España es un Territorio, con características geográficas y culturales propias, somos un pueblo muy particular como consecuencia de los rasgos que nos definen, somos poseedores de una gran diversidad cultural, por la mezcla de unos sentimientos que en continua tensión la hacen avanzar a través de las encrucijadas de la historia y a las personas por el camino de nuestras vidas. No hay camino por sí solo, cada uno de nosotros va configurando su camino, su sendero, su historia personal, llena de aciertos y de errores, de momentos felices y tragos amargos. «Caminante no hay camino, se hace camino al andar» con estas palabras, Antonio Machado describía magníficamente lo que es el camino de la vida.
Cuando observamos nuestra historia a través del tiempo, el cainismo se hace fehaciente, es notorio. Somos los españoles un pueblo en conflicto cívico permanente. Favorecemos la victoria del extraño con tal de evitar el triunfo del amigo, del compañero. Es algo muy frecuente en la política, especialmente en los últimos tiempos, pero no es algo nuevo en el ADN del español.
Estamos en pleno debate sobre si lo correcto en términos morales «es recordar». No cabe duda que es una pretensión noble y bienintencionada, para muchos, imprescindible y necesaria, pero, ¡cuidado! Pues los que creen que recordando los males del pasado se evita repetirlos en el futuro, el efecto puede ser el contrario y todo se les puede volver en contra. En el caso de los nacionalismos, tenemos que entender que parten de una lectura histórica interesada, cargada de inexactitudes e ilusoria. La insistencia en recordar y hacer reales tales argumentos impide que se haga posible una reconciliación aceptable entre las partes del conflicto. Hay que tener mucho cuidado con obsesionarse con el pasado ya que puede terminar por, no solo destruirte a ti, también de la misma forma a los demás. Quizás todo esto debería llevarnos a preguntarnos: «Qué debemos hacer con nuestro pasado para poder construir nuestro futuro». El problema es que seguimos planificando el futuro en términos del pasado, pero ahí estamos; permanecemos inmersos en un conflicto empeñados en debatir, reconstruir y resolver el pasado con rencor, sin querer darnos cuenta de que con esa actitud estamos condicionando y quizás llevando al futuro a la más absoluta de las ruinas.
En 1975 se nos abrió una nueva oportunidad de entrar en un nuevo estado de convivencia; dejábamos atrás una dictadura de cuarenta años para dar comienzo a una etapa, lo que sería el periodo de la transición a la democracia y que duraría desde noviembre de 1975 hasta octubre de 1982 con la victoria del PSOE de una forma aplastante en las elecciones generales. La Transición Española fue un proceso de reconciliación entre los españoles y una reconciliación con el pasado franquista. Fue una época de cambio, «durante la cual los españoles se unieron para construir una nueva nación». Durante aquel proceso de transición fue aprobada una nueva Constitución, votada mayoritariamente por todos los españoles, nacionalistas o no; una constitución que establecía, y que parece que dejaba claros, los principios básicos de la democracia española. Estos principios incluían la separación de poderes, el respeto a los derechos humanos y la libertad de expresión, con aquellos mimbres el éxito lo teníamos garantizado. Tanto la Constitución como la Transición hizo que se catalogara a nuestra democracia como una de la más progresistas y estables del mundo.
Dimos comienzo a una etapa de prosperidad jamás conocida; Durante los primeros 30 años hubo dos partidos mayoritarios que determinaron las políticas que habrían de marcar el curso de nuestras vidas en democracia, pero fue inevitable que para poder gobernar tuvieran que apoyarse en partidos nacionalistas como PNV o CiU y algún que otro regionalista, les era necesario cuando no obtenían la mayoría absoluta; como es lógico el apoyo de esos partidos nacionalistas no fueron gratuitos, hubo que pagar, y muy bien, los apoyos prestados. Las innumerables concesiones sirvieron para, entre otras cosas, sembrar y alimentar el germen de una cultura nacionalista servida a la carta; el tradicionalismo nacionalista nostálgico dio rienda suelta a una cultura independentista basada en históricas naciones independientes que fueron conquistadas, reprimidas y anuladas, crearon un imaginario historicismo sobre una juventud que por aquellos entonces se encontraba en plena educación escolar parvularia. Lógicamente y ante la falta de control sobre esa cultura del odio a todo lo español que se impartía en los centros escolares de las distintas nacionalidades y el no afrontar políticamente con responsabilidad un tema tan controvertido como este, nos ha introducido en un permanente debate sobre la posible descomposición de la nación española. No obstante, hay que confiar en los órganos jurisdiccionales y especialmente en el Tribunal Constitucional.
El art. II de la Constitución se fundamenta en la indisoluble unidad de la Nación Española, patria común e indivisible de todos los españoles.
La fundamentación legal del Tribunal Constitucional se encuentra en el Título IX de la Constitución Española, entre los artículos 159 y 165.
Queda claro que El Tribunal Constitucional es el «máximo intérprete de la Constitución Española» y que su atributo más representativo es que se trata de un tribunal independiente del resto de poderes del Estado, incluido el judicial.
Si la Constitución es clara y rotunda en sus pronunciados y además tenemos un tribunal Constitucional que está por encima de cualquier otro organismo de poder para proteger la inviolabilidad de la misma. ¿Cuál es el problema y de qué tenemos miedo? Si tanto el Tribunal Constitucional como el Poder Judicial son independientes y se rigen por la imparcialidad, ¿por qué hay que temer que se vea amenazado el estado de derecho? El concepto de «Estado de derecho democrático» tiene como fundamento oponerse a la idea de que el Estado está por encima de todo, incluso de las leyes. Así, surge para dar cierta protección, dentro de un marco jurídico, a los habitantes de un Estado. Los Elementos de los que se compone son los siguiente: Constitución escrita. Separación de poderes. Principio de legalidad. Principio de garantía de los derechos fundamentales. Seguridad jurídica y protección de la confianza.
¿Por qué ahora los constitucionalistas gritan «¡¡La Constitución hunde la Nación!!»? Cómo se incita al ejército para que destituya al presidente del gobierno y convoque elecciones nuevamente. Agitar la bandera de la España franquista o pasear la democrática con el escudo constitucional recortado; gritar «Los Borbones a los tiburones» y dar vivas a Franco al son del «cara al sol falangista» y ya para colmo de despropósitos, ver como ex altos mandos del Ejército del aire a través de un chat concluyen: «No queda más remedio que empezar a fusilar a 26 millones de hijos de puta»; ¿es este, quizás, el mejor programa para ganar unas elecciones?, ¿será el desconocimiento de cómo funciona una Democracia? Si reflexionamos la situación que se vive podemos pensar que «La cabra siempre tira al monte».
Gana unas elecciones el partido que saca el mayor número de votos, pero eso no le garantiza poder Gobernar, a menos que esa victoria le conceda una mayoría absoluta; Gobierna el candidato del partido que obtenga el mayor número de votos y apoyos de las fuerzas políticas que están representadas en el hemiciclo, aunque estos votos provengan de pactos con otros grupos políticos por muy antagónicos que sean. Es un acuerdo totalmente reglamentario y legal. La Democracia y la Constitución que se pactó en 1978 así lo contempla, nos guste o no nos guste. Ya ha habido tiempo y mayorías absolutas para haber corregido el sistema electoral y la Constitución que se redactó en su momento, ahora todos esos que la hicieron no dudan en ponerla en tela de juicio y la contradicen a través de sus peroratas intencionadas.
No debemos olvidar que el problema Catalán viene siendo desde 2010 (sentencia 31/2010, de 28 de junio de 2010) una pesadilla, hay varios factores que han colaborado a dejar que este asunto se haya enquistado en el día a día de la política nacional y sea un tema insoportable para la mayoría del pueblo español. Una de las últimas encuestas que se han publicado reflejaba que solo el 17% de la población se había manifestado para mostrar su desacuerdo con la situación política actual, por contra el 83% no parece estar dispuesta a perder su tiempo en manifestaciones organizadas por partidos y políticos causantes de este problema para beneficio propio.
No estoy de acuerdo ni comparto la decisión de Pedro Sánchez y Cía. sobre la independencia catalana ni con el referéndum ni con la amnistía. Es un tema que queda perfectamente claro en la Constitución. Pongo toda mi confianza en el Tribunal Constitucional y en su independencia para juzgar y dar una respuesta justa a este caso tan manipulado por políticos, partidos y medios de comunicación. Debemos evitar entrar en el juego sucio de los que para conseguir o mantenerse en el poder intentan utilizar cualquier tipo de argucia en su propio beneficio.
En democracia los problemas se resuelven en las urnas, con programas y proyectos creíbles, que engloben soluciones a los problemas de todos los españoles, no inundando de Fake news los medios, con intercambio de insultos y descalificaciones que solo provocan crispación, confusión y la división en la sociedad española.
Considero innecesario degradar un proyecto como consecuencia de entrar en negociaciones con un partido representado por un personaje carente de crédito por violentar las normas democráticas y constitucionales, motivo por el que tuvo que salir huyendo de la justicia a toda prisa, dejando en la estacada a todos sus correligionarios de aventuras. Considero que hubiera sido más coherente convocar unas nuevas elecciones, que cometer el error de exponer un proyecto nacional a un fracaso por la necesidad de tener que contar con los siete votos de un grupo independentista que no garantiza más que inestabilidad y división al país. Estos votos no son otros que los de JxCat, un partido político radicado en Cataluña de ideología Trasversal e independentista catalana y que propugna la confrontación con España como vía para alcanzar la independencia de Cataluña. Un partido que fue incomprensiblemente registrado en julio de 2018, un año después de la declaración de independencia por parte de sus miembros.
Me hago la pregunta: ¿es posible que se le siga dando crédito a un personaje como Puigdemont después del fraude político cometido? Este embaucador, junto a otros políticos cegados por las fantasías independentistas, el día 27 de octubre de 2017 culminaron el mayor engaño político a todo un pueblo, el catalán. Ese día, Carles Puigdemont tuvo la desfachatez de declarar la independencia de Cataluña a bombo y platillo y dejar pasmada a la audiencia catalana, española e internacional cuando suspendió de forma inmediata los efectos de la misma para hacer un llamamiento al diálogo con el Estado Español. Acto seguido, metido en el maletero de un coche huyó de Cataluña y España.
Pero Pedro Sánchez junto a la coalición progresista que encabeza han decidido dar nuevamente vida a esa minoritaria clase política independentista. El aprovechar los votos de esta minoría le va a salir muy caro a Sánchez y su grupo, esta operación ha dado alas al nacionalismo independentista; el progresismo de este gobierno les está proporcionando las horas de pantalla, publicidad y protagonismo que Puigdemont y JxCat. necesitaban como el comer, y está claro que lo van a aprovechar. Por mucha amnistía, referéndum y todo lo demás que pidan, van a terminar por encontrarse con las leyes y los tribunales que en realidad son los que van a interpretar y decidir qué es lo que se puede conceder y que no. Así lo espero.