“El discurso del rey” es una película inglesa de hace unos años (2010) en la que el director de cine Tom Hooper cuenta la historia de un hombre tartamudo, el rey inglés George VI, y de los esfuerzos que hizo para tratar de liderar la realidad británica de su época.
Para enfrentarse con la realidad y conseguir el éxito, aquel rey, George VI, además de la ayuda sin condiciones de su esposa, la reina Elizabeth, tuvo en cuenta desde un primer momento que su reinado debía asentarse en dos pilares sólidos: La confianza en sí mismo para hacer su real trabajo. Y el respeto absoluto a las estructuras del Estado en que habría de reinar.
La confianza en él mismo sí existía, pero también la certeza de que a la hora de hablar, o transmitir, su pronunciación era entrecortada y repetía las sílabas. Por eso su primera misión, antes de ponerse al frente del reino, fue evitar el tartamudeo e impedir la sensación de una de las formas más visibles de vacilación.
No dirigida en la ficción por Tom Hooper ni exhibida por las grandes pantallas de cine, se va a presentar estos días, se está presentando ya por todos los telediarios y diarios nacionales y extranjeros, la realidad no ficticia, valga la redundancia, de quién va a ser rey de España con el título de Felipe VI.
Este rey debe tener, y tiene como el inglés, la confianza en sí mismo que ha ido adquiriendo a lo largo de los años. Dispone también, o debe disponer, de la ayuda sin condiciones de la mujer que eligió como esposa. Y se encuentra ante la realidad histórica de comenzar un reinado que va a esbozar en su primer discurso como rey.
El rey Felipe VI, a la hora de enfocar su primer discurso, es lógico que tenga las mismas preocupaciones y certezas que el rey George VI. Sabe, como él, que al comienzo de su reinado ha de evitar vacilaciones. Y conoce, (todo el mundo debería tenerlo presente) que en los dos reinados son distintas las competencias reales a la hora de reinar, ya que los ingleses del pasado eran súbditos del rey, mientras que los españoles actuales no son súbditos de nadie, sino unos ciudadanos libres que viven en una democracia parlamentaria en la que al rey, como Jefe del Estado, únicamente le competen las responsabilidades que le confiere una Constitución (la vigente de 1978) que estableció que el rey reina pero no gobierna.
Ante esta realidad, antes de saber el contenido del primer discurso del hoy Príncipe de Asturias y conocidas las posturas de los Partidos Políticos en los que se articula el sistema de convivencia español, existen, además de las declaraciones de todos los que ejercen su capacidad de opinar, una convicción compartida por todos, y dos posturas frente a lo que se tiene por conveniente en la postura real.
La convicción compartida es que, como en el caso del rey inglés George VI, el futuro rey de España Felipe VI debe evitar todo tipo de vacilación, indecisión o duda a la hora de esbozar lo que pretende sea el reinado que comienza.
Las dos posturas frente al futuro, que han anunciado grupos, partidos y comentaristas políticos, concuerdan con las opciones que puede tomar el rey en el comienzo de su reinado. Son las que se pronuncian por:
– Aprovechar el momento para que el rey se erija en motor nacional e impulse medidas y reformas que beneficien a todos.
– O mantener el estatus actual, con La Corona al margen de las acciones de gobierno y siguiendo el consejo gallego (Franco en su momento) de “No se meta usted en política”.
Asumida por todos la necesidad de una “no vacilación”, entre las dos opciones que puede tomar el rey, hay algo importante a tener en cuenta: La situación de crisis por la que atraviesa España no es sólo debida a las dificultades económicas que todo el mundo admite. Existe además una crisis generalizada en la que algunos (la izquierda radical principalmente, y otros) están cuestionando la forma y estructura del Estado, su Organización Territorial en un Estado de las Autonomías con aprietos, las leyes que regulan nuestra sociedad, y los principios en los que se asienta el sistema de convivencia que acordamos al iniciar la democracia.
En esta situación, si se olvida la misión que constitucionalmente corresponde al rey y se opta por que “salga de su papel constitucional” para entregarse a una acción intervencionista y meticona, existe la posibilidad, peligrosísima, de que La Corona abandone el puesto que los constituyentes le confirieron para convertirse en “motor de cambios y/o transformaciones”, de futuro imprevisible.
Por eso, a la hora de redactar el Primer Discurso del Rey, parece oportuno que el monarca (ayudado por los que le ayudan y revisan el texto de la alocución, también el Gobierno) opte por erigirse sin titubeos en el árbitro moderador de la concordia nacional que la Constitución define.
Desde esa postura y situación, el acceso al trono de Felipe VI puede significar el ayuntamiento, beneficioso, de las dos posturas por las que puede optar el monarca al comienzo de su reinado: Motor del cambio (evitando las zozobras que aparecerían si el Jefe del Estado saliera de sus reales y constitucionales competencias). Y base estable de un sistema en el que la acción del rey está constitucionalmente definida.