Jean-Paul Sartre en su obra “Huis clos” (traducida como “A puerta cerrada”), pone en el personaje de la lesbiana Inés las siguientes palabras:
«…Esperad, ya he comprendido. Ya sé por qué nos han puesto juntos, encerrados… Nadie debe venir, nadie… estaremos siempre juntos pero ¿quién falta aquí? …¡el verdugo! Simplemente han realizado un reajuste de personal y son los clientes quienes deben hacer el servicio ellos mismos. El verdugo es cada uno de nosotros para los demás.»
La obra de Sartre, estrenada en el Théâtre du Vieux-Colombier” de París en 1944 y considerada como una metáfora del infierno, nos introduce en su filosofía: “el infierno son los demás”. Por eso en la salita donde están confinados los tres personajes: Inés, Estelle y Garcín no haya instrumentos de tortura. Ni tenazas, ni rejillas ardientes, ni otros artilugios que aplicar a los condenados. Sólo ellos, con sus historias respectivas por las que deben pagar conviviendo por toda la eternidad.
Me venía todo esto a la cabeza ante el circo de lenguaje político en que nos desenvolvemos, donde la adjetivación del adversario con cualquier supuesto concepto peyorativo es el discurso obligado de la totalidad de la clase política y de la casi totalidad de los medios de comunicación.
La última palabreja nos la ha brindado el propio presidente del gobierno (en funciones) descubriendo la “fachosfera”, un espacio entre cósmico y planetario donde se mueven los llamados “fachas” que (nueva equivocación) identifican con la llamada ultraderecha, aprovechando la ignorancia supina de la mayor parte del personal sobre la historia más reciente. “Facha por aquí”, “facha por allí” …se oye repetir continuamente por la propaganda política no sólo de las ya extintas “derechas” e “izquierdas” heredadas de la Comuna de París durante la Revolución Francesa, sino en los parlamentos modernos. Y funciona.
Si la monserga peyorativa se despojase de sus epítetos publicitarios y fuera directamente al grano sobre lo que querrían los ciudadanos (esa “soberanía nacional” de la que emanan —y dependen— los poderes del Estado), el resultado electoral sería muy diferente. Desde hace tiempo, tanto el PP como el PSOE en España pugnan por decir, hacer y seguir la ola del llamado “progresismo” (que es en realidad lo más reaccionario de la actualidad) en un viaje a ninguna parte.
“Es preciso analizar los efectos de la paradójica intervención de un gobierno socialista que, partiendo de la izquierda, ocupa y administra el centro y buena parte de los intereses materiales de la derecha, sobre todo los de la gran banca” dice el escritor Sergio Vilar en su libro “La década sorprendente: 1976-1986” dedicada la llamada Transición política. Es decir, el PSOE quedó transformado tras el Congreso de Suresnes, donde se apartaron a los viejos dirigentes, para ser sustituidos por una “casta” más joven y, por ello, más dócil a los intereses de los verdaderos poderes mundiales.
De ello podríamos deducir de una forma simple que el PSOE participa de esa “fachosfera” denunciada por su secretario general y secretario de la Internacional Socialista. Pero no, “fachas son los demás” —que diría Sartre—. Los “malos” son los contrarios a nuestras ideas, nuestras acciones, nuestros privilegios de clase, etc. Pero en este mundo donde todo se compra (conciencias) y todo se vende (valores y principios), no parece haber contrarios, sino replicantes.
Conviene por ello ilustrar un poco lo que significó el término “fascismo” en la Italia revolucionaria en el siglo pasado a partir del movimiento sindicalista italiano del que el socialista Mussolini se convirtió en líder:
“Fascismo: Movimiento político y social de carácter totalitario que se desarrolló en Italia y se caracteriza por el corporativismo (sindicalismo) y el nacionalismo” (R.A.E.). Una definición poco precisa, por cierto.
Luigi Sturzo en 1926 diferenciaba “entre Rusia e Italia hay sólo una diferencia: el bolchevismo es una dictadura comunista o fascismo de izquierdas y la otra es una dictadura conservadora o fascismo de derechas”.
Por su parte el filósofo alemán Peter Sloterdijk en 2008 advertía: “El engaño ideológico más masivo del siglo XX fue que, después de 1945, la izquierda fascista acusó a los derechistas de fascismo, para quedar como sus opositores. Cuanto más se expusieran los horrores de la derecha, más desaparecía la izquierda del campo visual”.
El sociólogo alemán Irving Louis Horowitz en su libro “Winners and Loser” (1984), dice que “después de que Lenin hubiese advertido sobre el infantilismo de la izquierda, éste se había materializado en un fascismo de izquierdas que surgió en la vida política de EE.UU. en 1980, proveniente de la Escuela de Frankfurt, con un ataque oscurantista, elitista y peligroso del filósofo Theodor Adorno a la cultura popular, colocando las bases para una cultura del fascismo de izquierdas”.
Como vemos hay una tendencia totalitaria que se materializó en diversos países del mundo y cristalizó en Occidente, donde el propio secretario general de la URSS Gorbachov en su primera visita a Europa en 1990 reconocía “estar más sovietizada que la URSS”. Hoy día el totalitario pensamiento único o dogma ideológico que se impone paradójicamente en las llamadas sociedades liberales constituye una forma de fascismo capitalista (del dinero) en el que, como advertía Sergio Vilar, la antigua izquierda se ha integrado por completo negando su racionalidad y valores de base.
“Fachas” pues son todos aquellos que hacen de la vida política una cruzada ideológica antidemocrática, donde es preciso eliminar cualquier tipo de crítica al régimen y a sus instituciones, en aras de unos objetivos totalitarios fijados en planes o agendas (las quinquenales de la URSS o las de Mao en China) que respondan a una visión peculiar (y a veces personal y caprichosa) del mundo, de la vida y de sus sociedades, a las que debe someterse de una u otra forma (sobre todo por medio de los medios de comunicación y los sistemas corporativos cómplices). Es una forma de entender el poder sobre los demás.