Concluyo el relato sobre la epopeya protagonizada por Hernán Cortés, un líder excepcional que nunca ha tenido reconocimiento en la nación que fundó hace 500 años. En julio de 1520 se había llegado al peor momento vivido por los españoles; están en Tlaxcala y han sido acogidos con fervor. ¿Quién podría imaginar que los tlaxcaltecas sientan devoción por Cortés y sean sus fieles aliados? Contra ellos libró la primera batalla en su avance desde Veracruz. Está narrada por dos testigos: Bernal Diaz del Castillo que afirma “nos enfrentamos a no menos de cuarenta mil indios” y por el fraile Aguilar, que no da cifras, pero asegura que “eran tantos que cubrían el valle”. Fueron decisivos los caballos y tras varios choques con gran daño para los indios estos cedieron y les enviaron presentes, incluso cuatro mujeres “por si quieren sacrificarlas y comérselas”. Tlaxcala se sometió y se fraguó con ellos la alianza contra los aztecas que les oprimían. Cortés ordenó celebrar una misa y los teules invencibles, ante la admiración de los indios, se postraron ante una cruz. Luego concertaron bodas; el capitán Alvarado recibiría a la hija del principal jefe, Xicoténcatl el Viejo, que fue bautizada y será llamada en adelante doña María Luisa. La hija de otro jefe tlaxcalteca tomará el nombre de Elvira al casarse con Velázquez de León del que quedará viuda al morir él en la Noche Triste.
Por todo ello los supervivientes que han superado la batalla de Otumba se sienten seguros al llegar a Tlaxcala. La alianza que se forjó llegará hasta el final de la conquista, porque si algo tiene claro Hernán Cortés es que entrará de nuevo en Tenochtitlan, aunque ahora será por la fuerza de las armas. Solo han pasado seis meses cuando van a hacerlo. Serán los mismos que sobrevivieron, pero en esta ocasión Cortés ha trazado un plan ingenioso: los carpinteros de Veracruz construirán trece bergantines que serán transportados por tierra hasta el gran lago Texcoco, que rodea la capital azteca. Además, los españoles han entrenado y puesto bajo el mando de sus capitanes a ochenta mil tlaxcaltecas. Entrarán en Tenochtitlan al grito de ¡Castilla! y ¡Tlaxcala! Ya no habrá tregua ni compasión. La lucha es feroz, los que caen son llevados a los altares para abrirles el pecho y ofrecer su corazón a los dioses. Los aztecas practican sin saberlo una forma de guerra psicológica: lanzan los miembros de las víctimas sacrificadas a los tlaxcaltecas y gritan: «¡Comed la carne de estos teules y de los vuestros, que ya bien hartos estamos nosotros!».
Pero el plan sistemático de Cortés va minando la moral de los aztecas. Además, ha parecido el más terrible ide los invasores. Con la expedición de Narváez entró en México un enemigo letal para los indios. Se ocultaba en la sangre del tripulante de un barco. Se trataba del virus de la viruela, una enfermedad para la que la población autóctona carecía de defensas orgánicas. El relato de un autor indígena, testigo de la pandemia que se declaró, describió así sus efectos:
Nadie podía andar, no más estaban acostados, tendidos y cuando se movían daban gritos. Y venía la muerte pegajosa, apelmazada, les prendieron los granos, se les echó a perder la cara, quedaron cacarañados, cacarizos.
La primera víctima fue el mismo Cuitláhuac, el sucesor en el poder de su hermano Moctezuma. Apenas habrá pasado un año desde la Noche Triste hasta la rendición definitiva el 13 de agosto de 1521. El drama demográfico provocado por la viruela alcanzó a ocho de cada diez en un quinquenio, pero la acusación de genocida a Cortés, al construirse la Leyenda Negra, mantiene su rescoldo hasta el presente, aunque solo lo repitan quienes carecen de cultura histórica. En estricta justicia nunca tuvo la conquista motivación de exterminio como ocurrió luego en la colonización del norte, donde solo sobrevivieron unos miles de indios confinados en las reservas. En Méjico se generó el mestizaje que ha prevalecido en la gran nación y que tiene presidente Andrés Manuel López Obrador un claro ejemplo. No importa que quiera ignorar la figura de Hernán Cortés que conquistó una nación más grande que la que había heredado su rey Carlos, elegido emperador, que lo nombró gobernador y capitán general de la Nueva España. Sería por tiempo limitado. Hernán Cortés fue sustituido por un virrey y el oro de México iría llegando a Europa para que Carlos V, como continuador de Carlomagno en su intento de dominar a Europa, pudiese financiar las costosas campañas que libraría en los siguientes años contra el rey de Francia, contra el protestantismo, contra el gran sultán turco y, en un momento singlar de la historia, contra el propio papa.