¿Es la indolencia del pueblo español corresponsable de la corrupción política e institucional que padecemos?

«Como combatir el virus de la indiferencia que nos impide luchar contra fenómenos como la apatía o la sumisión a poderes establecidos que coartan la libertad del ciudadano, que impide las críticas a la intolerancia y al arte del fingimiento en la política»

¿Es la indolencia del pueblo español corresponsable de la corrupción política e institucional que padecemos?
Jesús de Dios Rodríguez
Por
— P U B L I C I D A D —

Las democracias occidentales modernas están bajo el asedio y el auge del autoritarismo, es esta una cuestión que debería preocuparnos, que nos llevara a tomar un mayor protagonismo en evitación de males mayores ya que estamos en plena vorágine destructora de la Democracia. Cada vez son más las voces que alertan sobre esta situación y de sus posibles consecuencias para una sociedad que se deja influir y llevar por las simplificaciones y manipulaciones que muchos políticos extremistas esgrimen nutriéndose y reivindicando un pasado teóricamente «mucho mejor». Cada época ha sido como ha sido y no tiene por qué ser mejor ni peor.

Vengo analizando y alertando desde hace ya algún tiempo mi asombro por la indiferencia que muestra la sociedad española ante el lamentable espectáculo que a diario nos destapan, a través de todos los medios de comunicación, casos de corrupción de toda clase —que por cierto ya ningunos tapan ni ocultan— las interesadas tergiversaciones del discurso y las perversas e intencionadas fake news para mayor desconcierto de la sociedad. El discurso político brilla por su ausencia, ahora este ha sido sustituido por todo tipo de insultos e inmundicias, ciertas o no, simples o graves, el objetivo no es otro que el de destruirse de una forma chabacana los unos a los otros; las noticias nos apabullan y nos retraen con estos ordinarios enfrentamientos, no existe oferta política alguna solo la descalificación más voraz y destructora, el fin no es otro que «difama que algo queda»; lo más lamentable y preocupante es que para llevar a efecto esta vulgar estrategia se esté utilizando a jueces, fiscales y juzgados con el único fin de derrotar y eliminar a cualquier adversario, ¿es esta la nueva forma de hacer política? Otro factor que hay que tener en cuenta es el apoyo y la cobertura incondicional que les prestan los medios de comunicación a esta casta de políticos para que consigan sus fines. Nos inundan a todas horas con noticias y tertulias donde de una forma sibilina les van dando forma a sus pretensiones y matiz a sus insultos para justificar tan lamentable espectáculo. ¿Qué lleva a todos estos medios de comunicación a prestarse tan gustosamente a este vil y suicida juego político en su despiadada batalla por conquistar o mantenerse en el poder? Esta forma tan vulgar y barriobajera, tan sucia de hacer política está conduciendo a nuestra sociedad a un desconcierto y un enfrentamiento muy peligroso. Qué pena ver a lo que ha quedado reducido ese cuarto poder que fue la prensa. Me cuesta creer que después de todo lo que hemos aprendido durante el largo camino recorrido no hayamos sido capaces de reconducir y cortar esta desagradable y peligrosa situación a la que estos pseudopolíticos nos están abocando. ¿Qué nos lleva a aceptar y justificar con nuestro voto a políticos y partidos, sean del color que sean, sumidos en este caos permanente de ineficacia y corrupción y cuya obsesión no es otra cosa que defender sus intereses personales?

Cuesta trabajo entender como el pueblo soberano, —suena a broma de mal gusto esto del pueblo soberano— sigue aceptando e ignorando la complicada situación en la que nos ha metido esta casta política y no se rebele ¡YA! contra estos gestores públicos. Es necesario una contundente respuesta ante tan generalizado y vergonzoso comportamiento, a esta forma de entender lo que es hacer política; ¿Qué oferta y que proyectos proponen para resolver los graves problemas que se nos presentan a diario? Estamos ante un negro futuro y resulta desalentador seguir prestando atención a las burdas mentiras con las que nos tratan de entretener para seguir instalados en su mundo fantasioso. Mientras ¿Quién y cómo resuelve problemas tan importantes como los de la vivienda, la sanidad, la educación, el trasporte, la seguridad ciudadana, la inmigración, la violencia de género, el uso y abuso incontrolado de las redes sociales… etc. etc.?

¿Debo de imaginar que el problema es que hay una gran parte de la sociedad española que esta «comprometida o acobardada por verse abocada a perder su estatus de vida» si deja de apoyar a ciertos partidos o a algunos de los lideres en el poder? ¿Qué es lo que defendemos o porque nos alineamos entonces con los que provocan esta situación tan execrable? ¿ese suelo en votos del que gozan tanto PSOE como PP es un voto comprometido por algún motivo determinado o por afinidad ideológica? ¿no es suficiente motivo este para que haya una reacción generalizada por parte de la sociedad española de rechazo y de rebelión ante tanto desmán y falta de respuestas? ¿es esto lo que esperábamos de estos personajes que votamos en su día? Deberíamos de ser conscientes que toda esta desbordada y generalizada corrupción que padecemos la estamos pagando de nuestros bolsillos religiosamente.

Tendríamos que empezar a replantearnos de una vez por todas si estamos en el lugar y en la forma que en su día elegimos para garantizar nuestro futuro y el de las nuevas generaciones que estaban por llegar. ¿Qué hay y en qué medida nos condiciona ese gobierno mundial de pensamiento único que controla y dirige a los demás gobiernos nacionales?, ¿sabemos en realidad que es la democracia?, ¿somos conscientes del papel que jugamos en un sistema democrático? Son muchas las incógnitas que nos tenemos que plantear y, por supuesto, afrontar y resolver si queremos llegar a alguna solución que nos facilite y garantice un futuro más estable y próspero.

La democracia es un sistema político y de organización social en el que se confiere el poder de decisión en la conducción del Estado (es decir, la soberanía) al pueblo, que se expresa mediante la voluntad de la mayoría. Este poder puede expresarse de forma directa o indirecta y, dentro del marco de la democracia, se espera que las instituciones ejecuten y defiendan la voluntad del pueblo, que les transfiere o delega el control del Estado en mayor o menor medida. Los representantes elegidos bajo un sistema democrático deben velar por los intereses de toda la población y se les exigen determinadas responsabilidades. Esto implica no incurrir en actos deshonestos ni poner intereses personales sobre el bien común. ¿se cumple actualmente esta normativa?

La Constitución Española que todos votamos en 1978, en su artículo 1, deja bien claro cuáles son los principios fundamentales sobre los que se asienta el Estado español y su modelo de convivencia. El artículo señala que la «soberanía nacional», es decir, el poder supremo para tomar decisiones en el país, reside en el pueblo español. también indica que el fin último del Estado es garantizar la convivencia en libertad, justicia, igualdad y pluralismo político. De igual manera la Constitución Española, en su artículo 9, contiene un principio esencial en un Estado democrático: «la legalidad». Los poderes públicos deben actuar conforme a la ley y no ante sus propias voluntades. Esto limita la posibilidad de abuso de poder y asegura un sistema democrático saludable. Esto significa que la Constitución protege y promueve valores como la libertad de pensamiento y de expresión, el respeto a las diferencias y a la diversidad, la igualdad de oportunidades para todos, y la búsqueda continua de justicia. En resumen, este artículo sienta las bases para que España sea un país democrático, social y plural, en busca de una convivencia armónica y en respeto a los derechos y las diferencias de sus ciudadanos. Vamos, que deja claro que en una democracia el poder lo ostenta el pueblo.

¿Es esto real? O, ¿quizás no lo hemos entendido debidamente? ¿Sabíamos bien o no teníamos suficientemente claro lo que votábamos? ¿Qué intereses o que compromisos pueden impedirnos defender nuestros derechos por encima de los intereses de los partidos y los políticos en general? ¿Qué nos lleva a votar y defender ciega y repetitivamente a partidos y políticos con implicaciones y comportamientos de dudosa moralidad? Demasiadas preguntas, demasiadas dudas, demasiadas incógnitas por resolver.

La realidad, nos cueste lo que nos cueste aceptarlo, es que no vivimos precisamente en una democracia, estamos ante un sistema neoliberal totalitario, nos han metido de lleno en un pensamiento único que nos está devolviendo a la edad media. Y lo peor de todo esto es ver cómo nos hemos dejado engañar y manipular por una elite, una oligarquía que se ha ido adueñando hasta de nuestro cerebro, nos han robado no solo la cartera, nos han robado hasta la libertad de pensar, la libertad de decidir, nos han diseñado y marcado el futuro que tenemos que vivir y lo estamos aceptando obedientemente y sin rechistar. Creo que podríamos hacer algo más. Yo me preguntaría: ¿estamos seguros de que a la larga nos beneficia en algo defender a capa y espada a cualquiera de las opciones políticas actuales? ¿somos conscientes de lo que les estamos dejando a las nuevas generaciones? Todos los que participamos en aquella operación prodigiosa de «la Transición del 78» ya creamos una generación mal educada y alentada en exceso a exigir todo tipo de derechos ante cualquier compromiso que tuvieran que tomar sin advertirles y enseñarles que los derechos tienen como contrapartida obligaciones, responsabilidad, esfuerzo y trabajo duro. Ahora estamos ya en una nueva generación, y seguimos sin tomar conciencia y exhibiendo como contrapartida una nostalgia motivada quizás por aquellos años que vivimos y que fueron prósperos, llenos de oportunidades y muy diferentes a los actuales. Estamos ante una alocada y poco realista generación completamente manipulada y dirigida a través de políticas basadas en derechos banales carentes de valores, dirigidos por las nuevas tecnologías de la comunicación y la parte más contaminante de la IA. Y ante la pregunta ¿Qué vamos a hacer? Lo único que se nos ocurre a estas alturas es ¿rememorar y echar en falta aquel pasado tan maravilloso al que renunciamos con sonado estruendo y maldiciendo la brutal represión por la que nos hizo pasar? Creo que hace falta un poco de sentido común y de buena voluntad.

En realidad, no parece interesarnos ni aceptar que actualmente los líderes despóticos que hemos ayudado a crear no llegan solos al poder; lo hacen aupados por aliados políticos, ejércitos de burócratas y unos medios de comunicación que les allanan el camino y apoyan sus mandatos. Asimismo, los partidos nacionalistas y autoritarios que han ido tomando relevancia en las democracias modernas ofrecen unas perspectivas que benefician exclusivamente a sus partidarios, permitiéndoles alcanzar unas cotas de riqueza y poder inigualables.

Lo que tenemos (políticamente hablando) nos lo hemos buscado nosotros y la solución está en el voto. Démosle la vuelta a la situación. Lo que hay no es lo que se suponía debía ser, no nos sirve pues esta caduco y obsoleto, es un cáncer de consecuencias fatales; cambiemos por completo a todo este entramado político que hemos creado y que nos asfixia y nos arruina, busquemos nuevas oportunidades a través de asociaciones y grupos sociales con auténticos intelectuales y profesionales independientes a la cabeza, personas que sepan dar soluciones a todo este conflicto de intereses y mamandurrias que nos dominan. No hay más, según la Constitución el pueblo es soberano y con su voto decide quien, y como quiere que se gobierne, como se administra la justicia y quien determina su libertad.

Por lo tanto, si somos conscientes de esta decadencia ¿Qué nos impide de una vez evitar que esta situación se siga prolongando un día más? ¿Qué tememos perder? La cuestión es: ¿cambiamos el curso de esta triste historia? O, por el contrario, si es imposible cambiarla ¿qué acciones debemos tomar y que medios debemos de poner en práctica para combatirla y dejar de permitirla? Ya está bien de falsear e interpretar la historia de forma interesada.

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