Normalmente recibir herencias suele tener más connotaciones positivas que negativas, ya que suponen una mejora de situación. Ello no parece ser así cuando esas herencias están envenenadas y llevan en su seno unas “trampas” que acaban por recaer en el receptor de las mismas.
Esto es lo que paradójicamente y, en vidas paralelas, parece ocurrir en la vida pública donde, además, los herederos suelen ser adversarios y, lógicamente, “al enemigo, ni agua”. Cuantos más compromisos tramposos se dejen como legado, más difícil les pondremos la posibilidad de salir adelante en su gestión a los siguientes. Además, nadie se molesta en denunciar situaciones recibidas por aquello de un cierto sentido corporativo entre la clase política.
Durante muchos años las cuentas del Estado han estado sometidas a los toques cosméticos que, en el ámbito privado se conoce como “ingenierías financieras”, para evitar cualquier posibilidad de aclarar las mismas. Se han creado miles de “entes” fuera de control presupuestario (o con alguno preparado “ad hoc”) y los fondos públicos se han movido en distintas direcciones siguiendo la voluntad de quienes mandan o gobiernan (que no es lo mismo).
En Madrid, hemos conocido como la megalomanía de un alcalde ha creado una deuda a los madrileños que todavía no se ha aclarado y de la que no se han pedido responsabilidades, al igual que ha ocurrido en muchos otros ayuntamientos, comunidades autónomas y en la administración central, cada uno en el marco de esas difusas competencias avaladas por sus respectivos estatutos y replicadas en el caos legislativo existente.
Curiosamente nos ha parecido encontrar con motivo de la situación en Grecia dos vidas paralelas de “herencias recibidas”: la del PP cuando ganó las elecciones en 2011 y la del recién estrenado Syriza en Grecia. En ambos casos el punto de inflexión parece atribuirse a su incorporación a la moneda europea, a la precariedad de sus economías respectivas, más basadas en la especulación (los negocios), que en proyectos empresariales productivos y sólidos, en el diseño de unos “estados de bienestar” basados en burbujas financieras, en productos tóxicos y en endeudamiento creciente de los estados y los particulares. “Vivir por encima de las posibilidades” se decía mientras el parque automovilístico aumentaba con vehículos de alta gama que luego no se podían pagar o el parque inmobiliario explotaba basado en la especulación del suelo (recalificaciones arbitrarias) y en la corrupción pública. Ni siquiera hacía falta la emisión de moneda, con las tarjetas de crédito de todos los colores y tipos era suficiente.
Todos subvencionados y “los nuestros” un poco más. El dinero inexistente ha corrido sin que nadie se preocupara en pensar de donde salía. Tanto en España como en Grecia, los más beneficiados colgaban directa o indirectamente del sector público. En España se multiplicaban los “chiringuitos” extrainstitucionales con sus muchísimos cargos de directivos, consejeros y asesores a los que había que dotar de una cierta escenografía: edificios, personal, vehículos, gastos de representación, etc. mientras que, en Grecia, era posible retirarse o jubilarse con unos cuantos años menos de vida productiva ya que los abultados sueldos lo permitían. En España ha habido un “turnismo” político parecido al de Grecia y, tanto en un sitio como en otro, las cuentas públicas carecían de transparencia. En España, el PP denunciaba un agujero económico inesperado y, en Grecia, Syriza se encontraba (al parecer) con un maquillaje de cuentas de sus antecesores ante las instituciones europeas. Las cosas eran distintas a las esperadas y el PP tuvo que olvidarse de su programa para aplicar otro diferente, donde no había más remedio que seguir creando deuda pública hasta duplicar la existente. Una deuda tan impagable como la griega, la italiana, la francesa, la portuguesa, la alemana…
Cuando ahora toda la “corrección política” se ensaña con el gobierno de Syriza en Grecia y la necesidad de aplicar un rescate al país, nadie parece acordarse de los rescates permanentes a las administraciones públicas españolas, sobre todo a las comunidades autónomas y ayuntamientos, donde hubo que crear el consabido plan de pago a proveedores mientras que, paradójicamente, seguían admitiéndose nuevos déficits presupuestarios a costa de mantener el tinglado de “lo público”, no tocar a las concentraciones oligopólicas deslocalizadas o a las SICAV y menos aún reducir el gastos público en sus estructuras. Todo por el mayor clientelismo electoral como han demostrado todavía algunos resultados. Pero nadie, en ningún foro ha planteado seriamente cómo piensa España pagar su deuda, en qué plazos, cuanto en intereses, cuanto en principal y quienes son los verdaderos acreedores. O, en su caso, cómo lo van a hacer otros paises en la misma situación. “Los pecados originales de cada cual, juegan en ligas diferentes” —decía un analista político recientemente. No es lo mismo ser “colegas” desde hace años, a que llegue un “parvenu” político, con ideas bastante heterodoxas, a remover el charco de lo “correcto”.
Ese “parvenu” político se ha encontrado la misma “herencia recibida” que denunciaba el PP en el año 2011 (y que sigue denunciando), como fruto de lo realizado por los miembros “reconocidos” del club europeo anteriores: conservadores y socialistas, así como con la sorpresa de haberse falseado las cuentas públicas con el fin de la integración de Grecia en el euro. Pero sobre todo se encuentra con una situación de muchos años donde, como en España, las burbujas de todo tipo habían creado falsas perspectivas sociales y un falso estado de bienestar basado en el consumo sin límites. Es muy difícil —como muy sabe el PP— decirle a esa sociedad, a los muchos dependientes del cargo y la prebenda, que el juego ha terminado, que todo ha sido fruto de trampas y de deuda que ahora pasan factura, que el “maná” caído del cielo se derrite con el sol del desierto y desaparece. La respuesta griega será igual a la española: miles de manifestaciones y protestas llenando las calles con todo el corporativismo social o laboral por delante hasta que caiga el gobierno.
No. Syriza no ha engañado a los griegos con promesas imposibles sino, como ha dicho siempre el PP, con promesas “deseables” que luego eran imposibles de cumplir por las “herencias recibidas” de los administradores anteriores que, por cierto, encima suelen ser beneficiados con “retiros” importantes en lugar de con una petición de responsabilidades. El precio “político” es testimonial y siempre se abren otras puertas más interesantes.
Syriza y el PP están en el mismo laberinto. Son vidas paralelas por mucho que les pese, tanto en su desconocimiento de lo que podían prometer (demagogia), como en la dificultad de encontrar una salida verdadera a su deuda. En eso están otros muchos países o lo estarán próximamente. Es como la fila de fichas de dominó que empujan los “mercados” o con las que juegan los “inversores”. Nunca la Política (con mayúsculas) había caído tanto.