Se hace el recuento de votos y el sí obtiene un 92,73%, mientras que la opción contraria a la independencia obtuvo el 7,27% de los sufragios según los datos preliminares difundidos por la comisión electoral. La difusión de los resultados enfureció al Gobierno. Durante las horas previas, se había instado a los líderes independentistas a renegar del plebiscito. «No habrá jamás diálogo sobre el resultado del referéndum», se alertó en una alocución en el Parlamento los días previos. «Si quieren iniciar conversaciones, deben cancelar la consulta y su resultado». Su advertencia no surtió efecto. «Impondremos la ley en todas zonas de la región con la fuerza de la Constitución», prometió un alto mandatario del gobierno central. Poco después, el Hemiciclo aprobó una batería de doce medidas encaminadas a castigar la rebeldía de la región autónoma. «Si esta decisión significa castigar al pueblo por organizar un referéndum y decidir su destino, ninguna conversación llegará a buen puerto», añadió un representante de los separatistas.
Estas declaraciones podrían ser perfectamente asumibles por el Gobierno central y el ejecutivo autonómico catalán, pero realmente corresponden a declaraciones surgidas a raíz de la celebración del referéndum reciente en el Kurdistán, donde los kurdoiraquies votaron en favor de la independencia y que Puigdemont pone como ejemplo para Cataluña, donde asistiremos al principio del fin, o al final del proceso, pero pagando por este nefasto 1-O, un altísimo coste para la convivencia.
Escucho reiteradas veces un discurso sacado de los peores momentos del franquismo, hablando de represión, de limitación de derechos y de acallar la disidencia, invocando a una democracia malentendida a favor del derecho a decidir que se contrapone a la defensa del estado de derecho defendida por los que de verdad creemos que las reglas del juego de un estado democrático y libre, se basa en el respeto a las leyes.
En este confuso escenario, me crea especial curiosidad escuchar a los jóvenes universitarios catalanes. Cada vez que entrevistan a uno de ellos, pongo en alerta todos mis sentidos, a la vez que activo la máquina del tiempo para recordar los argumentos que empleábamos en las aulas en aquellos tiempos de cielos y personajes de color gris. Era una época en la que teníamos a la policía más culta del mundo, pues todas las mañanas aquellos guardias vestidos de gris, aparecían en el campus universitario coincidiendo con las primeras clases mañaneras, aunque no venían a estudiar… pues en lugar de llevar los libros en la mochila como hacíamos los demás, llevaban una porra en la mano, blandiéndola cual tizona antisubversiva. No queridos estudiantes, no son los mismos tiempos, afortunadamente.
Los estudiantes siempre serán la vanguardia de cualquier levantamiento contra el poder. Lo fueron contra el franquismo y lo han sido contra las distintas reformas educativas. De estas últimas recordaremos al famoso Cojo Manteca un punki hortera poligonero, que utilizando una de sus muletas rompía un cartel del metro y algunas farolas, lo cual le permitió alzarse con el efímero protagonismo de la protesta estudiantil. Manteca contribuyó a estimular el vandalismo de grupos que se sumaban cada día a las manifestaciones, deseosos de emular su hazaña, reproducida una y otra vez por la televisión. Entonces no había redes sociales, pero las imágenes repetidas sin cesar, sirvieron para identificarlo y que fuera procesado por los destrozos. Hoy sería un youtuber con miles de seguidores y seguro que los de la kale borroka y de la CUP borroka, lo habrían llenado de likes y seguidores y puesto en lugar preferente a la derecha de Arnaldo Otegi.
La radicalización de las declaraciones, las presiones y coacciones, dejan poco margen para el optimismo. Se alude a la libertad de expresión, siempre y cuando sea esta favorable a las tesis independentistas, tachando de fascistas a personajes cuya hoja de servicios como demócratas con solera, es intachable. Me refiero a la incalificable e injusta campaña contra Joan Manuel Serrat, un catalán que jamás renunció a tal condición y que en pleno régimen de Franco, se negó a ir a Eurovisión representando a España, si no podía hacerlo cantando en su idioma natal. Eso era por el año 1966 y el dictador, aun tendría tiempo de firmar varias sentencias de muerte años después. Desafiar a Franco en aquella época era toda una temeridad y aquel gesto fue un acto de reivindicación de la cultura catalana ¡Con un par!
Me duele como si fuera propio, el ataque a tal icono de la libertad como siempre ha sido y será Serrat, al que durante tantos años los voceros del franquismo han tachado de separatista antiespañol por su negativa eurovisiva. Son esos mismos los que ahora se explayan en las redes sociales defendiéndolo y poniéndolo como ejemplo de la resistencia al procés. Me indignan igualmente aquellos que tantas veces han insultado a Jordi Évole, tachándole de amigo de etarras e independentistas y ahora lo consideran el adalid de la defensa de la unidad patria por su brillante entrevista a Puigdemont. No señores, ni antes eran unos rojos peligrosos, ni ahora son héroes antireferendum. Son simplemente demócratas que creen en las leyes y admiten las reglas de juego en vigor.
Difícil es también la postura de Pedro Sánchez, al que justo el mismo día del simulacro de referéndum, se cumplirá un año del vergonzoso episodio que acabó con su primera etapa al frente del PSOE. Los que tacharon a Sánchez de político de corto recorrido, han tenido que agachar la cabeza y reconocer su liderazgo. Pero para conmemorar la efeméride, Susana Díaz a modo de regalo de cumpleaños, le ha echado un pulso a su jefe a cuenta de la moción que se debatirá en el Parlamento de Andalucía sobre el soberanismo catalán, que impulsa C`s y no tiene el plácet de Ferraz. Cosas de la ex lideresa, que aún sigue contando avales.
Rajoy ha necesitado escenificar la unidad de defensa de la Constitución y el estado de derecho, haciéndose la foto con el líder socialista, si bien esto no implica un cheque en blanco para que el gobierno actúe imprudentemente. No han gustado las formas, ni los modos con los que ha actuado el inquilino de la Moncloa y su partido, culpables de esta situación por una falta evidente de dialogo y un recurso contra el estatut, hecho desde la frivolidad y la irresponsabilidad, haciendo gala de un patrioterismo más propio del Capitán Alatriste, aquel personaje de Arturo Pérez-Reverte. Sin aquel tremendo error, el independentismo y el victimismo que desde entonces ha caracterizado a los nacionalistas catalanes, no habría derivado por estos derroteros. La repetida táctica de Rajoy de dejar que los asuntos adquieran la pátina del tiempo para que ellos solos se arreglen, han tenido su peor ejemplo en esta malísima gestión de la cuestión catalana.
No sabremos qué pasará el 1-O que más parece un resultado de un partido de fútbol dominguero entre el Manlleu y el Mollerusa de la potente lliga catalana de su primera división estelada, patrocinada por los espetecs de Casa Tarradellas. Triste es que tan ilustre y leal apellido acabe de sponsor futbolero. Un iluminado asesor de Puigdemont ferviente independentista, le ha propuesto que si proclaman la independencia, lo siguiente es cambiar el nombre del emblemático Hospital de la Santa Creu y Sant Pau, una de las obras del genial Antonio Gaudí, para denominarlo Hospital 1 de Octubre, conmemorando la fecha de partida de la nueva república. Menos mal que dicha ocurrencia la consultó dicho alto cargo con su padre que es de La carolina, el mismo pueblo de la abuela del president y le dijo que ese nombre lo tuvo un hospital de Madrid y que se lo pusieron en conmemoración al día que Franco fue proclamado jefe del estado. Dicho hospital ahora se llama 12 de Octubre y el bello edificio hospitalario barcelonés, tampoco cambiara de nombre porque el 1-O no cambiará absolutamente nada, ni nada habrá que conmemorar.
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