Reapertura de Notre Dame

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

La terminación de los trabajos de restauración de la catedral parisina tras el incendio ocurrido en gran parte de su estructura ha sido un acontecimiento que reunió hace unos días a gran parte de la sociedad política occidental (sólo faltaban quienes no han sido conscientes de su transcendencia), de la sociedad civil y de todos aquellos que hoy sigue siendo un referente mundial en todos los órdenes (los que quedaron fuera no pintan nada).

La espléndida catedral rodeada en la isla de la Cité por el río Sena, es quizás la más conocida popularmente por los millones de visitantes que ha tenido a lo largo de su historia. Una historia que se inicia en el año 1.163 en que se inicia su construcción, pasó por diversas modificaciones y restauraciones a cargo de diferentes arquitectos, sufrió su conversión en almacén durante la Revolución Francesa hasta llegar al año 1845 en que el arquitecto Viollet-le-Duc procedió a una actualización en el estilo neogótico imperante, recuperando la aguja central (dañada en 1786) con una altura de 96 metros, que se vino abajo en el incendio reciente de 2019 en que se habían reanudado los trabajos de restauración.

Los motivos del incendio aún son objeto de investigación y, probablemente, nunca se conozcan, pues podría haberse dado una concatenación de ellos. Desde los más simples en su origen (como una simple colilla o el clásico cortocircuito eléctrico) hasta la existencia de materiales y productos inflamables que potenciaran sus efectos destructores. Una reciente exposición en el Centro Cibeles trata de explicar muy parcialmente todo el suceso.

Y llegó el día de la reapertura en un día característico parisino presidido por el mal tiempo. En la plaza frente a la fachada principal, se había colocado una gran carpa de recepción de invitados a la ceremonia de reapertura. Jefes de estado, presidentes de gobierno, reyes y casas reales, eran recibidos por el presidente Macrón y su esposa, con el ceremonial muy propio de la “grandeur” francesa. La impresionante fachada principal que se salvó de las llamas rivalizaba en su iluminación con el encaje de luces de la Torre Eiffel. En el interior iban instalándose no sólo los invitados, sino una notable representación de quienes, de una u otra forma, habían tomado parte en los trabajos.

La presencia de nuevo presidente de EE.UU. (sin su esposa), fue sin duda el objetivo principal de los asistentes (sobre todo de los políticos y personajes públicos) en una situación que cambiará probablemente el mundo de las relaciones exteriores, no sólo en Occidente, sino en el resto de lugares hoy en conflictos desencadenados por la anterior administración del Sr. Biden, cuya esposa acudió al acto. En cuanto a España, no sólo se echó en falta una representación del Estado en la figura del jefe del mismo, sino la inasistencia de cualquier otra personalidad representativa. Una lástima y otra oportunidad perdida en un momento histórico de trascendencia.

Porque la reapertura no fue solo una ceremonia religiosa, sino que suponía un cambio importante (como decíamos) en las crisis existentes en cuanto a las hegemonías mundiales que, desde hace años, están llevándose por delante cualquier intento de convivencia pacífica entre bandos creados artificialmente, que dejan el planeta lleno de guerras, atentados, desplazamiento de pueblos, miseria, pobreza y muerte. Todo sea en aras del sometimiento a los poderes reales y a los intereses de personajes que han creado un nuevo relato, unos nuevos dogmas para imponer allí donde sea posible. Lo importante es el dinero aunque éste sea de papel y cuya cobertura sólo se debe a un consenso financiero de atribución de valor marcado en Breton Woods o en cualquier otro foro internacional. Lo importante son los bienes, la riqueza de cada estado. Lo demás juegos de prestidigitación con cifras de varios ceros.

La reapertura de Notre Dame de París ha tenido un simbolismo ejemplar para reunir a unos y otros bajo un mismo techo. Para entender que los problemas que acechan a la Humanidad no pueden ser solventados a favor de intereses personales, sino que deben estar presididos por el bien común. Y ese bien común son las vidas de cualquiera de los habitantes, sus creencias, su modo de aceptar ese Derecho Natural nacido del instinto de igualdad que siempre alguien se encarga de romper.

De ahí la expectación ante la figura del presidente de EE.UU. y de la orientación de su administración. Europa sigue siendo un gran continente, administrado y gerenciado por simples peones del dinero, con capacidad de destruir, pero sin capacidad de construir, sino de obedecer órdenes e instrucciones. La deriva que ha llevado el antiguo Mercado Común reconvertido en UE y actual iglesia de las religiones más variopintas que se imponen como modas de falso “progresismo”, es la muestra de nuestra debilidad política. Una debilidad que llevó a Europa a ser espacio para librar contiendas que preparan otros.

El que ya fuera presidente de EE.UU. en su anterior mandato ya se rebeló contra esos intereses personales que tuercen el brazo de los llamados “políticos” (cipayos serviles en muchos casos). Durante el mismo no hubo guerras ni conflictos, sólo diplomacia. El mundo vivió unos años de respiro para que, cada país, fuera dueño de su destino (el primero EE.UU., que falta le hace). Cuando fue sustituido por el Sr. Biden, éste llamaba “asesino” al presidente de la República Popular de China y en los días siguientes a su toma de posesión, bombardeaba la frontera entre Siria e Irak, con la excusa de que dos americanos habían sido agredidos. Y no ha parado hasta ahora. Prohibió a Europa adquirir recursos a Rusia (gas y petróleo) para hacerlo en exclusiva y revenderlo a los sufridos europeos a precio más alto. Las interferencias e intervenciones en las soberanías nacionales son de antología (sobre todo por sus muchos errores y fracasos excepto en el armamentístico). De ahí el llevar a Europa a sumarse a guerras y conflictos creados artificialmente.

Una Europa que ya va siendo hora de que proceda a emanciparse, a ser mayor y salir del infantilismo suicida. Aprender a ser libres significa ser responsables, no confiar en el hermano mayor para que nos sustituya en nuestra inmadurez.

Una Europa vuelta hacia sus valores y principios que se encarnan en ese gran edificio catedralicio bajo la advocación de la Virgen de París. Una Europa que no admita órdenes, imposiciones y doctrinas de los demás, para ser ella misma con sus soberanías respectivas. La sombra de Notre Dame de París está ahí de nuevo para protegerla.

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