Los medios de comunicación levantan alarmas entre el respetable con el fantasma de los robots que van a robar a los humanos los puestos de trabajo y provocar un tsunami de paro.
Más frecuentemente pregonan los tres millones de parados en España, la crisis de la industria naval de Sestao, el cierre de factorías de aluminio en Galicia y Asturias, o de la desaparición de cinco mil puestos de trabajo en la banca española por obra del cierre de pequeñas sucursales y otros rumbos en sus inversiones.
¿Qué hay de lo uno y de lo otro? ¿Acaso el gran capital maniobra para disponer de una reserva de personas en el paro, acaso los gobernantes carecen de la competencia para generar puestos de trabajo, atraer industrias mediante incentivos fiscales y otros recursos?
El debate echa humo en las publicaciones económicas y empresariales en especial en lo relativo al crecimiento de la robótica.
Desde la OCDE se preconiza en España van a desaparecer el 20% de empleos, uno de cada cinco. Y que España figura en tercer lugar en ese riesgo entre los 30 países desarrollados del planeta.
Los empleos más expuestos son los relacionados con manufacturas y agricultura, servicios, y todos los situados en la escala más baja de la cualificación y los salarios. De los servicios, corren menos riesgo los de cuidado de las personas, en los cuales la mano humana es insustituible.
En sentido contrario, organizaciones empresariales nacionales y empresas de colocación señalan que la robótica no va a destruir empleo, sino a sustituir los que hay por otros de mayor nivel y preparación técnica de los empleados. La revista “Expansión” ha consagrado una frase feliz y prometedora: «El robot te puede quitar el empleo que tienes, pero no te dejará sin trabajo». Porque generará nuevos puestos de trabajo de más tecnología, trabajos de mayor calidad.
A los medios de difusión les incumbe la tare pedagógica de valorar lso prejuicios existentes contra el crecimiento de la robótica, Y a las direcciones de las empresas, estimular a sus equipos de recursos humanos a organizar y desarrollar la aplicación y progreso de la robótica protegiendo por encima de todo la empleabilidad y la preparación de sus empleados para los nuevos trabajos que se crearán.
Ello supone que la formación permanente e ininterrumpida debe ser considerad en el futuro, no solo como un derecho, sino como una obligación de incorporar al mecanismo de las empresas.
Asimismo, surgirá una nueva veta de empleos hasta hoy desconocida. Porque habrá que dirigir y acompañar a los robots en el desarrollo de sus tareas durante las veinticuatro horas de cada día.
Y por descontado, la legislación deberá dotarse de unos medios y normas que regulen la presencia y encaje de los robots en la vida de las empresas.
¿Contamos con medios y personas para poner en marcha esa segunda revolución industrial a la que nos toca enfrentarnos? ¿Acaso los empleadores y los empleados, a más de los responsables de la legislación laboral, están preparados para pilotar esa transición?