¿A qué engañarnos? Pedro Sánchez tiene, ahora mismo, en toda España, con la posible excepción de La Moncloa —y no el barrio de Madrid, sino sólo la más inmediata proximidad del Palacio que habita— la peor de las imágenes, el menos favorable registro de popularidad, simpatía y afecto. Por méritos absolutamente propios, merecidos y demostrados.
Pedro Sánchez es a la empatía lo que un huevo a una castaña: ha incumplido tantas promesas, se ha equivocado tanto, ha caído en tanta contradicción y tanta mentira —y ya sabemos que la mentira tiene las patas cortas— y ha dado una imagen de sí mismo tan vecina del narcisismo, la soberbia, el engreimiento, altivez, inmodestia, presunción, orgullo, altanería, arrogancia, vanidad, engreimiento, impertinencia, jactancia, endiosamiento, suficiencia, fatuidad y pedantería que ahora, pobre, no puede salir de casa por España si no es para encontrarse con algunos deudos.
Y con esos mimbres tiene la criatura que enfrentarse a dos convocatorias electorales, las elecciones autonómicas y locales de finales de mayo, y las generales de finales de noviembre. Porque aunque, en principio, él con su mismidad solo se presenta a las segundas —y eso si lo hace, que no falta quien dice que a lo mejor prefiere optar a un cargo de nivel internacional, como Secretario General de la OTAN o Archipámpano de las Indias—, cree (sabe, como el resto de los españoles) que su imagen va a influir muy mucho en la primera cita popular con las urnas.
Así que ha puesto en marcha, de la mano del tal Bolaños, otro que tal baila, algo así como una campaña de propaganda basada básicamente, en presentarlo como alguien humano, cercano, natural, normal, terrenal, perecedero, mortal, incluso. Que es como querer dotar de atractivo, encanto, gracia, hechizo, seducción, cordialidad, gancho o cierto ángel a C3PO, el robot de la Guerra de las Galaxias o, peor aún, intentar que Robocop pase por un encantador, cautivador, fascinante, estupendo, magnífico, simpático, afable y agradable compañero de faenas, preocupaciones o juergas.
Pero, claro, a ver dónde le vas a grabar un vídeo a este que no le vaya a salir uno, dos o mil a llamarlo mentiroso, felón, embustero, engañoso, falaz, farsante, mendaz, trolero, embaucador, cuentista, tramposo. Así que los esforzados prosélitos a su servicio se las ven y se las desean para situarlo en marcos de su conveniencia. Lo que pasa es que en esta globalidad pequeña que, por los medios de comunicación y las redes, es nuestra sociedad, enseguida se desenmascara el embeleco y conocemos que todo es impostación, farsa, burla, fraude, estafa, trampa, apariencia, invención, treta, argucia, ardid, artimaña, señuelo, timo. Y así, claro, cómo se va a humanizar a Pedro, ni a C3PO, ni a Robocop.
Porque, además, el tío es muy mal actor y sus interpretaciones no “saltan la batería”, que se dice en términos escénicos. Y es que ni pudo aprender nada con su presencia en los Goya. Normal, en medio de tanto concienciado ofendidito, que para lo único que utiliza sus cuatro minutos de gloria es para soltar su mitin, absolutamente ajenos al séptimo arte y poderosamente escorados al lado de donde proceden sus jugosas subvenciones, tampoco es que haya mucho que aprender.