El nacionalpopulismo y una parte de la izquierda española que ha derivado al nacionalismo independentista, vienen celebrando la conmemoración de la proclamación de la II República reclamando el derecho a decidir en Cataluña, la España plurinacional, y el derecho a la autodeterminación, que la Constitución de la II República, que se constituyó como un Estado integral, compatible con la autonomía de los municipios y las Regiones (art.1º), no reconoció nunca, sino sólo las autonomías regionales para las que se aprobaron los Estatutos del País Vasco en 1936, y en el de Cataluña en 1932, sin concesión alguna al nacionalismo soberanista, ni reconocimiento alguno de ninguna realidad nacional (Indalecio Prieto).
Ninguna Constitución democrática del mundo reconoce el llamado “derecho a decidir”, solapado en el derecho a la autodeterminación, que sólo se podrá reconocer mediante una reforma constitucional que exige para su aprobación una mayoría de tres quintos de cada una de las Cámaras, conforme al art.167.1 de la Constitución Española. El derecho a la autodeterminación externa, esto es, a la secesión o a la independencia, no tiene cabida en el marco constitucional de la Constitución de 1978, ni en el derecho internacional, que sólo lo ha contemplado en los procesos de descolonización al amparo de las Declaraciones de la ONU sobre la concesión de la independencia a los países y pueblos coloniales, aprobada por la resolución 1514 (XV) de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en la que se recoge el derecho de autodeterminación de los grupos minoritarios a separarse de la entidad política superior si los derechos humanos de los mismos son denegados, pero declara terminantemente que «todo intento encaminado a quebrantar total o parcialmente la unidad nacional y la integridad territorial de un país es incompatible con los propósitos y principios de la Carta de las Naciones Unidas».
Tampoco tiene cabida la autodeterminación en los Tratados de la Unión Europea, como ha demostrado el catedrático socialista de Derecho Internacional Manuel Medina Ortega en su reciente libro “El derecho de Secesión en la Unión Europea”. En el caso de que se llegara a producir la independencia de una parte del territorio de uno de los Estados miembros de la Unión Europea, ésta se vería obligada a seguir el procedimiento de admisión previsto en los Tratados que requiere la unanimidad de los Estados miembros, incluido el voto del Estado matriz. En conclusión: aunque Cataluña lograra hipotéticamente la independencia, no sería reconocida como Estado ni por la ONU, ni por la Unión Europea, ni siquiera como Estado tercero respecto de ésta. Desde su fundación en 1945, como ha recordado el historiador Angel Viñas, la ONU no ha admitido ningún nuevo Estado fuera de los casos de descolonización.
Como militante socialista he criticado a Pedro Sánchez cuando ha sostenido que el problema del secesionismo catalán se soluciona con el diálogo y la errónea “estrategia del apaciguamiento”, ya que la historia demuestra que la impunidad de los golpistas secesionistas los hace cada vez más fuertes y osados, como se está demostrando a pesar de los intentos de dialogo que ha tenido el Gobierno con la Generalitat. El nacionalismo dentro de un Estado es un ente al que no se puede apaciguar ya que tiene como meta irrenunciable la independencia, extremadamente alta e imposible de conseguir sin un enfrentamiento directo, como lo demuestra la lección de la historia: El Frente Popular indultó a la Generalitat, cuyos miembros fueron condenados a 30 años de prisión y a la disolución de la autonomía por el Tribunal de Garantías Constitucionales de la II República por la rebelión militar contra ésta el 7 de octubre de 1934, a pesar de lo cual los secesionistas catalanes traicionaron a la Segunda República en la guerra civil en la vanguardia, y apoyaron el alzamiento militar contra ella (Vicenc Navarro, Diario Público de 24 de junio de 2010), como denunciaron Negrín, en noviembre de 1938, con ocasión del Consejo de Ministros celebrado en Pedralbes; y Azaña, en los artículos escritos en Collonges-sous-Saléve ( Francia) en 1939 : “Cataluña en la guerra, y la “insurrección libertaria y el «eje» Barcelona-Bilbao”, en los que escribió¨: “Los hechos, parecen demostrar que, con monarquía o con república, en paz o en guerra, bajo un régimen unitario y asimilista o bajo un régimen autonómico la cuestión catalana perdura como un manantial de perturbaciones, de discordias apasionadas, de injusticias. Es la manifestación aguda, muy dolorosa, de una enfermedad crónica del cuerpo español”, asumiendo así el criterio de Ortega y Gasset cuando en el debate de 13 de mayo de 1932 sobre el Estatuto de Cataluña, sostuvo que: ”El problema catalán es un problema que no puede resolverse. Ha existido antes de la unidad peninsular, y seguirá siendo mientras España subsista, por lo que sólo puede conllevarse. No presentéis vuestro afán en términos de soberanía, sino de autonomía, porque entonces no nos entenderemos”. Creo también, con Ortega, que “un Estado en decadencia fomenta los nacionalismos, y que un Estado en buena ventura los desnutre y reabsorbe”, y que “el nacionalismo es el hambre de poder templada por el autoengaño”.
Recientemente el historiador J.F. Fuentes ha revelado que los separatistas catalanes Nosaltres Sols!, de posiciones abiertamente racistas, ahora admirados y denominados por Torras “pioneros de la independencia”, mantuvieron contacto poco después de la victoria del frente Popular y en plena guerra civil con Hitler, ofreciéndole colaboración y grupos armados para que apoyara la independencia de Cataluña, destacando las similitudes históricas entre el pangermanismo y el pancatalanismo, lo que demuestra los orígenes fascistas y supremacistas de Torras y del nacional populismo conservador catalán.
Al conmemorar el aniversario de la proclamación de la II República es preciso recordar que el PSOE defendió durante ésta, sin complejos, la unidad de España. Largo Caballero al finalizar la guerra civil, exclamó: “¡Y que nos hayamos embarcado con esta gente”! , en referencia a los nacionalistas independentistas. Pablo Iglesias, fundador del PSOE y de la UGT, había escrito en 1899: “los obreros castellanos, los obreros de España, saben bien que en todas esas alharacas,-en referencia a los independentistas-, no hay una frase a favor de las clases oprimidas (…) sino miserables y egoístas intereses” (El Socialista, 20.10.1899).
Cuando en 1901 el catedrático socialista Fernando de los Ríos llega a Barcelona, toma conciencia por primera vez del incipiente nacionalismo catalán, al que consideraba empobrecedor y perjudicial para Cataluña, y una “evolución regresiva” que marginaba los grandes temas europeos, y que, en lugar de aunar voluntades se proponía a alejar de si a los no nacionalistas. Ni siquiera su admirado Maragall, concluía don Fernando, «puede desconocer cuán estrecho es el cauce que ellos han abierto para que por él se deslice la vida la vida nacional, y cuán reñido está el nacionalismo con el espíritu moderno«.
El Dr. Negrín, presidente socialista del Gobierno de la II República, en noviembre de 1938, con ocasión del Consejo de Ministros celebrado en Pedralbes, afirmó, según refiere Julián Zugazagoitia: «No estoy haciendo la Guerra contra Franco para que nos retoñe en Barcelona un separatismo estúpido y pueblerino. Estoy haciendo la guerra por España y para España, por su grandeza y para su grandeza. No hay más que una nación: ¡España!. No se puede consentir esta sórdida y persistente campaña separatista y tiene que ser cortada de raíz si se quiere que yo siga dirigiendo la política del Gobierno, que es una política nacional. Nadie se interesa como yo por las peculiaridades de la tierra nativa. Amo entrañablemente todas las que se refieren a Canarias y no desprecio sino que exalto las que poseen otras regiones, pero por encima de todas ellas está España. Quien estorbe esa política nacional debe ser desplazado de su puesto. De otro modo dejo el mío. Antes de consentir campañas nacionalistas que nos lleven a desmembraciones, que de ningún modo admito, cedería el paso a Franco. En punto a la integridad de España soy irreductible y la defenderé de los desafueros de los de adentro».
En el discurso pronunciado en Cuenca el 1º de mayo de 1936, Indalecio Prieto dijo lo siguiente: ”A medida que la vida pasa por mí, yo, aunque internacionalista, me siento cada vez más profundamente español. Siento a España dentro de mi corazón y la llevo hasta en el tuétano mismo de mis huesos. Todas mis luchas, todos mis entusiasmos, todas mis energías, derrochadas con prodigalidad que quebrantó mi salud, los he consagrado a España. Mis dos grandes amores son el partido socialista y España, pero si alguna vez hubiera contradicción entre ellos, que no deseo se produzca nunca, elegiría los intereses de España”.
El año 1932, un “socialista”, Antonio Zugazagoitia, desconocido para muchos, escribió en su Panfleto Antiseparatista: “Español sobre todo, la Republica está subordinada a España. El izquierdismo español, solo ha de querer el auge y la grandeza de nuestra patria. Al socialismo español, solo caben dos opciones, o bien, pactar con el piojoso separatismo, sectario y reaccionario, o crear un grande y profunda conciencia española.”
Celebro que Pedro Sánchez se esté posicionando sin fisuras contra el independentismo catalán al asegurar categóricamente en una entrevista en la Sexta que no habrá ni independencia ni referendum en Cataluña, fiel al legado socialista de la República, radicalmente contrario a los nacionalismos separatistas, lo que le hace merecedor del apoyo del pueblo español y de no pocos de los socialistas de mi generación. En su excelente libro “El mundo de ayer”, Stefan Zweig, escribió: He visto nacer y expandirse ante mis propios ojos las grandes ideologías de masas: el fascismo en Italia, el nacionalsocialismo en Alemania, el bolchevismo en Rusia y, sobre todo, la peor de todas las pestes: el nacionalismo, que envenena la flor de nuestra cultura europea”.
Foto original: ElPeriodico.com Proclamación de la Segunda República en la plaza de Sant Jaume de Barcelona, el 14 de abril de 1931. /