Cuando estamos a dos meses de la celebración de elecciones generales, parece conveniente hacer una aproximación (que pretende ser objetiva) al panorama que se dibuja ante ellas. Mirar el paisaje y el paisanaje como algo ajeno a nosotros, evitará caer en los tópicos manidos de lo “mediático” y en los sentimientos e intereses con que se suele desdibujar la realidad. En todo caso, para el pensamiento liberal nada mejor que la desconfianza en el dogma y en lo establecido social o políticamente.
El panorama sigue por una parte con sus luces y sombras tras las pasadas elecciones en Cataluña, donde cada uno se queda con la interpretación que le resulte más cómoda, pero que ha producido unos daños de escisión social mucho más grave que la pretendida secesión política. Por otra parte ha dejado de manifiesto una falta de reflejos para evitarlo que ahora pasa factura.
La campaña electoral ha tocado sus trompetas de inicio de la competición y las distintas formaciones políticas han entrado en el terreno de juego, como gladiadores dispuestos a atacar o defenderse con todo tipo de armas siguiendo —eso sí— las indicaciones de los respectivos “jefes de campaña”. Es una etapa donde los líderes no llevan la iniciativa, sino que se dejan aconsejar o reciben indicaciones de lo que deben decir y hacer ante el público que llena las gradas.
Se diría que todos los jefes de campaña hayan hecho el mismo “máster” sobre imagen pública
Un par de esas formaciones llamadas “emergentes” ha obligado a recolocar a las tropas de siempre en un efecto contagio que llega desde el recambio generacional, con unas imágenes de jóvenes frescos y con ganas de lucha, hasta al uniforme de campaña: camisas abiertas, sin corbatas y arremangados. Un toque “casual” que precisamente no lo es y, donde los partidos tradicionales se han visto obligados a ser “copiotas” (como diría mi hija) de los “emergidos”. Se diría que todos los jefes de campaña hayan hecho el mismo “máster” sobre imagen pública y su venta al por mayor.
Estos partidos tradicionales, no obstante el cambio cosmético intentado, llegan con un pesado lastre a sus espaldas. Su “artillería” es tan antigua y pesada que se ven obligados a convencernos de que, precisamente, esa “antigüedad” un tanto rancia es precisamente una virtud como “experiencia de gobierno”. Y eso lo dice precisamente alguien no puede poner sobre la mesa otra experiencia que sus escasos años de militancia en el partido. Pero su carga mayor está precisamente en lo ocurrido con sus respectivas “experiencias de gobierno” con casos de corrupción sistémicos que afloran uno tras otro enredados como las cerezas de una cesta. Bien —dicen— ya hemos expulsado a los corruptos y esto ha quedado como los chorros del oro. Ahora llega una nueva generación a la vanguardia a los que no se puede acusar y, a los posibles culpables, ya los hemos quitado de en medio con unas preciosas “puertas giratorias”. Este mensaje, amplificado por los medios de comunicación dependientes en mayor o menor forma de las políticas realizadas, se complementa con las imágenes más o menos atractivas de sus representantes en el mundo televisivo (sobre todo). La cuestión es que “aunque la mona se vista de seda…” Ellos mismos deben (o deberían) ser conscientes de la dificultad de apuntalar la estructura del edificio lleno de grietas y, donde los que lo habitan, no parecen muy a gusto con sus vecinos. Las peleas y broncas están a la orden del día y sólo hace falta ver sus caras fuera de cámara para saber cómo está el cotarro. “PSOE y PP la misma cosa es” se decía en aquellos días del 15M del año 2011. Lógico, están cortados por el mismo patrón y las tijeras las tienen quienes no tienen con ellos más que intereses compartidos. Las ideologías llegaron a su ocaso en tiempos de Fernández de la Mora y un sentido más práctico (globalizado) a corto plazo preside la actividad política y es capaz de bloquearla con las trampas de la deuda que sigue sin parar.
En una sociedad crítica y formada, estos renqueantes partidos cuyos cambios no convencen demasiado, serían relevados de su privilegiada situación bipartidista de muchos años (casi como el franquismo), para sustituirlos por otras naves, otra tripulación y otros horizontes nuevos, ilusionados y atrayentes. En apenas unos años nos ha dado por hablar por primera vez en muchos años de política, economía, filosofía, derecho… y, por muchos cebos de dependencia que se pongan, desde las tecnologías al consumo o la supuesta inseguridad, empiezan a sonar las alarmas de que lo conocido no sirve y no sirve porque ha fracasado en el servicio al pueblo y, además, se ha servido de su ignorancia, comodidad y resignación.
Por ahí encontramos a los nuevos. Unos partidos de aluvión donde, los que han abandonado el barco anterior, intentan ponerse a salvo camuflados entre los que han construido unos pequeños botes que pretenden salvar a las víctimas del naufragio. Unos botes que se ven como verdaderas “tablas de salvación” a las que aferrarse por quienes luchan por sobrevivir. Mientras los barcos viejos se hunden incapaces de continuar, otros “emergen” dispuestos a tomar el relevo por muy novatos que sean. Tanto “Ciudadanos” como “Podemos” intentan, cada uno a su modo, rescatar más náufragos (electores) aún dándose cuenta de que la responsabilidad de gobernar es dura y su preparación escasa pero, hundidos o seriamente dañados otros botes como UPyD, IU o los nacionalistas, deberán dar mayor solidez a su embarcación y, sobre todo, instruir a sus tripulaciones adecuadamente.
Finalmente están las encuestas. Esas que el CIS arroja encima de la mesa una tras otra, aderezadas por otras vías de sondeos sociológicos cuyas “cocinas” trabajan con los ingredientes de quienes les pagan. Es una forma de seguir las “tendencias” siempre que respondiesen a la veracidad de los entrevistados, algo muy difícil de saber y menos aún de pronosticar. Nuestro complejo sistema vital se mueve por intereses (voto clientelar), sentimientos (rechazo o amor) e intuiciones fruto de la experiencia personal de cada elector. Un sistema electoral injusto y discriminatorio terminará por “premiar” a quien quizá no lo merece y “castigar” a los demás con unas cifras de diferencia exageradas. El resultado es la escasa “representatividad” legítima (y por tanto de responsabilidad personal) de los elegidos por los partidos, no por los electores.
Este puede ser a grandes rasgos el panorama electoral que se presenta. Una fragmentación mayor de fuerzas o equipos políticos en el “legislativo” que van a obligar a pactar en lugar de imponer, a hacer concesiones a cambio de otras. Las quinielas de pactos ya están en marcha sobre unas encuestas aún por confirmar el día de las elecciones, pero nos gusta el juego de azar (las colas para la lotería de Navidad ya estaban en agosto) y es un entretenimiento para el personal. Cada sector “interesado” apunta sus preferencias. Inútil señalar que los más “interesados” apuestan por más de lo mismo; hay muchos privilegios que mantener y muchas auditorías que temer. Su pacto ideal es pues PP y PSOE frente a todos los demás. La experiencia y el colmillo retorcido que van desde las antiguas “Filesas” a las nuevas “Gurtel”, los cárteles corporativos y los intereses cruzados entre lo público y lo privado. Los que han sufrido sus consecuencias apuestan por un cambio que rompa con lo anterior o que lo reforme en profundidad pero, tampoco están muy convencidos de que eso se produzca. Unas veces por los actores y sus capacidades, otras porque, los que ven más allá, entienden de qué va eso de la globalización, las hegemonías y los imperios. Algo que nos llega en forma de “recomendaciones” amigas sobre lo que nos conviene o nos conviene.
A todo ello seguimos llamando “democracia”, el gobierno del pueblo.