
Agurrik gabeak, en castellano «Los que no tuvieron su adiós», fue el título que dio el colectivo Durango 1936 Kultur elkartea a la novena edición de un homenaje-aniversario en honor de los que fueron pasados por las armas en esta ciudad vizcaína tras la ocupación de Euskadi por las tropas del General Mola.
El anuncio de esta celebración traía este año una novedad: en una foto de 1936, una mujer flanqueada por dos «gudaris» a cada lado blandía su pistola en carrera hacia el frente. Quizá para recordar a los vascos de hoy que la mujer jugó un papel importante en la resistencia de nacionalistas, anarquistas, socialistas y republicanos al avance de los militares desde Navarra hacia Bilbao.
A la hora de esta democracia un tanto light y descafeinada en que no sabemos si hemos cambiado a un gobierno multicolor o seguimos en uno continuísta, un gobierno Rajoy-bis fruto de una abstención nada espontánea del PSOE, el colectivo cultural durangués enarbola al estandarte del feminismo como conjuro y garantía de una recuperación de los valores democráticos que representó la Segunda República española y el Primer gobierno vasco del primer Lehendakari José Antonio Aguirre.
Esta hora en que los incidentes de Alsasua en un bar, las proclamas de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, el futuro de los presos acusados de terrorismo, los contactos PNV-PP de cara a los presupuestos del Estado para 1977, o las negociaciones de PNV con los partidos vascos para formar gobierno, dibujan un panorama incierto para la llegada de una paz sin interrogantes ni zozobras en Euskadi.
Este primer plano que en Durango se concede a la mujer evoca quizá aquella tragedia de Aristófanes titulada Lisístrata, una mujer que encarna la huelga de sexo de todas las mujeres griegas que se niegan a acostarse con los hombres si no se firma la paz y se acaban de una vez para siempre las armas y las guerras.
Quizá la «Lisístrata» vasca que corre con su pistola enhiesta no representa esa exigencia de paz que reclamaron las griegas en la tragedia de Aristófanes. A uno le gustaría soñar que los cuatro gudaris que la escoltan y ella misma caminan hacia un acantilado para lanzar al mar sus armas y decretar la paz par Euskalherria. Esa paz y esa convivencia en el respeto a todas las ideologías que seguramente soñaron los gudaris vascos de la guerra «incivil» de 1936-1939.