Mientras desde el gobierno se anuncian medidas de estímulo para los emprendedores, muchos de éstos, demasiados, tiran la toalla agobiados por las exigencias administrativas y económicas de unas burocracias funcionariales que siguen creyendo que el empresario o “emprendedor” es un delincuente en potencia. La paradoja de intentar crear canteras de emprendedores a base de facilidades, contrasta con el empobrecimiento progresivo de las actividades empresariales consolidadas, llamadas a desaparecer por la persecución de quienes se sienten arrogados por su función administrativa o política a hacerlo.
Tamaños despropósitos demuestran que no aprendemos nada de lo ocurrido y de cómo las consecuencias de los emprendedores financieros yuppies de la década de los 80, cuya inexperiencia personal, humana y profesional era evidente, creaban los productos tóxicos y destruían las corporaciones y empresas productivas reales (en aras de la modernidad) que nos han llevado a la crisis sistémica que padecemos, donde todo está contaminado de unos modelos arficiosos y ficticios de la economía especulativa.
Ahora, en la búsqueda insaciable de votos o en el tópico manido de los “jóvenes preparados” (en los años 80 se conocían como JSP) nos mantenemos impasibles mientras se desmontan y pierden las actividades de los verdaderos emprendedores, para dar paso de nuevo a supuestos emprendedores que, supuestamente, van a enderezar la situación catastrófica surgida de unas modas impuestas al papanatismo empresarial de los 80, donde se prejubilaba a quienes tenían el disco duro personal y profesional lleno de experiencias, para dar paso a jóvenes valores JSP, con una edad límite de 35 años, cuyo resultado de gestión se ha basado más en la búsqueda de la mediocridad y los contratos blindados, que en la eficacia de sus productos y servicios.
La fuga de auténticos emprendedores que han arriesgado sus patrimonios personales y sus vidas al ejercicio de una actividad útil socialmente, es una sangría que no podemos permitir como ciudadanos porque les debemos años de desarrollo y prosperidad. Sería un desagradecimiento social y político además de un nuevo empobrecimiento de talentos y experiencias profesionales. Menos aún a la espera de que otra generación -más inexperta y menos preparada en su mayoría (las cosas hay que decirlas sin miedo y sin complejos)- empiece a crear su propio bagaje de experiencias y herramientas desde la inanidad o la simpleza natural en que se mueven o en que han sido educados.
No se trata solamente de haber adquirido unos conocimientos profesionales y haber obtenido una titulación universitaria por ellos. Lo más importante es la puesta en práctica de esa preparación y su constatación frente a la realidad de los problemas sociales, laborales o empresariales que no pasan por las aulas. Las materias aprendidas -según en qué contextos universitarios- son unas primeras herramientas para empezar un camino, pero no constituyen el final del camino por mucho que así se pretenda. Tales herramientas necesitan adaptarse al medio profesional o laboral en que vayan a desenvolverse. Lo harán mejor desde la vocación auténtica y serán inservibles en los demasiados casos de la falta de ésta.
Las personas van haciendo su camino propio desde la experiencia acumulada en el disco duro de su cerebro año tras año. Esta experiencia sólo puede ser transmitida desde la lucha diaria para salir adelante donde los aciertos y errores computan igualmente. Muchos de los emprendedores de ayer la han incorporado a su código genético y su capacidad de respuestas a los problemas a que se enfrentan, surgen espontáneamente, sin tener que consultar el manual, ni el GPS, ni Internet. Sólo el trabajo con ellos permite seguir aprendiendo y aprehendiendo permanentemente. Lo importante es ese desasosiego curioso de las inquietudes que a unos los hace sabios y a otros simplemente “expertos”.
Incentívese, pero de verdad, a quienes llevan mucho tiempo sacrificados por los demás, perseguidos por la saña administrativa, creando y construyendo futuro para esas otras generaciones de nuevos emprendedores, que ya llegarán por sus pasos naturales desde el esfuerzo, el mérito y el afán de conocimiento. Por el contrario habremos vuelto a caer en el error de no aprender de la Historia y estaremos obligados a repetirla.
Los jóvenes emprendedores deben primero saber y conocer muchas cosas antes de poder emprender con seriedad y rigor cualquier actividad productiva real. Eso no se produce de la noche a la mañana y menos aún desde el sistema educativo que han padecido hasta ahora, donde el título fácil no significa preparación, menos aún si quienes dispensan tal título tampoco estaban preparados para enseñar o preparar a los demás, como ha ocurrido en muchas ocasiones.
No podemos seguir jugando al voto fácil de quienes todavía no son emprendedores, como contrapartida al voto más difícil de quienes se ven obligados a dejar de serlo. Nos va el futuro en ello.