Tras el resultado de las urnas y el fracaso del tándem Sánchez-Rivera, Mariano Rajoy ha dado un paso al frente. Tiene a sus espaldas su dilatada historia política y se encuentra en una situación similar a la que tuvo tras el verano de 2011, cuando supo que podría gobernar y que debía ir formando equipos y programas para hacerlo.
Entonces, en 2011, Rajoy optó por un programa electoral en el que podría incidir, lo haría, la situación económica de un gobierno en retirada, el de Rodríguez Zapatero, que había maquillado las cuentas ocultando el déficit. En esa situación fue a la investidura manteniendo las propuestas electorales (conociendo, o no, la realidad económica a la que debía enfrentarse) con la mayoría absoluta que le dieron las urnas.
Con las ofertas electorales convertidas en propuestas de gobierno, debía encarar un problema no pequeño: Su situación en un partido que le había confiado las riendas tras un Congreso, el de Valencia, en el que le llegó la presidencia como solución a la situación que había. Por eso, con el Programa definido, su preocupación inmediata fue formar un gobierno que construiría “en defensa propia” con un diseño estratégico: Bicefalias con las que compartimentar las áreas de decisión e influencia (en el partido y en el Gobierno) y equilibrar cuotas de poder.
Fruto de aquello fueron las bicefalias compensadas (y vigiladas) de la legislatura pasada, que, al margen aciertos y errores de Gobierno, sirven de modelo para la dualidad existente en esta ocasión.
Entonces, la influencia “de puertas adentro” la repartió entre dos mujeres: María Dolores de Cospedal, que ocupó la Secretaría General del Partido incapaz de controlarlo absolutamente (Con Javier Arenas cerca). Y Soraya Sáenz de Santamaría, en la Vicepresidencia del Gobierno y controlando la Portavocía y el Grupo Parlamentario en el Congreso (Con Ana Mato y Ayllón al lado).
Con el poder real, el del Ejecutivo, que aunque lo parezca no es sólo un poder “de puertas afuera”, hizo algo parecido: Establecer dualidades que a efectos gubernamentales han resultado útiles; y que, además, han servido de barrera, a veces cortafuegos, de unas batallas de poder que empezaron contundentes y que se han ido debilitando con el tiempo, a medida que las contiendas interpersonales han ido produciendo efectos.
Como ejemplos de lo anterior, pueden citarse varias, cerca o dentro del Consejo de Ministros. Entre ellas destacan: la pareja económica Montoro-De Guindos (Con los hermanos Nadal “al loro”). La de asuntos Exteriores, con García-Margallo titular de la cartera pero sin una Vicepresidencia para Relaciones con Europa, que parecía necesaria y que se quedó en la Presidencia del Gobierno (con Moragas al lado). El desplazado Arias Cañete en posición de “salida como Comisario europeo” y cediendo puesto a García Tejerina. El uso (impuesto a última hora) de Ruiz Gallardón en Justicia, que daba a Ana Botella la alcaldía del Ayuntamiento de Madrid (y controlaba a Aznar). El trato a Rato, alojado por Zapatero en una Caja Madrid que devendría en Bankia, con el desplazamiento de Esperanza Aguirre y Mayor Oreja…
Pero los ejemplos de bicefalias no se dieron sólo en esas esferas. Si se analizan los repartos de influencias y competencias en cualquier centro de poder (autonomías, Diputaciones, ayuntamientos, delegaciones locales e incluso distritos) se ve que ha sido una práctica común.
Con ello a la vista, en estos días aflora otra dualidad, que, bien usada, merece atención: La formada por Pedro Sánchez-Albert Rivera.
El tándem, que se formó al margen de Rajoy, a la postre se convirtió en “una celada” tendida por él no yendo a una investidura que tenía difícil. Aquella retirada del hoy Presidente en Funciones produjo efectos de tres tipos:
Inmediatos: Presentación y no investidura de Sánchez, que arrastró a Rivera.
Posteriores: Nuevas Elecciones. Deterioro del tándem. Exhibición real de políticos y grupos del momento.
Y a medio plazo: Unos resultados electorales en los que aparece: Un PP ganador en situación de convertirse en tabla de salvación nacional. La dualidad PSOE-C’S fracasada y batiéndose “a la baja”. La Coalición Podemos, convertida en vigía vigilado. Y el resto de fuerzas políticas del arco parlamentario en su composición actual.
En esta situación, cabe echar la vista al 2011, ver las bicefalias que ha usado el hoy Presidente en funciones. Y repasar sus estrategias:
Aparecen así los llamados “5 Acuerdos para el Consenso”, del febrero pasado, en los que se recoge que “tras las elecciones del pasado 20 de diciembre”, los españoles piden a los partidos políticos que hagan “un esfuerzo para escucharnos los unos a los otros y para compartir tareas”.
Y con ellos, los “5 Grandes pactos nacionales” para: El Crecimiento y el Empleo. La Reforma Fiscal y la Financiación. Social (para asentamiento del Estado del Bienestar), La Educación. Y El Fortalecimiento Institucional.
Eso fue lo que ofreció-preparó Rajoy entonces. Con ello rechazado, rehusó la investidura. Después, se ha producido la investidura fallida de Pedro Sánchez, la exhibición de las consistencias e inconsistencias de todos, el arrastre de Rivera e Iglesias a posiciones nuevas, y el resultado del 26-J.
Ahora, viendo lo visto y con cada uno en su sitio, Rajoy ha vuelto a traer ampliados los “5 Acuerdos para el Consenso” que ofreció en febrero.
Como estamos ante un gran estratega, conviene comparar sus ofertas: La de febrero que ocupaba 18 folios; y la que hacía tras entrevistarse con los representantes de los partidos políticos, que ocupa 54 folios.
El resultado merece la pena. No sólo por la coherencia de las propuestas, o por ver apartados y matices. Hay algo más, que ha salido tras el contraste.
Y no porque hubiera algo en la segunda que no estuviera en la primera, Sino porque en febrero, en el Pacto para El Fortalecimiento Institucional, se insinuaba una propuesta, con otras, que ahora no ha tenido un desarrollo acorde con la tónica usada en un texto que convierte 18 folios en 54.
En la Oferta última, una a una, se van desarrollando las propuestas de febrero. Son ofertas abiertas que “no cierran vías” a aportes de otros grupos.
Pero hay una que “no está”, ni desarrolla lo ofertado en febrero.
Las ofertas, todas, admiten “aportes”, diálogos y pactos. Ningún grupo que siga “el dictado de las urnas” puede oponerse a ellas sin manifestar una condición ajena al buen sentido.
Pero hay una oferta que no se ha desarrollado y que permite el disenso. Ese no desarrollo es el que produce el desequilibrio del tándem PSOE-C’S, abre el enfrentamiento entre ellos; y permite que el vigilante (la coalición Podemos) o vigilantes (el resto del arco parlamentario) manifiesten opinión:
En los 54 folios con los que el PP desarrolla los 18 que ofreció en febrero y que bautiza como “Programa para el Gobierno de España” no se contempla la Reforma de la Constitución, que en el texto de febrero era posible. Podría haberla propuesto, pero no lo ha hecho y ha optado por la defensa de la Unidad de España y la igualdad entre españoles, como defendía Ciudadanos.
Con ello, ha roto el equilibrio Sánchez-Rivera y ha puesto en evidencia el intento de ocultar el disenso entre ellos, y los cabildeos socialistas que buscan la posibilidad de un Estado Federal, que podría entreabrir algunas puertas.
La difusión de la oferta de los 54 folios de Rajoy de ahora no es sólo un “Programa para el Gobierno de España”. Tampoco es sólo una oferta a los grupos políticos y a los ciudadanos españoles. Ni es sólo, aunque pudiera serlo, la redacción de un Discurso para un intento de investidura.
También pone en evidencia la inconsistencia conceptual entre Pedro Sánchez y Albert Rivera sobre la entidad nacional…
Y es una maquiavélica celada, que, de no ser aceptada por el PSOE, haría incompatible la aspiración de ser presidente de Pedro Sánchez con la esencia nacional de su partido.
Me encanta que el autor piense que hay tanta finura analítica en las cúpulas de nuestros partidos.