En la mitología griega el todopoderoso dios Zeus transformado en un toro de color blanco, secuestra a la princesa fenicia Europa, para convertirla en su concubina llevándosela a través del mar hasta la isla de Creta, donde la sedujo con regalos. El mito fue recogido tanto en la literatura como en el arte, donde sus representaciones plásticas fueron numerosas.
Durante el curso de la 1ª Guerra Mundial apareció un nuevo “Zeus” planetario por su consideración de primera potencia, en la que se daba un rápido crecimiento industrial y una gran acumulación de capital (ya que ésta no le había afectado), que se enriqueció con la venta de armas y la prestación de dinero con intereses de carácter ideológico, social y cultural, a través de diversas organizaciones, tanto gubernamentales como privadas, que coexistían y se apoyaban para las ayudas a Europa tras su destrucción bélica. El papel jugado por algunas de esas organizaciones ha sido analizado por diferentes autores como Ludovic Tournés (“L’argent de l’influence”) o Frances Stonor Saunders (“La CIA y la guerra fría cultural”), entre otros en la reconstrucción europea.
Por aquella época el nuevo “Zeus” concentraba casi el 50% del PIB mundial, con menos del 7% de la población, lo que suponía la mayor riqueza del mundo conseguida gracias a la habilidad financiera, industrial y social de algunos de los apellidos más ilustres de su población y de ese “fundamentalismo teológico-político” que describe Johan Galtung (“Fundamentalismo USA”) como “la nación más cercana a Dios” tal como lo concibieron sus fundadores, lo que suponía “la sustitución del sistema internacional clásico, con fronteras y reglas fe funcionamiento bastante precisas, por un sistema social mundializado en que se producen fenómenos parcialmente contradictorios: globalización, regionalización, fragmentación y localización”. En el Olimpo mundial se imponen los proyectos, deseos y hasta caprichos del “Zeus” todopoderoso que, en parte enamorado y en parte celoso de una Europa llena de belleza, conocimiento y seducción, había creado imperios y colonizado tierras a lo largo de los siglos.
Quizás por estas razones, el “Zeus” recién entronizado que ya no puede conquistar y colonizar territorios para formar un imperio, opta por la seducción que le proporciona su poder y su dinero, para colonizar sociedades a través de la propaganda mediática, cultural y científica, abundantemente regada con dinero por todo tipo de fundaciones, organizaciones, “lobbys” e ídolos prefabricados de enorme influencia social. Son los “regalos” del dios a la apetecible Europa, tras haber consumado su rapto ideológico, político y económico a través de redes sutiles tejidas desde centros neurálgicos apropiados.
Ya en el Tratado de Versalles (1919) se estructura el mapa europeo bajo esa gran influencia, condenando a Alemania a compensar los daños causados al resto de los países, imponiéndole sanciones económicas sin que los alemanes pudieran intervenir en el mismo. Las deudas de guerra de los aliados que no se pudieron hacer efectivas, traería la crisis de Wall Street de 1929. Europa estaba ya en el proyecto político de “Zeus” que impuso su moneda en Bretton Woods (1944) como referencia monetaria mundial a través de Naciones Unidas, el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional y, en la Conferencia de Yalta (1945), se consolidaría el reparto de poder entre “Zeus” y la otra gran potencia política: la URSS, muy debilitada tras la contienda.
Sería de nuevo otro conflicto bélico (la 2ª Guerra Mundial) provocado por (según algunos autores) por el resentimiento alemán hacia las condiciones que se impusieron en Versalles, el que contribuyó a consolidar más definitivamente el poder de “Zeus” sobre Europa, a la que relegó al papel de “mantenida” tanto en el plano político, como en el social, cultural y económico, dándose el caso de que, de nuevo, el todopoderoso “Zeus” ejerciera sobre ella todos sus derechos de “macho Alfa”, ya que fue la única potencia que se enriqueció a causa de la guerra.
En este contexto hay que situar la guerra ideológica y cultural surgida de la “protección a la democracia” de instituciones conservadorasamericanas (luego sería al revés) partidarias del intervencionismo de “Zeus” en todo el Planeta y de la imposición por cualquiera de las formas del “modelo” o “patrón” divino convirtiéndose en los guías espirituales de otros pueblos por una especie de mandato superior, algo que afectó a su amante Europa dirigida, monitorizada, controlada, vigilada y sometida (con alguna ligera resistencia como la francesa) a su raptor. Esto se extendería a lo largo y ancho del mundo bajo la premisa de que el fuerte “Zeus” siempre dominará a los débiles (Europa y otras naciones), en una especie de “darwinismo social” con la selección de los más aptos: “el éxito en la vida mundana era la prueba de estar entre los justos o elegidos de Dios” (Galtung).
Europa o, mejor dicho, la llamada Unión Europea que en principio se atribuyó a los llamados “padres de Europa” (el alemán Robert Schuman y el político Jean Monnet, fueron los autores intelectuales del Tratado de París -1951- como intento de reconstrucción de relaciones franco-alemanas a través de la CECA o tratado del carbón y el acero), ya había empezado a ser cortejada y seducida por ese “Zeus” tan poliédrico que se manifestaba en su poder bajo diferentes formas y al que no se podía oponer resistencia al contar con el apoyo de Dios.
Con Europa, fueron abducidos todo un tropel de escritores, artistas, científicos, políticos (o aspirantes a serlo) que formarían la corte de ese Olimpo imperial, global y mesiánico, donde el dinero corría a lo largo y ancho de la grandeza de “Zeus”, imponiéndose modas, formas de vida (“way of life”), estilos, comidas, bebidas, indumentaria, industria, formación, economía, tecnología, urbanismo, música, arte, literatura, teatro, cine…. todo aquello que serviría de “propaganda” (Berneys) en las mentes moldeadas previamente por los medios de comunicación.
Europa fue -y ha seguido siendo- la concubina principal de “Zeus”, sujeta a sus caprichos, veleidades y deseos. Incluso el que manifestaba George Washington al marqués de La Fayette: “Un día, sobre el modelo de EE.UU. de América, llegarán a existir los EE.UU de Europa” recogidos por el escritor Victor Hugo y que más recientemente, en el Tratado de Roma (2004), sería incluida así por Giscard d’Esteing. El problema es que Europa quedó amortizada, sin pulso ciudadano, político, científico, industrial o social desde hace mucho tiempo, envejecida y sometida a poderes globalistas que pretenden utilizarla en su provecho. Ha perdido su hermosura y lozanía desde que fue raptada y violada por Zeus y difícilmente las recuperará si no es con un proyecto propio europeo que, tal como están las cosas, es impensable.