Han saltado las alarmas para que la sociedad reaccione de una vez, como cuando suenan las sirenas anunciando el bombardeo de la aviación enemiga, el inminente ataque nos hace correr desesperadamente a buscar refugio para protegernos del peligro que se cierne sobre nuestras cabezas.
El estruendoso sonido de las sirenas nos está anunciado clarísimamente el peligro que nos acecha, a donde nos están llevando las teorías político-económicas globalizadoras que nos imponen estos dirigentes salva patrias adscritos al poder neoliberal si no lo evitamos.
El problema de las desigualdades que se han ido generando es que los que las han provocado son los que mejor están disfrutando de ellas. El capitalismo radical compra políticas económicas que solo les benefician a ellos, esto ha generado un “capitalismo popular” para frenar el crecimiento de la inequidad que ha generado la globalización.
En este mundo globalizado los partidos de izquierda se han quedado sin ideas para atajarla mientras el neoliberalismo sigue su política de control sobre los políticos, comprándoles sus políticas e implantando un sistema de ida y vuelta, hoy por ti mañana por mí.
Los políticos actuales ante la falta de capacidad y carencia de recurso para afrontar este tipo de catástrofes se dedican a ir contra corriente, improvisando y queriendo hacernos creer su capacidad para aportar resultados en comparación de los otros, mientras que los que los han puesto siguen engrosando sus cuentas multimillonarias.
El neoliberalismo como la construcción de un arma de consenso ideológico y de un instrumental de gestión macroeconómica y de ordenación microeconómica de las empresas y el estado, lejos de tratarse de una adaptación natural y de una respuesta técnicamente neutra a las dificultades experimentadas por las economías occidentales y por las estrategias de desarrollo tras la crisis de la década de 1970, demuestra como el neoliberalismo fue una contundente y articulada respuesta política concebida por las clases dominantes globales para disciplinar y restaurar los parámetros de explotación considerados razonables tras la proliferación de luchas que recorrieron el mundo tras la segunda guerra mundial.
No pretendo aquí poner en tela de juicio al capitalismo como el mejor sistema seguramente para generar crecimiento y desarrollo tecnológico e innovación, pero sí que hemos visto su incapacidad de auto legitimación política si el Estado no protege a los perdedores, si no protege las reglas del juego dando oportunidades y alternativas para reinventarse a estos.
Las democracias occidentales han demostrado su falta de capacidad a la hora de hacer un más equitativo reparto del beneficio obtenido como consecuencia de la apertura económica, haciendo estallar el pacto social que las mantenía unidas, provocando unas enormes dudas sobre la legitimidad de estas.
Después de la grave crisis padecida en el 2008 ha quedado demostrado la debilidad del proyecto, un proyecto que se ha visto agravado como consecuencia de la fuerte irrupción de los países emergentes y su propio declive demográfico.
Nos han hecho creer en el alto y creciente nivel de bienestar obtenido, pero el futuro para la mayoría de los ciudadanos es desolador, todos estamos convencidos, no ya de que nuestros hijos van a vivir peor que nosotros, sino como tendrán oportunidad de hacerlo sus hijos. Esto choca frontalmente con esos deseos y principios, con ese ideal de progreso que nos llevó a una lucha sinfín a todos desde el final de la II guerra mundial.
Los gobiernos son quienes deberían asegurar la igualdad de oportunidades y el apoyo y protección necesarias a los más desfavorecidos, lo mismo que se apoyó la recuperación económica en el 2008 de los sectores financieros evitando su caída, y cargando sobre las espaldas de todos los ciudadanos los atropellos cometidos durante años de descontrol de estos. Así mismo hemos visto y oído en estos días como países como Alemania, Francia o Italia han mostrado su predisposición a nacionalizar empresas claves por su potencial para garantizar su continuidad, Renault, Air France, Lufthansa, Iberia, etc, etc. El presidente Macron y su ministro de economía Bruno le Mair no titubearon en afirmar que nacionalizarían empresas consideradas baluartes de la economía del país. La actual situación está despejando las dudas sobre la situación que vivimos, en la que no está nada claro que tendríamos que hacer para revertirla. Parece que la riqueza existe y que es necesaria la capacidad y organización adecuada para potenciar los sectores que más la necesitan en esta economía global, tener la valentía para reducir el fraude fiscal y poner freno al poder de los grupos financieros y grandes capitales de la economía mundial, sería un nuevo atropello recurrir a la presión sobre los menos favorecidos y las clases trabajadoras para dar solución a esta nueva quiebra económica.
Si no se corrige esta situación la deslegitimación política será irrecuperable y conllevará a trágicas consecuencias en un inmediato futuro para la sociedad mundial en general.
Se contemplan malos augurios en el horizonte, los personajes que tienen en sus manos corregir esta situación no dan muestras de la capacidad, la valentía, el conocimiento y la decisión moral necesarios para ello. Por el otro lado la sociedad esta aletargada, confusa y poco activa, sería necesario una reacción tan contundente como urgente para que la maquinaria del cambio comenzara a poner a cada uno en su sitio. Es necesario una sociedad activa, implicada enormemente en su futuro, una sociedad participante como valor fundamental y principal del sistema, como base y auténtico motor de la democracia.