– ¡Qué listo es mi sobrino Federico! ¡Piquito de oro! Lo decía mi padre, que fue hijo único y que, casado con mi madre que también era hija única, no tenía sobrinos.
La frase la recitó alguien en la Tribuna del Congreso de los Diputados mientras en el hemiciclo se debatían, por capítulos, los Presupuestos Generales del Estado. Acababan de hablar Alberto Garzón, Pedro Saura y Cristóbal Montoro, cada uno a lo suyo: Garzón por Izquierda Unida, Saura por el PSOE y Montoro como ministro de Hacienda y Administraciones Públicas.
Al escucharles, los que habitualmente siguen los debates repararon en que, como suelen, una vez más habían acondicionado el discurso del tema que conocen al asunto del día. Como el imposible Federico, al que, como explicó el de la frase, se refería su padre para definir la forma de perorar de un sindicalista de los de antaño que, piquito de oro, “endilgaba” su discurso revolucionario para arreglar todo: Una huelga general imposible, la alineación de su equipo de fútbol, el precio de los cereales, los bichos de habas y lentejas e incluso el porcentaje de aciertos de Mariano Medina, “hombre del tiempo” de entonces.
Casi fue un alivio que cambiara el Capítulo y que subiera a la tribuna de oradores el ministro siguiente. Le tocó el turno a Fernández Díaz, que lleva la cartera de Interior, habla más pausado y es menos vehemente. Su lectura y tonos fueron plúmbeos, de los que, no importa la hora ni el estado de la digestión, producen ganas de cafeína con la que combatir el sueño.
Con café, se alivió la mañana hasta que el Presidente del Congreso dio el aviso:
– Dentro de dos minutos empezamos las votaciones.
Carreras, timbres llamando a votar, cierre de puertas, comienzo y lo de siempre: Voto de enmienda por enmienda (citando al autor pero no el contenido). Dedos alzados para “aviso de votantes” (uno, dos, tres; para el sí, el no o la abstención). Enmiendas Personales, de Grupo, Agrupadas, Transaccionales… Y el galimatías que se monta y desmonta cuando las enmiendas se cuentan por millares y sólo unos pocos saben de qué va cada una.
Al llegar las doce y media, parte de la prensa, que estaba sentada alrededor de la mesa grande del Salón de los Pasos Perdidos y atenta al televisor, dejó de prestar atención a las votaciones y se concentró en las imágenes que, maravillas de la técnica, llegaban desde el Palacio de la Moncloa.
Allí, Mariano Rajoy, a punto de irse de viaje a las antípodas, había convocado a la prensa, se decía, para hacer unas declaraciones y valorar lo ocurrido el fin de semana en Cataluña: El puro enredo de Artur Mas con unas elecciones que, según quién, fueron y no fueron a la vez, merecen desdenes para unos, castigos para otros y preocupación para todo el mundo.
La atención era máxima. Cayetana Álvarez de Toledo había dicho por la mañana que la comparecencia del Presidente del Gobierno respondía a la petición de algunos del PP. Aquél que tuvo un micrófono a tiro dio su opinión o echó su cuarto a espadas sobre qué debía hacer Rajoy. Y todo el mundo, también los diputados (cada uno desde su escaño atento a las noticias procedentes del Palacio de la Moncloa) estaba expectante.
Pero Rajoy, que es gallego, no permitió que nadie le marcara los tiempos. Esta vez habló, escuchó, contestó a la prensa y no rehuyó nada. Tampoco contestó lo que no quiso. Una respuesta suya, casi un poema dadas las circunstancias, fue un exponente, y referente, de su hacer. Existe la sospecha, para algunos además la esperanza, de que el Fiscal General del Estado vele por que se cumpla la ley española en Cataluña y que, en obediencia a instrucciones del gobierno o por iniciativa (u obligación) del puesto, actúe. ¿Instrucciones del Gobierno? La contestación de Rajoy, una gallegada, pasará a los anales de la historia: “Ni siquiera sé qué va a hacer el Fiscal General del Estado”
– Si lo llega a saber, a Torres Dulce le deja haciendo películas de vaqueros.- contestó una mujer bajita, periodista ella de renombre, con un punto de sarcasmo al referirse a la afición que parece tiene el Fiscal General del Estado por un cierto tipo de cine.
¡Qué listo es mi sobrino Federico! (aunque esté en La Moncloa).- pensaron algunos de los que escucharon la frase.
Al terminar la intervención de Rajoy retrasmitida desde el Palacio de la Moncloa, atril en el Salón, fin de las votaciones, continuidad de la Sesión parlamentaria, desalojo masivo de la Cámara, escaños vacíos, afluencia de diputados por los pasillos. Y “cola”: Unos tras otros, portavoces de grupo, líderes, aspirantes a líderes, oradores consagrados, en vías de consagración, meritorios… Todo el que tenía, o creía que tenía, algo que decir lo dijo en los llamados “pantallazos” que se dieron. Pero no sobre el debate de Presupuestos, que era de lo que se ocupaba el Congreso de los Diputados en la sesión, sino para enjuiciar lo dicho por el Presidente del Gobierno, conocido a través de radios, teléfonos y tabletas:
Pedro Sánchez, portavoz del PSOE, dijo que Rajoy compareció, obligado por el mayor desafío soberanista, para no decir nada. “Tenemos un presidente resignado y un gobierno agotado”. Y ofreció un pacto al PP para hacer una Reforma de la Constitución capaz de: Mantener derechos de los ciudadanos. Hacer una limpieza democrática. Y redefinir un marco de convivencia.
Duran i Lleida, aún portavoz de CIU, conspicuo como siempre y más torpe que otras veces, opinó que la comparecencia de Rajoy había sido “la nada”.
El portavoz de IU se limitó a pedir que “se vaya Rajoy”.
Rosa Díez, portavoz de UPyD, recordó la actuación del Tribunal Constitucional frente a los enredos de Mas y dijo que la comparecencia de Rajoy, después de tres días, era, cuando menos, una irresponsabilidad y un despropósito.
Aitor Esteban apuntó que Rajoy no se ha enterado de nada, que mete la cabeza bajo tierra para no ver el problema y que una querella contra los transgresores de las leyes no es una solución.
El portavoz de Amaiur, orador desconocido en la cámara, felicitó al pueblo catalán y cerró con unas frases en euskera.
Bosch i Pascual, portavoz de Esquerra Republicana de Cataluña y novelista de éxito, se acordó de la Guerra de las Galaxias y le dedico al Presidente del Gobierno unas frases con aspiraciones de titular: Usted no es mi padre. No puede ser nuestro presidente. Hay más catalanes que fiscales. Seguiremos adelante.
Terminadas las comparecencias y acabadas las colas, la pantalla del televisor transmitía la realidad dentro del hemiciclo. El orador de turno, ante el atril, se ocupaba del capítulo siguiente del Debate de los Presupuestos Generales del Estado.
“¡Qué listo es mi sobrino Federico! ¡Piquito de oro! Lo decía un padre que fue hijo único y que, casado con una madre que también era hija única, no tenía sobrinos”.- susurró alguien.