Por qué ganan los populismos… y lo seguirán haciendo

Manifestación contra el tratado de comercio TTIP en Bristol en 2015. Foto: Global Justice Now (CC BY 2.0)
Pedro González
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— P U B L I C I D A D —

El triunfo de Donald Trump en Estados Unidos; el del Brexit en el Reino Unido, y el auge del Frente Nacional en Francia tienen sus causas más inmediatas en el declive económico de las clases medias y en la creciente xenofobia imperante en Occidente. Pero, para los investigadores del Real Instituto Elcano (RIE), el apoyo a los partidos y movimientos anti-establishment y anti-globalización, hay además otros tres grandes motivos: la mala digestión que grandes capas de la población están haciendo del cambio tecnológico; la crisis del Estado del Bienestar, y el creciente desencanto con la democracia representativa.

Miguel Otero Iglesias y Federico Steinberg han presentado el informe del think tank español, en el que explican en definitiva tanto la eclosión de los populismos como la perspectiva de que sigan en auge, a menos que se tomen medidas urgentes y de largo plazo para contrarrestarlo.

A juicio de ambos investigadores, la revuelta populista se alimenta de votantes de clase media y baja, que ven cómo sus ingresos están estancados y se han convencido de que sus hijos vivirán peor que ellos. “Son los perdedores de la globalización”, en su mayoría trabajadores poco cualificados de los países occidentales, que no se están adaptando a la nueva realidad tecnológica y global. Al perder sus empleos, por la competencia de los productos de países con salarios bajos, y comprobar que el Estado del Bienestar no les ayuda lo suficiente, optan por dar su apoyo a quienes prometen protegerlos cerrando las fronteras.

También constatan que muchos votantes se están yendo a la derecha no tanto por cuestiones económicas sino por elementos identitarios y culturales. Así, el racismo y la xenofobia latentes, que siempre han existido en Occidente (pero cuyas expresiones eran políticamente incorrectas desde el final de la Segunda Guerra Mundial) estarían saliendo del armario debido al impacto social y cultural del aumento de la inmigración en las últimas décadas.

El impacto de las nuevas tecnologías también está alarmando al votante tradicional. La robotización y la inteligencia artificial se presentan normalmente como grandes avances para nuestras sociedades. Aumentan la productividad y generan enormes oportunidades. Pero justamente este progreso, y lo rápido que avanza, asusta a mucha gente, tanto que recuerda mucho al movimiento ludita, que abogaba por la destrucción de las máquinas durante la Revolución Industrial. Los robots ya no sustituyen solo a los empleados en las cadenas de montaje; poco a poco están desplazando también a los trabajadores administrativos como las secretarias, los empleados de banca, los contables e incluso los abogados y los asesores financieros.

Los investigadores del RIE incluyen en el informe un gráfico con las profesiones amenazadas por la automatización, que prácticamente no deja títere con cabeza. Tienen grandes probabilidades de desaparecer los vendedores minoristas, los operadores de telemárketing, los analistas de investigación de mercados, los editores de cine y video, e incluso los programadores informáticos.

A juicio de Otero Iglesias y de Steinberg, los llamados millenials (nacidos entre 1980 y 2000) más cualificados están abriendo una brecha tecnológica brutal entre ellos, cuyos ingresos suben y por lo tanto se encuentran cómodos en un mundo cada vez más competitivo, cosmopolita y globalizado, y los que no están en esa carrera.

En consecuencia, el voto de protesta no refleja tanto un rechazo a los empleos perdidos, como el miedo a perder los empleos del futuro, o a entrar en la cada vez más numerosa categoría de los trabajadores pobres. También hay una brecha formativa mayor. Los que se pueden permitir invertir en una educación que los prepare para el siglo XXI tienen todas las de ganar. Quienes no puedan, tendrán cada vez más dificultades para encontrar trabajo y se quedarán en la cuneta, incluso con un título universitario. Esto crea una enorme frustración y explicaría el voto anti-sistema.

Señalan los investigadores del RIE que el progresivo aumento del Estado del Bienestar puede crear grupos de interés proteccionistas. El primero de ellos sería el de los pensionistas y el segundo, el de los funcionarios. Unos y otros mostrarán cada vez más resistencia a la liberalización, instando a repliegues, instauración de aranceles y vetos a la libre competencia para proteger tanto el gasto social como que los servicios públicos no se abran a la iniciativa privada y a la sospecha de que podrían entonces prestarlos más baratos y más eficazmente.

Apuntan asimismo a los profesores –trabajadores- y estudiantes de la educación pública como otro grupo de interés que se resiste cada vez más a la globalización. Los primeros no quieren verse expuestos a la competencia que hay en el sector privado. Y los segundos demandan educación pública, de calidad y apoyada en fondos públicos. Al igual que muchos pensionistas –señalan en el informe- consideran que se debe impedir la competencia en salarios con los países emergentes, y retener vía control de capitales la generación de riqueza y su tributación para poder costear la educación pública. Esta lógica explicaría el rechazo que se ve en muchas universidades a los tratados de libre comercio y servicios.

La última causa que puede explicar, a juicio del RIE, el rechazo al orden liberal es la creciente desconfianza que amplios grupos de la población tienen en las instituciones democráticas. El principio de autoridad mismo está en entredicho. Así, el discurso anti-sistema logra aglutinar a una amalgama de votantes muy heterogéneos, pero con una base cada vez más amplia.

La victoria de Donald Trump en Estados Unidos, el brexit y el auge de partidos como el Frente Nacional francés o Alternativa por Alemania tienen, pues, causas múltiples. Engloban desde el enfado de los perdedores de la globalización, el temor de muchos a la pérdida de la identidad nacional en sociedades cada vez más diversas y cosmopolitas, la ansiedad en relación al cambio tecnológico y su impacto sobre el empleo, la frustración ante los menguantes recursos del Estado del Bienestar, hasta la indignación ante la falta de representatividad de muchos aspectos del sistema democrático.

Todas estas causas se combinan y amenazan a la sociedad abierta y al orden internacional que ha imperado durante décadas. Dar respuesta a los fundados temores de la ciudadanía es tal vez el reto más importante al que se enfrentan los países occidentales. Otero Iglesias y Steinberg opinan que “la deriva nacionalista, proteccionista, xenófoba y autoritaria de los nuevos planteamientos de muchos de los partidos anti-establishment debería ser combatida atendiendo a las causas que las originan. Mirar para otro lado esperando que amainara el temporal, como se ha venido haciendo en los últimos años, es una receta para el fracaso”.

Se quiera o no, por consiguiente, asistimos a un cambio de era, que, como siempre ha sucedido, será convulso e incluso salpicado de gran violencia.


FOTO:  Global Justice Now (CC BY 2.0). Manifestación contra el tratado de comercio TTIP en Bristol en 2015.

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