Rigor y Pedagogía

Abel Cádiz
Por
— P U B L I C I D A D —

Es lo que hace falta por más que la ciudadanía de base, esa que estadísticamente alcanza un 75% totalmente desinteresada de la política y que sería incapaz de citar el nombre de tres ministros, no mueva a la buena disposición de la clase dirigente para que cuente las cosas tal como son, para que llame al pan, pan, y al vino, vino. Por más que el nuevo presidente Mariano Rajoy diga que su lema va a ser decir siempre la verdad. Ya veremos. Y es que lo recurrente para la nomenclatura del sistema político o económico, es utilizar un lenguaje críptico, oscuro. Frases tales como “para salir de esta crisis sistémica hacen falta cambios estructurales de amplia espectro” ó mejor aun “estamos asistiendo a un proceso patológico complejo que afecta simultáneamente a los factores presentes en un escenario globalizado” pueden leerse cada día en la prensa. Y eso por no hablar del uso indebido de las palabras, incluso por emisores reconocidos, sean portavoces políticos o de la sociedad civil a los que no deberíamos pasar por alto su ligereza. Por ejemplo la palabra crisis —según la Academia— no es la más correcta para referirse a cuanto suceda en un quinquenio (del 2008 al 2012 inclusive) sino que es más apropiada para referirse a acontecimientos precisos que alteran sustancialmente una situación y la cambian de manera determinante.

Otro ejemplo: diariamente se nos informa de la evolución de la Bolsa, una actividad limitada y concreta de la economía que, con referencia al IBEX nos da únicamente una idea de lo que pasa en 35 grandes empresas que no alcanzan a emplear más allá del 5% de la población en edad laboral. Y sin embargo, los titulares cotidianos hacen referencia a lo que hacen “los mercados”, como si refrendasen o castigasen cada día la gestión de un Gobierno. Cabria preguntarse ¿Por qué les llaman mercados cuando deberían llamarles especuladores? Cualquier experto jugador de bolsa sabe bien lo que un buen especialista enseña al respecto, esto es, que el precio se desentiende del PER, o de la rentabilidad del dividendo. También ignora el ROE y el valor de la empresa. El precio va por libre y se dice a sí mismo: nada existe salvo aquellos a los que obedezco. Y lo que dicen sus mandatarios se orienta a los movimientos de un día, de una semana, para obtener pequeñísimos márgenes en una compra que, multiplicada por millones de euros puestos en juego, van a darle una ganancia que suma el equivalente a varios miles de sueldos. Eso es todo.

El inversor, sin embargo, no va a ese juego. Si tiene cierto sentido del riesgo, no exagerado por otra parte, invierte en un valor por ejemplo uno no llamativo, Zardoya, que se caracteriza por tener fieles accionistas que difícilmente venden, salvo necesidad, y tienen ahí sus ahorros a la espera del dividendo anual que les rente al menos dos puntos más que la inflación. Veamos ahora a uno de los grandes, Telefónica, que lleva acumulada una considerable perdida del valor este último año, pese a haber distribuido como rentabilidad por dividendo un 10% sobre el precio pagado quien haya adquirido acciones en 2010. Y sin embargo, en las sesiones de un semestre, se puede llegar a mover el equivalente a todo el capital de Telefónica. Entonces, en que quedamos ¿Son o no son especuladores aquellos a los que llamamos mercados, cuando compran y venden un valor en el día haciendo bajar y subir la bolsa, al margen de la voluntad de quienes han invertido ahorros por tiempo indefinido?

Por tanto, rigor, pero también Pedagogía para explicarnos de que acontecimientos viene lo que está sucediendo; cómo se están manifestando sus efectos y cómo prevemos que evolucionará la situación en el futuro. Una respuesta o explicación ha sido la ya archimanoseada de las hipotecas basura en USA y su conversión en productos financieros para ofertarlos en los países capitalistas con las consecuencias ya conocidas. Más cerca, aquí en nuestro país, esta explicación se complementa con la burbuja inmobiliaria algo así: como el dinero era mucho y barato, vayamos a comprar una vivienda contando no con lo que tenemos ahorrado, sino con lo que vamos a ganar en los próximos 30 años. Y si ya la tenemos pagada o medio pagada la habitual, vamos a comprar una segunda cerca de la playa porque el banco está dispuesto a darnos el dinero necesario, también a cuenta de lo que uno va a ganar en lo que le queda de vida.

Entretanto desde la acción política se ocupan de hacer propuestas poniendo el acento en el contenido ideológico. Para la izquierda el llamado neo-liberalismo (un palabro sobre el que quienes lo usan no sabrían darnos una teórica convincente) es el gran culpable y aplicando medidas radicales (verbigracia IU) o socialdemócratas (PSOE) volveríamos a disfrutar de empleo, prestaciones y pensiones dignas al terminar la vida laboral. En suma, lo que se ha dado en llamar estado de bienestar. Pero, hasta ahora nadie nos da una versión cruda de lo que realmente ha sucedido, de lo que ha cambiado nuestra vida, arduamente lograda tras casi medio siglo en una Europa en paz, después de dos grandes guerras que la asolaron. Y es que ese casi medio siglo quedó interrumpido a partir del momento en que una juventud enfervorizada se subió al Muro de Berlín, comenzó a demolerlo y produjo como efecto dominó que todo un sistema, como era el socialismo real, mostrara su realidad pura y dura.

A partir de hay empezamos a sufrir los efectos de una economía que se ha ido haciendo cada vez más canalla. La URSS se deshizo, pero los países que la integraba enviaron al resto de Europa desde cientos de miles de esclavas sexuales, que enriquecieron a toda una nueva y poderosa mafia. A continuación, la misma nomenclatura dirigente que hasta días antes detentaba el poder, por una parte ha formado la nueva clase de ricos con la total apropiación de la riqueza de los Estados descabezados y, por otra, ocupa los cargos del poder político.

El efecto de esta autentica CRISIS (la palabra si es apropiada a lo que acaeció en 1989 con la caída del Muro) fue cambiar radicalmente el escenario de vida. Constituyó el primer acto de la globalización industrial y económica. Dejo instalada una carga explosiva de efectos retardados, constantes y definitivos. El modelo que definirá el siglo XXI no tiene nada que ver con los que ha sido este medio siglo XX que quedó atrás en la memoria de la mayoría viva. Ya hemos verificado uno de sus efectos más dramáticos socialmente; los cinco millones de parados españoles y los muchos millones que se suman en Francia, Italia, Gran Bretaña e, incluso Alemania. Pero no es ni será el único efecto. Trataremos de coadyuvar al diagnostico en un siguiente trabajo.

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