La estrepitosa derrota del Partido Popular en las elecciones del pasado 28 de abril me llevó a plantear en las redes sociales —que son nuestro moderno “rincón de pensar”— que “Pablo Casado, con su juventud, su regeneración, sus purgas, y tal, a lo mejor debería meditar sobre su responsabilidad en este resultado y actuar en consecuencia”. La numerosa reacción en uno u otro sentido (pero más en el de que, efectivamente, el líder del PP debería asumir su culpa en la debacle) hizo que José Luis Heras, que siempre me está enredando en unas cosas u otras, me pidiera una ampliación de la idea, que me apresuro a ofrecerles.
Hemos oído, en las escasas cuarenta y ocho horas que han pasado desde que el PP perdiera la mitad de su fuerza en el Congreso y su mayoría absoluta en el Senado, de periodistas, analistas y del propio Casado, razones tales como que se ha debido al fraccionamiento del voto de la derecha, a la factura que ha pasado al PP las últimas actitudes de Rajoy y en pocos, muy pocos casos, al error de planteamiento de la campaña (y de todo su liderazgo) del bisoño presidente.
Allá por junio de 2018, cuando empezaban las bofetadas por la presidencia del PP entre demasiados candidatos para lo que eran las primeras “primarias” en la formación azul, ya éramos muchos los que manteníamos que, a pesar de su proyección de futuro, Casado estaba “verde” para la responsabilidad. Pero vino muy bien aquel joven criado a los pechos de Aznar para que los derrotados en la primera vuelta, los seguidores de Cospedal y de esa especie de Visir Iznogoud (ya saben, aquel que quería ser Califa en lugar del Califa) y notorio conspirador, incluso cuando estaba en el Gobierno a las órdenes de Rajoy, que es García Margallo, pusieran el pie a la clara ganadora de la primera vuelta, que había sido Soraya Sáenz de Santamaría.
Y ese fue el primer error del PP. Y como todos los errores que no se enmiendan de principio, sus efectos se fueron ampliando hasta este desastre de las urnas. Porque Casado, uno de cuyos primeros atractivos (aparentemente) era el parecido en edad e imagen con Albert Rivera, el Niño Maravilla, enseguida mostro que, bajo su presidencia, el PP viraba a la derecha. Porque él, Casado, es que es de derechas.
Pero resulta que, mira tú, a su derecha había crecido un hongo que crecía a la sombra de lo que muchos consideraban tibieza o blandura en el argumentario popular. Y para agostar el champiñón, Casado se ha hecho, en estos nueve meses, más de derechas aún; defenestrando, además, por el camino, a la mayor parte de quienes sostuvieron los gobiernos de éxito de Rajoy, los de la recuperación económica, los que contuvieron a socialistas y podemitas.
De ahí el fracaso. Si te quieres parecer a Rivera, los votantes van a preferir el original, que está ahora ya pisándote los talones. Y lo mismo si lo que quieres es hablar y decir cosas como Abascal.
¿Y ahora qué? Por supuesto, Casado y sus acólitos (algunos de los cuáles deberían asumir igualmente su responsabilidad en perder, por ejemplo, la región más históricamente del PP, cual ha sido Murcia) ya han dicho que no van a dimitir, que aunque su Grupo Parlamentario se haya visto reducido a la mitad y vayan a tener que despedir a setenta y cinco trabajadores del mismo, ellos tienen escaño y mira.
Es cierto, como decía uno de mis seguidores en las redes, que “tendría que dimitir, pero ¡ojo! lo que no puede ser es un partido desarbolado en las elecciones autonómicas y europeas. Difícil solución”. El PP y su futuro (también el de su presidente) está en manos de esos políticos honrados, trabajadores, desconocidos, que mantienen la presencia azul en ayuntamientos y parlamentos autonómicos. No sé cuántos de ellos o de los barones regionales pedirán a Casado que vaya a hacer campaña con ellos. Pocos, ya se lo digo. Y eso que pudo cerrar las listas municipales, autonómicas y europeas antes del día 28 de abril, porque si no, hoy, en Génova, se estarían oyendo las bofetadas desde la misma Galicia, pongo por caso.
Ah! y cuidado en Madrid, porque la gente no está nada contenta con la lista que se presenta a la Comunidad, como no lo estaba con la que fue al Congreso, y se puede tornar naranja.