Ya había concebido el artículo, sobre la reunión entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias en el reservado distinguido de un hotel de Madrid, pero, como casi siempre antes de empezar a escribirlo, me faltaba el título.
Andaba yo ocupado con “la casta”, con sus méritos, deméritos y características; y con los que, de tapadillo o a la vista, ya son casta o están próximos a serlo, cuando apareció la idea.
Lo hizo de repente, como surgen las ideas que trae la brisa del mar cuando se está cerca de él: Si son casta, quizá les convenga como adorno una virtud en consonancia. Supongamos que son castos, personas que se abstienen de todo goce sexual o se atienen a lo que se considera como lícito. Y como son castos nuevos y puede que no auténticos ni del todo, reduzcamos la entidad. En vez de castos, castitos. Los “castitos” Pedro Sánchez (PES) y Pablo Iglesias (PAI). O Pablo Iglesias y Pedro Sánchez, que tanto monta, monta tanto. Si es que montan o desmontan.
“Pedro Sánchez es un tipo majo y cordial; y esto es importante entre personas que tendrán que hablar”, había dicho uno de ellos del otro. Pues, por mí, que lo sean ambos, dos tipos majos y cordiales que tendrán que hablar.
Pero de qué van a hablar, o han hablado ya los dos, me pregunté. Y ahí encontré, como de sopetón y no traída por la brisa, la segunda razón para adornarles con la condición de castitos, aunque en esta ocasión con una connotación negativa: Castito, como diminutivo de casto y perteneciendo a un grupo suburbano, infra social y con reminiscencias anti ciudadanas. Lo opuesto a la elite intelectual y virtuosa de los “aristos” griegos, los castos mejores.
Y es que, volviendo al artículo concebido, la reunión entre los dos jóvenes políticos, Pes y Pai, se produjo, ¡oh novedad en la actividad política!, ante el mantel del reservado de un hotel, no protagonizada por los mejores y con explicación de lo tratado, sino como un piscolabis de dos tíos sólo majos y cordiales dedicados a lo suyo.
En favor de Pai y Pes, las crónicas dicen que consumieron una cena frugal: una tortilla francesa Pes y un pescado no muy grande Pai. También ha trascendido (hay quien filtra con motivos o sin ellos) que el convite lo pagó el PSOE y que de él se benefició Podemos. Y no hay acuerdo al señalar de quien partió la idea del cenáculo y en determinar dónde celebrarlo.
Lo cierto es que la cena devenida en refrigerio se celebró; y, lo más importante, que las imágenes de ambos, de políticos supuestamente puros y claros, han quedado en entredicho.
Porque, hechos son amores y no buenas razones, lo cierto es que lo tratado por ellos ha quedado en el limbo, y nimbo oscuro, de lo desconocido. A partir de ahí, del silencio pueden nacer, y pudrirse, todo tipo de acuerdos, desacuerdos, pactos, alianzas, acomodaciones; y todo lo que las mentes humanas de dos tipos majos y cordiales puedan dar de sí.
¿Claridad?: Tan poca que los “castitos” se han quedado callados, silenciosos y afónicos.
¿Reparto de poltronas, gabelas y sinecuras? De momento, no se sabe. Si fueran castos, a secas, podría exigírseles la realidad intrínseca con detalles sobre qué corresponde a cada uno y quién se va a beneficiar o perjudicar por lo acordado. Como sólo son castitos, un par de grados menos que castos, de momento nimbo oscuro.
¿Compatibilidades de programas y coordinación de voluntades? Más de lo mismo. En su descargo, hay que tener en cuenta que después de una tortilla francesa viuda y un pescadito muerto con poca enjundia la cosa puede que no diera para explicaciones.
Como castitos, en grado suave, cabe desechar las evocaciones a goces sexuales para atenerse únicamente a las actividades consideradas como lícitas. Entre ellas, hay una importante: Estamos cerca de unas Elecciones Generales y los partidos de Pes y Pai, PSOE y Podemos, van a verse salpicados por los aderezos de la cena del reservado, por los postres si es que los hubo, y por las cafeínas y las teínas que animan o angustian.
También hay dos flecos comunes, y personales, a modo de pasamanerías democráticas:
Pedro Sánchez tiene encima cien millones de ojos (puede que más) de todo el mundo. Si ve violada su castidad, por quedarse mecido en el abrazo de oso de Podemos, habrá fracasado como máxima autoridad de su partido. Personalmente deberá ceder su puesto para que alguien levante, si es que se puede levantar, el baldón de que el PSOE sea triturado por un partido nuevo que le disputa la hegemonía de la izquierda.
Pablo Iglesias no le va a la zaga. En estos momentos, después de los escarceos que le auparon al poder en Podemos, se encuentra con las encuestas adversas y ha de lidiar con los cadáveres políticos que ha ido dejando en su ascenso. Entre pescado y tortilla francesa, ha de decidir si termina de deglutir lo que queda de Izquierda Unida y se posiciona en su lugar o cerca; o se decide por dar, con un “gran salto”, la pirueta política a la que aspira el número dos de su grupo, Errejón, más inteligente que él (dicen), más joven (porque nació después), al acecho (se sospecha) y con el final del apellido, “rejón”, puede que listo para ser usado.
De momento, el titular ahorma y clarifica lo que se puede, que a estas alturas es poco: Pedro Sánchez y Pablo Iglesias no llegan a la claridad que ofrecieron y se quedan a medio camino entre una casta, que parecen repudiar y otra casta de otra condición, acaso peor: la de “los castitos”, que tanto monta, monta tanto. Si es que montan…, o desmontan.