La política-espectáculo

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

Hace ya bastantes años, a comienzos del nuevo siglo, viendo la banalidad de la programación televisiva, junto con unos amigos, decidimos demostrar que era posible otro tipo de programas con más calidad y trascendencia. Fruto de ello fue el diseño de un primer programa de carácter político llamado “Si. Vd. fuera presidente…” concebido para conocer alternativas políticas a la ya por entonces abulia bipartidista.

Su formato en forma de concurso, pretendía dar la posibilidad de que cualquier ciudadano de esos que venían diciendo: “Si yo fuera presidente haría….”, con una preparación y rigor suficientes, pudiera presentarse ante las audiencias de televisión con proyectos novedosos o interesantes que serían sometidos al voto de los espectadores, tras haber pasado por la criba de un grupo de periodistas y ciudadanos, que tratarían de proponer -o no- su “investidura”. Una forma en definitiva de elegir gobierno directamente desde la ciudadanía. Todo ello, claro está, dentro de un sentido lúdico y de entretenimiento audiovisual.

Era evidente que un programa de este tipo sería un revulsivo en el mundo de los partidos existentes que, de alguna forma, les haría “ponerse las pilas” y entender que, la política es cosa de todos y no está concebida para un sector social que la ha capturado. Esta cuestión además venía a ser un serio “toque” a un sistema que ya presentaba síntomas de agotamiento y una denuncia del mismo, lo que no iba a granjearnos grandes amistades entre sus miembros.

Ni que decir tiene que no confiábamos demasiado en la aceptación mediática de las cadenas españolas, embarcadas como estaban en copiarse sus llamados “reality show”, sus series americanas enlatadas y sus productos “basura”, como los llamaba sinceramente uno de los ejecutivos de televisión con los que hablamos: “nosotros damos a la gente lo que quiere y lo que quieren es basura” tras reconocer la calidad de nuestras ofertas y decir que la política no interesaba a nadie. Es siempre más fácil seguir la corriente de los demás, que arriesgar por algo original. Por nuestra parte teníamos la intuición de que era lo contrario y contactamos con unas cuantas decenas de cadenas europeas y americanas, con similares resultados: “Es muy interesante el programa, pero no tendría audiencia suficiente”. Más tarde, nos enteraríamos de que había sido copiado por una cadena inglesa y otra de EE.UU. sólo cambiando el nombre del mismo para evitar su identificación.

Viene todo esto a cuento de lo que la política-espectáculo nos está proporcionando en estos últimos años. En unos casos, siguiendo los caminos de nuestro siempre admirado ejemplo USA. En otros, forzados por lo que fueron las primaveras árabes, los movimientos de indignación ciudadana y el giro brutal en las preocupaciones sociales a partir de la crisis.

Ya empezaba a ser preocupante que el resultado electoral se basara más en cuestiones de “imagen” que de verdaderos proyectos o programas (esos que Julio Anguita reclamaba sin cesar y de los que Tierno Galván reconocía su incumplimiento). La imagen del candidato, la idolatría por los supuestos “líderes” y sus “carismas” respectivos, eran más importantes en la cultura del fetichismo y el “famoseo” transmitida por los medios de comunicación, el cine y la televisión. Los rostros de los candidatos en los carteles y en la publicidad audiovisual, su presencia y aspecto más o menos juvenil o respetable, eran las bazas a jugar electoralmente. Felipe González y su atractivo para las mujeres, (junto a una bien engrasada financiación) enfrentado al más serio, pero con no menor tirón Adolfo Suárez, se consolidaron como las figuras principales, mientras quedaban al margen las de Manuel Fraga o Santiago Carrillo, por mucha experiencia y preparación política que se les supusiera.

La llamada “transición política” salía del encorsetado franquismo con un aire nuevo y renovador de fiesta democrática que debía hacerse llegar al mundo. Y dio comienzo el espectáculo. Cada vez era preciso recoger más fondos para las campañas electorales, para llenar de imágenes de los candidatos los más recónditos rincones de la geografía, para ver quien de ellos sonreía mejor, quien de ellos lograba más empatía popular recorriendo miles de kilómetros para hacerse ver, abrazar y besar ancianos y niños. Las caravanas electorales eran ya un espectáculo que se ofertaba durante los días de la campaña, para a su final encerrarse en los “búnkers” de la endogamia partidista y los medios audiovisuales lanzaban mensajes en tiempos tasados administrativamente.

De aquellas “aguas” nacieron los “lodos” de las financiaciones espurias, de los contratos públicos interesados, de la generación de un sistema político con más dosis de espectáculo que de resolución de problemas reales y sociales. Un sistema que sólo debía mantener la atención mediática para entretener al personal, ajeno a los temas importantes (tal como ahora sigue ocurriendo). Un sistema que iba sustituyendo la política real por la política-espectáculo, por la política “show”. La indignación sincera de los ciudadanos era retorcida para ser convertida en espectáculos; las manifestaciones se convertían casi en un recurso turístico que atraía a Madrid o a otras ciudades manifestantes, que luego comían, bebían o aprovechaban para ver “pelis” de moda o “tapear”. Pero, lo más importante: surgía el interés por la política-espectáculo en los medios audiovisuales, en esos mismos que años atrás decían que la política no interesaba a nadie con nuestro programa “Si Vd. fuera presidente…”. Al fin y al cabo el espectáculo es comunicación y es más fácil hacerla desde los medios ansiosos de rellenar espacios.

Ahora la situación ha dado un vuelco total y, según se dice, al parecer no eres nadie si no estás en las pantallas de televisión. Las cadenas han abierto sus formatos de tertulia, engrasados convenientemente por la publicidad que puede insertarse en ellos. Las audiencias parece que encuentran ya más interesantes los “rifirrafes” entre los tertulianos (que repiten un programa tras otro los mismos argumentos), que aquellos “reality shows” dedicados a las intimidades de los “famosos” de cartón-piedra y, los conductores de programas, adoptan ese aire grave y artificioso de supuesto interés por los asuntos repetidos. Las nuevas estrellas mediáticas son periodistas (claro está) o personas del entorno mediático y las figuras emergentes de los nuevos políticos, de la nueva “casta” (como diría uno de los más conocidos). No se hacen verdaderos debates políticos, sino una especie de sucedáneo con lo más mediático y controvertido de cada momento, como ha sido el caso del primer pleno parlamentario donde, lo más importante, parece que fue la asistencia al mismo de una diputada con su bebé o el tocado de “rastas” de otro compañero. Es lo que corresponde y que cada uno saque sus propias conclusiones.

En esas sillas de tertulianos se promocionaron muchos líderes posteriores. Desde Pedro Sánchez y Rosa Díez en “Telemadrid” a Pablo Iglesias o Albert Rivera en “Intereconomía”, en “Tele 5” o la “Sexta”. Luego vendrían los segundos espadas y nos acostumbramos a la imagen de Tania Sánchez, de Iñigo Errejón, de Pablo Casado… Todos rivalizando en la conquista del espectador por su aire moderno, su “look” informal sin corbata, sus contenidas formas de cordialidad con el adversario y, sobre todo, por su juventud o su preparación. Lo de menos es lo que se dice, sino el cómo se dice sin perder la sonrisa. Una y otra vez van a decir lo mismo: regeneración de la política, mensaje recibido de los ciudadanos o necesidades de pactos, son las frases más repetidas desde la óptica personal o partidaria y, al final, se convierten en estribillos insustanciales. Cada uno interpreta de manera peculiar el “mandato de los ciudadanos” en el pasado 20 de diciembre. Casi todos coinciden (y se equivocan) en que las elecciones son para elegir “gobierno” o en que “los ciudadanos nos han mandado pactar” para hacerlo. Si hubiera opción a replicar desde la ciudadanía, probablemente se les podía aclarar que siguen sin entender nada más allá de sus propios ombligos pero, el espectáculo debe continuar. Nos queda mucho por ver y oír.

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