que Trump haya tenido que admitir ahora, públicamente, que apoya la OTAN. Finaliza así otra bufonada, la de calificar la Alianza Atlántica como algo obsoleto, reconduciéndose el asunto a un terreno más tradicional como es el de pedir que los europeos gasten más en su defensa y se organicen mejor.
Igual acaba en esto Trump tan frustrado como sus predecesores ya que ésta no es en realidad una de las grandes prioridades europeas a pesar de la fraseología de nuestros líderes nacionales y comunitarios. Los europeos, incluso los que no pertenecen a la Alianza, como, pe, Finlandia y Suecia, pían por la protección militar americana lo que no impide que la UE podría desarrollar, como dice pretender, su propia defensa que, como tal, también sería integrable en la Alianza como expresión de una sola entidad política y no de veintitantos países. Pero para poder hace falta, como en el amor, querer de verdad.
Este es, asimismo, un sapo duro de engullir para aquellos europeos antiamericanos que, bajo un imperceptible barniz europeísta, sueñan con una retirada americana de Europa y la disolución de la Alianza Atlántica como premisas para crear una Defensa Europea, cosa que tampoco ocurriría con una Europa débil y abandonada por Washington como muy bien sabe Vladimir Putin, siempre al acecho por ser un ferviente partidario de que América sea para los americanos y Europa para Rusia.
El socialista belga Paul Magnette, aquel que entorpeció y retrasó la aprobación del acuerdo comercial entre la UE y Canadá, Presidente de la región de Valonia en Bélgica, otro país federal, sueña con una Europa más restringida y cohesionada mediante la salida de otros países de la UE además del Reino Unido, tales como los de Europa Central, incluida Polonia, o incluso Dinamarca y Suecia, por, dice, faltarles “espíritu europeo”; ser ingobernables; o porque “están gobernados por locos”. Les culpa de desintegrar la UE. Añora, en el fondo, la Europa originaria de los seis y reniega de todas sus ampliaciones que, estima, la han debilitado. En materia de Defensa, Magnette señala que hay otras prioridades.
Volviendo a Washington, Trump deberá esperar un año o dos para cargarse el “Obamacare”, como pretende. Parece, más bien, que tendrá que sustituirlo por otra cosa. Quizás solo un cambio “cosmético”. Posiblemente un sapo o sapito más para el saturado aparato digestivo trumpiano, ya anfibio. Y, puestos a sapos por venir, veremos si verdaderamente traslada la Embajada americana de Tel Aviv a Jerusalén y cómo su yerno, Jared Kushner, resuelve su encargo de lograr la paz en el Oriente Medio.
En cambio, en lo que Trump puede ser más afortunado es con la decisión de rebajar o eliminar aquellas barreras regulatorias en el mundo financiero instauradas tras la última Gran Crisis para proteger a los inversores modestos y sin suficiente información, reflejadas en la Ley Dodd-Frank. Como dice metafóricamente el economista y columnista Paul Krugman, se trata de eliminar aquellas regulaciones que impiden presentar como sanas, recetas que en realidad tienen exceso de grasas y más de 1.400 calorías. Así podrán engordar especuladores desalmados y adelgazar, con ensaladilla de sapos, ahorradores modestos.
En el capítulo de lo fascinante apunten lo siguiente. START III, el Tratado bilateral que limita los arsenales nucleares de EEUU y Rusia expira en 2021. Putin, el admirado de Trump, le habría sugerido una extensión del mismo pero el americano lo habría rechazado porque todo lo de Obama es malo por definición, aunque puede haber otros dos motivos. El primero, porque quiere lanzar otra carrera nuclear. El segundo, porque cree que se puede librar y ganar una guerra nuclear. Todo absurdo, peligroso y una locura. Lo nuclear solo tiene un valor disuasorio.
Mientras, Trump, al que Rajoy se ha ofrecido como intermediario con Latinoamérica, Europa y los países árabes (¡ardua labor!), sigue llamando mentirosos a los medios de comunicación cuando no se prostran ante él, en especial la cadena informativa CNN. Ahí duele el zapato… Por algo será.
¡Ah!, y a Margallo, Rajoy no solo le retiró su confianza (dicen que por crimen de Lesa Marianidad) y le sacó de su Gobierno y de su Ejecutiva: tuvo que sentarse en el peldaño de una escalera para oír el discurso triunfal de su antiguo amigo en el congreso del PP porque ni siquiera le reservaron un sitio. “Sic transit gloria mundi”. Además, fue un mal ministro de Exteriores.