La clave: reducir el gasto público

Por
— P U B L I C I D A D —

La Vicepresidenta primera María Teresa Fernández de la Vega, y la vicepresidenta de Economía y Hacienda, Elena Salgado, estuvieron animosas en la rueda de prensa posterior a la aprobación por el Consejo de Ministros del proyecto de Presupuestos Generales del Estado para 2010. Las dos saben mantener la sonrisa, las dos son frías, cerebrales y de mucho carácter, y las dos saben distribuirse bien el juego en pareja. Fernández de la Vega iba repartiendo juego a los periodistas, es preciso reconocer que sin preferencias ni obstáculos, y Elena Salgado aplicaba al áspero tema presupuestario la eficacia adicional de sus invariables buenas formas y su sonrisa siempre cordial para todos. No lo tenía fácil, porque los Presupuestos Generales para 2010 están sin duda muy pensados e incluso bien concebidos, pero los números resultan algo más que difíciles de cuadrar en cuanto se echa mano a la calculadora, y sobre todo a los conceptos reflejados en los números de la calculadora.

Conocedora Elena Salgado -y lo admitió tácitamente por el método de que quien calla, otorga, a pregunta de este informador- de que no hay ni un solo ejemplo, en prácticamente toda la historia económica del último siglo, en el que, en medio de una recesión, una subida de impuestos haya logrado reducir el déficit y aumentar los ingresos sin reducir el gasto público, fue ágil de reflejos para trasladar el acento a este punto, de modo que lo primero que se destaca en la nota de Prensa del Ministerio de Economía y Hacienda es precisamente que «el esfuerzo de contención del gasto no tiene precedentes y se reduce el gasto público en un 3,9% en términos homogéneos».

Habría que recordar aquello de excusatio non pedita, confesatio manifesta, pero en fin, bueno es comprobar que la máxima responsable de la cosa económica, aunque tenga que atenerse a las orientaciones y consignas del jefe, esto es, de Rodríguez Zapatero, sabe dónde le aprieta el zapato y por dónde pueden venir los tiros. Así que aceptó sin pestañear y por la vía de no negar la mayor, que en estos Presupuestos Generales la clave del arco, o la piedra maestra, como quiera decirse, y por la que serán evaluados en su momento, es que efectivamente consigan esa reducción del gasto público por la vía de un esfuerzo adicional de contención.

Por lo demás, el Gobierno se atiene, y por tanto mantiene, al cuadro macroeconómico para 2010 que presentó en julio pasado y que tan criticado ha sido no sólo en ámbitos académicos y empresariales, sino incluso por relevantes economistas muy cercanos al PSOE, aunque quizá algo menos a Rodríguez Zapatero. El déficit del 5,4% del PIB se basa en ingresos de casi 122.000 millones de euros y gastos de apenas 185.000 millones, gracias a la reducción señalada. La deuda pública no llegará en 2010 al 50% y más confuso es el espinoso tema de la previsión del paro, que se quedaría el año próximo por debajo del 19% en vez del 20% que anticipan los expertos independientes y que la propia Elena Salgado admite como hipótesis de trabajo sólo fuera de micrófonos, en natural coherencia con el importante incremento de las transferencias del Estado para el INEM.

De momento, será obligado seguir puntualmente ese enorme esfuerzo de reducción del gasto público, nada menos que el 3,9% en términos homogéneos, con el que el Gobierno intenta manejar el cuadro macroeconómico. Muchos expertos, no sólo de los partidos de la oposición, creen más probable que no lo consiga o que no lo consiga en términos suficientemente estables y equilibrados. Si este mal pronóstico se cumpliera, no habría reducción del déficit, los números se descuadrarían por todas partes y la salida de la crisis estaría más lejos. Así que lo deseable es que lo consiga, pero ¿permitirán los raros entramados de la política que, al menos en economía, se pueda hacer posible lo que es deseable? En pocos meses lo sabremos.

Según las previsiones del cuadro macroeconómico para 2010, la economía española se contraerá este año nada menos que el 3,6%, pero, en admirable dosis de optimismo, sólo el 0,3% en el propio 2010 a que se refieren los Presupuestos Generales ahora presentados. Ningún analista relevante y desde luego ningún servicio de estudios comparte una dosis tan excesiva de optimismo. Lo que es deseable no necesariamente es posible, como no lo es la cuadratura del círculo, por mucha imaginación y voluntarismo que se ponga en el empeño. ¡Ya quisiéramos, pero la realidad es como es y no como quisiéramos que fuera!

El caso es que reducir el gasto público es algo tan de buen sentido y tan fácil de decir como difícil de ejecutar. Esta es la gran cuestión y la cuestión de fondo. Los Presupuestos Generales anunciados por el Gobierno y que, aún con graves dificultades en el horizonte, es previsible que terminen por ser aprobados por las Cortes, a la hora de su ejecución sólo serán viables si de verdad se consigue ese ambicioso objetivo de reducir el 3,9% el gasto público. Sucede que el papel aguanta todo lo que se pone en él y ese objetivo de reducción, más que necesario, imprescindible, es tan fácil de proponer y poner sobre el papel como difícil de llevar a la realidad sin serias consecuencias políticas.

El final del final es que, a todas luces, ha terminado o se acerca a su fin el período de gracia de Rodríguez Zapatero. No sólo desde la oposición y desde las organizaciones empresariales y profesionales, sino incluso desde dentro de su propio partido, empiezan a sonar, con intensidad creciente, las voces críticas y las opiniones discordantes. De momento, podemos tener ya la certeza de que, este otoño, el debate presupuestario va a ser duro y ruidoso, dentro y fuera del hemiciclo del Congreso. Ya no es suficiente con buenas palabras.

La única ventaja con la que juega el Gobierno es la falta de discurso del partido mayoritario de la oposición, lo que no es grave desde luego en los espacios estrictamente políticos, pero no es ni mucho menos impune en el terreno de la política económica. Da la impresión de que, en los últimos meses, el PP ha renunciado al discurso liberal, quizá por temor a cómo sea recibido por un electorado que vive bajo las incertidumbres y los miedos de la crisis económica más profunda desde hace muchas décadas.

Carlos E. Rodríguez

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí