¿Qué periodistas?

Antonio Imízcoz
Por
— P U B L I C I D A D —

Cuando salté, hace veintiséis años, la barrera del periodismo a la comunicación, de buscar la información a generarla, me di cuenta de cómo somos los periodistas; comprendí que, si nos importaba la información, los buenos, los mejores —los ilustres, se dice ahora, por lo que se ve— la perseguían más allá de la que dábamos los generadores de mensajes. El resto, los del montón, que eran también la mayoría, se limitaban a publicar la nota de prensa que les habías facilitado, sin mayor complicación.

Porque siempre ha habido buenos y malos periodistas. Bueno, a los malos no los considero periodistas, porque a mí me enseñaron —en una facultad de esas que, muchos de los que ahora dicen ejercer el periodismo, nunca han pisado— que nuestro oficio iba más allá de juntar letras, que se trataba de ofrecer al público información veraz, contrastada, objetiva, solvente e incontestable.

Ahora no, porque ahora ya no pinta nada el periodismo; pinta el medio del que —con suerte, porque a veces ni eso— cobras tu salario; manda eso que se llama línea editorial y no es otra cosa que los intereses, espurios o no, confesados o no, de lo que ya no es un medio, sino una empresa, o del partido, la ideología a la que sirva esa empresa, a cambio de golosas subvenciones. Un oficio prostituido, con sus meretrices y meretrizos, sus “puteros” y sus chulos ¿vale?

Y si tenemos en cuenta las lamentables imágenes que se vivieron ayer en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense de Madrid, ese infumable búnker de hormigón que en mala hora encargaron a José María Laguna Martínez y Juan Castañón Fariña, no parece que todo esto vaya a ir a mejor ¿vale?

Se conoce que los —Dios no lo quiera— futuros periodistas salen ya convenientemente ideologizados, adecuadamente sorbidos de cerebro y ya invenciblemente inclinados no a la verdad, ni a la información, ni a la objetividad, sino directamente a la demagogia ¿vale?

Mi Universidad no da título de exalumnos ilustres, porque entonces no tendría horas en el curso para que se impartieran las clases. Y no lo digo por mí que, oye, a lo mejor también, porque más carrera, experiencia y profesión tiene uno que la ilustre soflamista que ayer quiso su minuto de gloria a costa de demostrar su falta de educación, de retórica, de respeto y de empatía, entre otras muchas carencias, ¿vale?

Así que, viendo ese cuadro, por si no te preocuparas ya lo suficiente por qué España van a encontrarse nuestro nietos (nuestros hijos ya la van viendo, ya), entre otras prostituciones tales como las de la justicia, la sociología, la educación, la sanidad e tutti quanti, te comienzas a agobiar pensando qué periodistas —si se les puede llamar así— van a ser los responsables, de entre estos irresponsables, de mantener a la sociedad informada en la verdad, que es lo que hace a la ciudadanía libre ¿vale?

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