Desde el funesto día de la gota fría en Valencia, rebautizada DANA por los meteorólogos, vemos constantemente en las televisiones escenas en las que los supervivientes del desastre barren y barren sus casas, sus negocios, las propias calles, expulsando agua, barro y fango hacia las alcantarillas.
Demasiado fango para estas últimas, colapsadas al secarse ese barro. Ayudan a limpiar como pueden los vecinos, voluntarios venidos de todas partes de España y del extranjero al igual que sanitarios, bomberos, policías, guardias civiles y militares, todos abnegadamente, todos generosamente, todos pensando en los demás. Otros, cercanos o lejanos del diluvio realizan donaciones materiales o dinerarias.
Lamen las victimas sus heridas, narran sus sufrimientos, contabilizan aterrados ante el futuro sus pérdidas y muchos temen lo peor por sus desaparecidos o lloran ya desconsolados sus muertos.
Se sigue viendo, oyendo y leyendo sobre la magnitud del desastre, de cómo se originó, de si pudiera haberse evitado o haber aminorado sus consecuencias. Unos, recuerdan obras de encauzamiento de aguas en barrancos que no se hicieron. Otros, se fijan en las medidas no tomadas antes de que descargaran las lluvias que arrastraron a tantos. Otros más, mencionan la tardanza en la llegada de los socorros.
La frustración y el furor popular al sentirse abandonados se manifestó en Paiporta, un epicentro devastado, contra las autoridades que acudieron. Los Reyes, acompañados de Mazón aguantaron gallardamente las quejas y hasta pelotazos de barro, así como alguna piedra que alcanzó a sus escoltas. Quisieron los Reyes explicar, tranquilizar y consolar, incluso con lágrimas. Dieron la cara. El Presidente del Gobierno, cual el Gran Visir Iznogud, prefirió salir corriendo.
Volvieron los Reyes una semana después por los pueblos destrozados sin Sánchez, aunque con Mazón y un miembro del Gobierno de la Nación, y los vecinos les depararon un buen recibimiento. En esta monarquía parlamentaria y democrática, Felipe VI y Letizia responden con calor y humanidad ante la desgracia. El Pueblo y los Reyes, los únicos a la altura.
También se presentan los chacales radicales y violentos. En Valencia, tras una manifestación contra Mazón ante la Generalitat local. En Madrid, contra Sánchez ante la sede socialista de Ferraz. Lamentable.
Por las noches, oscuras sin electricidad ni luz, los ladrones saquearon libremente ante la escasez de fuerzas de seguridad. En otros países como Francia se han desplegado ocasionalmente a militares para asegurar edificios, el orden público y la seguridad en las calles y permitir, así, liberar a policías para labores más propias de ellas como habría sido la necesaria vigilancia nocturna donde solo había tinieblas.
Lo más vomitivo es ver a diario a los políticos pelearse, echándose recíprocamente las culpas de todo lo acontecido en lugar de sumar prioritariamente sus esfuerzos ante el desastre. El abrazo de un senador socialista y otro pepero, ambos valencianos, es festejado como una excepción.
No les importa a los políticos echar la culpa a los demás, olvidando las suyas, y cuantos más venablos se lanzan recíprocamente comprobamos que pudieron hacer todos mucho más. Unos, pedir que, ante la magnitud del desastre, interviniera pronto y directamente el Estado, otros, ante la evidencia de que la Autonomía estaba sobrepasada, al no intervenir motu proprio como les está permitido. Mientras, la casa sin barrer.
Cada uno da sus razones, partidistas, interesadas, mostrando que en lo último en que piensan es en sus conciudadanos. Recordémoslo cuando toquen sus melosas flautas de encantamiento electoral. Mazón tendría que marcharse. ¿Debieran hacerlo ministros y responsables gubernamentales en Madrid? ¿Y Sánchez?
Siendo más listo que Mazón le sobrevivirá. Bastará con quemar al valenciano en la pira de las responsabilidades. ¿Debiera Feijóo pedir su dimisión? Difícilmente podrá exigir responsabilidades a otros. Si prende la hoguera, sería, probablemente, sin lágrimas. Mazón ya jugó el año pasado a verso suelto con Vox dejando en evidencia a un Feijóo sin mando. Luego el gallego lo pagó en las elecciones generales. Veremos.
“Son infumables” es una expresión que igual vendrá del vocabulario pijo como desprecio a cigarrillos más baratos, y supuestamente peores, que el tabaco rubio americano. Se puede aplicar a nuestros políticos. Desgraciadamente, no hay otros: un horror más.