Nos quieren privar del espectáculo, es más, desean que fracase la obra, el actor y hasta el productor. Por qué tal desaire a un público que ha visto tanta comedia vulgar desde que Rajoy delegó su presencia en el bolso de Soraya y sobrevino un gobierno Frankenstein. Se critica la iniciativa: es un camino hacia ninguna parte, escribe Javier Ayuso en ABC; más irritado se muestra Javier Amat desde El País, que acusa a Tamames de estar dispuesto a legitimar a VOX, como si el hecho de representar esta sigla cerca de cuatro millones de españoles no significase nada en democracia. En la gran campaña disuasora también se afirma que la moción solo beneficiará a Pedro Sánchez, pero todos los argumentos se sostienen desde motivos ajenos a quienes nos atrae escuchar a Tamames. Ignoran que en tiempos ancestrales hasta era obligatorio escuchar al anciano de la tribu. Iván Espinosa, el de Vox, lo reivindica como una forma de reverenciar a los mayores. En el periódico La Razón es Juan Carlos Girauta uno de los pocos que lo aprueba recordando que, ante tanta solemne estupidez y flojera intelectual, es bueno venga alguien del tiempo remoto de la Transición a ver si nos ilumina. Al mismo deseo se une Jorge Bustos que, en una de sus columnas de El Mundo, rinde homenaje a la sabiduría que puede albergar la edad.
Hay quien se trasmuta en gran tribuno para recordar la elevada transcendencia de una moción de censura, como si no hubiéramos conocido las motivaciones de las vividas en nuestro devenir democrático. La primera la presentó en 1980 el PSOE contra Suárez sin ninguna posibilidad de que triunfase, pero para Felipe González fue un espaldarazo definitivo. Su potente discurso lo señaló como futuro presidente y las urnas le dieron la razón. Siete años después, un inesperado y flamante líder popular, Hernández Mancha, quiso repetir suerte. La matemática en el Congreso de los Diputados hacía imposible el éxito y lo sabía, pero esperaba mostrarse capaz de derrotar a Felipe como orador. El fiasco fue absoluto y le costó su recién iniciada carrera política. La moción que en 2018 llevó a Pedro Sánchez a la Moncloa se basó en un ominoso ¡Todos contra el PP! Y la impulsó arteramente Pablo Iglesias.
Lo aprendido muestra que sin mayoría parlamentaria una moción de censura solo sirve para contrastar un discurso y eso es lo que VOX ha pretendido con esa acometividad impaciente que ha conquistado a tantos antiguos votantes del PP. Ahora, tras las vacilaciones que han puesto en duda la moción, y con el taquillaje al completo, por fin podremos verla en la tele con un hecho diferencial respecto a las sesiones del Senado, donde a los quince minutos que el reglamento concede a Feijóo, siguen sesenta minutos de Sánchez que, si le tercia para eludir respuestas, extiende su intervención hasta llegar a Franco. En la moción de censura el que no tiene límite de tiempo es el candidato Tamames y, si las flaquezas de la edad no afectan su palabra, cuando se refiera a la economía española y afirme, por ejemplo, que hay datos artificiales, a quién creeremos ¿a él o a Nadia Calviño? Y si al hacer un diagnóstico del paro o de la sostenibilidad del sistema de pensiones, advierte que la situación es grave ¿a quién creeremos, a él, a Yolanda o a Escrivá? No se trata, por tanto, de convencer a diputados que responden a la férrea disciplina de partido. Incluso Feijóo, que tanto desearía probar la inepcia de Sánchez, anuncia a priori que nadie del PP votará a favor. Políticamente no importa el discurso, pues lo que diga Tamames será oído, pero no escuchado. Son las reglas y no cabe decir, como Groucho Marx, que si no le gustan hay otras. Mas permiten sacar nuestras propias conclusiones, al fin y al cabo, la democracia deja elegir cada cuatro años a quién damos el poder.
Lo que se nos oculta es la autoría de los papeles del discurso. Los escribientes suelen ser varios. Yo mismo me sentí halagado en tiempos de UCD cuando pedían algún papel. El premio era íntimo: escuchar el discurso de tu líder esperando que una frase tuya, un argumento, una idea, fuera incorporada. Como conozco a Ramón Tamames, admirable por atributos y experiencias vividas, dejo aquí unas notas para su discurso, aunque tengo por cierto que poco se escapa a su contemplación. Ya no estamos en aquel triste tiempo premonitorio de nuestro sucio pasado que hizo exclamar a Ortega lo que pasa es que no sabemos lo que nos pasa. Ahora sabemos que en el Gobierno hay personas de escasa preparación con teorías de izquierda que han fracasado allí donde se aplicaron. Nos irritan más por su contumacia, basta mirar el efecto de la ley del sí es sí, pero serían irrelevantes si no fuera porque la pulsión de poder de Sánchez se ha impuesto sobre los genes democráticos que mostró el PSOE en la construcción de nuestra democracia.
Espero que Tamames plantee preguntas, incorporando sus respuestas, al problema más destructivo de nuestra convivencia como es el independentismo, al que Sánchez ha pretendido saciar suprimiendo el delito por el que fueron juzgados sus autores para que puedan repetirlo. Se trata -dice- de desinflamar Cataluña ¿Cómo? Haciendo que un gran número de españoles que allí viven no puedan estudiar en su idioma natal, que además es el oficial; permitiendo que en las universidades se depure a un profesor o se le presione por los contenidos; dejando que en los edificios públicos se simbolice el independentismo; o que destinen millones a embajadas catalanas. Y qué decir sobre si pactar con los herederos de ETA, cuyo portavoz declara sin reparo que su deseo es destruir España, no es una degradación de nuestra democracia.
Así, pues, que Tamames tome la palabra, aunque Feijóo se ausente para no escucharla.