Se han dedicado muchos artículos y no pocos actos a celebrar la disolución, hace una década, de la banda terrorista ETA y no está de más remontarse a los primeros intentos para acabar con la terrible secuela de asesinatos que puso en jaque a nuestra democracia, al punto de ser la gran justificación de los golpistas del 23F en su asalto el Congreso.
Hay que recordar que la obsesión de los responsables de la lucha antiterrorista era lograr que Francia no permitiera que ETA se moviese libremente en su territorio. Hay también que recordar, para vergüenza histórica del que fuera presidente francés Giscard d’Estaing, que nunca atendió las demandas de Adolfo Suárez para que Francia dejara de ser un refugio donde los etarras se movían libremente. Y eso que el problema del terrorismo en España no era único. En la República Federal Alemana sufrieron durante una década las acciones de la banda Baader-Meinhof, pero el Gobierno socialdemócrata de Helmut Schmidt lo resolvió: los dirigentes de la facción del llamado ejército rojo murieron en la cárcel, se habían suicidado. En Italia las Brigadas Rojas asesinaron a Aldo Moro, que había sido primer ministro. Inglaterra sufría el IRA irlandés y tuvo que recurrir al ejército para reprimirlo; uno de los atentados del IRA se produjo en Gibraltar, donde sus autores fueron acribillados sin contemplaciones pese a no oponer resistencia. La oposición atacó a Margaret Thatcher que no dudó en asumir la responsabilidad: «Yo disparé» dijo en el Parlamento.
El hecho es que en España los etarras empezaron a sufrir acoso efectivo a partir de la llegada al poder del PSOE y las acciones reivindicadas por un grupo que se auto denominó GAL (Grupos Antiterroristas de Liberación) hicieron que Francia, donde había ganado las elecciones François Mitterrand, dejara de ser el santuario seguro de los etarras. Había comenzado una guerra violenta contra ETA que muchos habían reclamado en voz baja, aunque luego la convirtieran en dardo arrojadizo contra el gobierno de Felipe González. He dedicado atención a estos sucesos en La historia del poder acudiendo a la principal fuente, el comisario José Amedo, al que secretamente se le encomendó la tarea.
Amedo actuó dentro del territorio francés y ha dejado relatado en su libro CAL VIVA la acción realizada en Bayona en septiembre de 1985:
«Los marselleses Lucien Mattei y Pierre Frigoli se acercaron a las puertas del Monbar. Irrumpieron por sorpresa y sin dar opción a los cuatro etarras señalados los cosieron a balazos».
José Amedo. CAL VIVA (2013).
Otros atentados del GAL hicieron cambiar las políticas del país vecino, cuya colaboración en la lucha antiterrorista se empezó a desarrollar sin reservas. El gran problema de la actuación de Amedo fue que estuvo salpicada de errores y afectó a algunas personas inocentes. La prensa condenó de manera unánime la guerra sucia y el Gobierno sufrió creciente desgaste, amplificado por la corrupción en el uso de los fondos reservados.
Procede recordar, por otra parte, que en el oscuro episodio de aquella guerra hizo acto de presencia la ambición de poder. El juez Baltasar Garzón, otrora eficaz en la lucha contra ETA, fue tentado por Felipe González al que acompañó con el número dos por la lista de Madrid para ser diputado del Congreso en las elecciones de 1993. Garzón aspiraba a ser ministro y no obtuvo el nombramiento, por lo que dimitió despechado. Al retornar a su puesto de juez en la Audiencia Nacional, su venganza fue sacar a la luz todo lo que supuso la llamada guerra sucia. Sus conversaciones con Amedo, que este transcribe en su ya citado libro, muestran hasta qué punto llegó la inquina de Garzón contra Felipe González. El resultado fue que el Gobierno terminó por resentirse cuando se le añadió el gran caso de corrupción que protagonizó Luis Roldán siendo director general de la Guardia Civil.
En las elecciones de 1996 el Partido Popular, liderado por José María Aznar, alcanzó una apretada victoria que, cuatro años después, convirtió en mayoría parlamentaria, lo que le permitió sacar adelante la ley que ilegalizaba a Herri Batasuna, brazo político de ETA. La decisión de Aznar el año 2002 fue valiente, pues desatendió las advertencias que por activa y por pasiva le aseguraban que las calles arderían en el País Vasco. Nada sucedió fuera de algunas algaradas. La ley dejaba patente en su preámbulo que, detrás del aquel partido político había unos asesinos que habían cometido más de ochocientos crímenes. Herri Batasuna quedó privada de financiación, sus bienes fueron embargados y sus sedes cerradas. Cabe decir que no supuso el fin de ETA, pero fue sin duda el principio del fin. Celebrémoslo rindiendo tributo a tantas víctimas inocentes que perdieron su vida en este terrible episodio de nuestra democracia.
Acabo de ver en directo una sesión de la comisión parlamentaria de investigación sobre la llamada «operación Kitchen», con testimonios de Villarejo y García Castaño, donde han salido a relucir algunas cuestiones relacionadas con el tema. Las cloacas del Estado han estado justificadas como «secretos oficiales» que ahora salen a la luz y son como para preocuparse como liberal y defensor del estado de Derecho.
Un buen artículo de nuevo. Un cordial saludo.