Donald Trump: ¿Libertad de expresión o mentiras interesadas?

Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

Cuando el mundo de lo “políticamente correcto” aún no ha salido del asombro de su victoria electoral y el mundo mediático inunda librerías donde la imagen de Donald Trump contrasta ridiculizado con la de su antecesor, quizás fuera conveniente proceder a un análisis objetivo y desapasionado del nuevo presidente de EE.UU. partiendo de lo expuesto ya el día 21 de julio de 2016 en la Convención del Partido Republicano celebrada en Cleveland (Ohio).

Allí, ante la multitud que lo aclamaba, dijo: “Yo seré vuestra voz para que los poderosos ya no puedan golpear a la gente que no puede defenderse por sí misma”. Curiosamente, este discurso era ignorado por los medios de comunicación que resaltaban en cambio las sombras del personaje (que las hay), negándose a ver las luces de su compromiso ante el pueblo americano. Quizás por esta otra frase: “ya no podemos confiar en las personas de los medios de comunicación y la política…”, cuestión cada vez más compartida por mucho que se empeñe el “Washington Post” y otros por el estilo.

Frente al “slogan” de su oponente Hillary Clinton pidiendo que se estuviese con ella, Trump se limitó a decir “yo estoy con vosotros” cambiando totalmente el sentido del liderazgo. No es el político quien necesita apoyo, es la gente la que desea ser valorada y apoyada por los políticos. A eso se le llama “populismo” en tono despectivo, desde las siempre sagradas “cátedras” académicas, a las que llegan fondos cuya procedencia no importa y han impuesto los dogmas de lo que debe ser y lo que no debe ser a lo largo y ancho del mundo.

“El sistema está amañado contra los ciudadanos” denuncia el candidato en su discurso de Cleveland, añadiendo: “esta Administración ha fallado a las ciudades pobres de EE.UU y, Obama, ha utilizado el púlpito de la presidencia para dividirnos entre blancos y negros” o “hay que abandonar la política de construcción de naciones” (injerencia exterior) “para construir de nuevo EE.UU.”. Los amantes de calificativos simples le llaman “proteccionismo” pero, según el candidato “un gobernante tiene como misión primordial proteger a sus gentes en lugar de ponerlas en peligro”.

Los primeros actos institucionales, por su gran impacto social, demuestran que no habla como los políticos al uso. Han bastado unas firmas para darle la vuelta al Tratado Transpacífico, dejando claro que la política es pura voluntad (nada que ver con las “exigencias” al PP de Ciudadanos, que han pasado al último cajón del presidente de Gobierno, para “verlas más adelante”). En buena parte recuerda el impacto del Papa Francisco con sus revolucionarias teorías en la Iglesia Católica. Nuevas formas de hacer y de decir que, al final, son las que sirven de comunicación verdadera con los ciudadanos; “populismo” en su más amplia acepción.

Lo cierto es que, primero con la Guerra Fría y la lucha contra el “comunismo”, los EE.UU. se erigieron en el gendarme mundial, más allá de lo que podría suponer una lucha ideológica de democracias “versus” dictaduras y más tarde con claros tintes imperiales de ocupación y colonización cultural, llegando hasta los más lejanos rincones del planeta donde el idioma inglés se imponía a los autóctonos, el dólar USA era la divisa por excelencia y sus refrescos llegaban a pueblos remotos precisamente cuando los demás imperios y demás colonizaciones habían dejado de existir. La política exterior, desde Brzezinski y Kissinger a través de las “agencias” correspondientes y sus tentáculos ejecutivos ocuparon las muchas paranoias de los gobiernos, inmiscuyéndose en la política de otros países y, en muchos casos, creando situaciones de caos y conflicto con gran sufrimiento para sus poblaciones. Allí donde había gentes que desde tiempo inmemorial convivían pacíficamente con independencia de sus ideas, los “cerebros” de la llamada “inteligencia” sabían cómo crear provocaciones y rencor esperando obtener rendimientos hegemónicos.

Tal tipo de política no sólo les ha producido bajas militares, sino también un considerable gasto bélico que era escamoteado a sus ciudadanos o les endeudaba por generaciones. La Reserva Federal podía ir imprimiendo billetes con valor decreciente y el mundo estaba dispuesto a pagar “royalties” por cualquier cosa que se vendiera allí; desde productos financieros (con toxicidad o sin ella) al arte neoyorquino (“Arte es… lo que decimos que es arte”) según la definición de Andy Warhol.

El nuevo presidente parece dispuesto a ocuparse más de sus ciudadanos y de los problemas internos de EE.UU. (que son muchos) en lugar de seguir enredando e interfiriendo en otros lugares. Esto ha supuesto un serio revés para quienes, como su oponente Hillary Clinton, defienden intereses concretos que necesitan de expansión, aunque ello lleve consigo guerras y muerte. La gran falacia de la “extensión de la democracia” ha quedado al descubierto hace ya tiempo, lo mismo que los intereses en que se mueven quienes de verdad mueven los hilos de la política americana. Los apellidos “ilustres” pierden poder a raudales pero se defenderán con uñas y dientes.

Por eso la campaña de desprestigio contra el candidato y hoy presidente Donald Trump cuyos hilos podemos adivinar (a 50$/hora de manifestación según el periodista Paul Craig). Incluso las amenazas de muerte que indirectamente se le están trasladando y que, como en el caso del Papa Francisco, pueden impedir el cumplimiento de su mandato. Quienes “han amañado el sistema contra los ciudadanos” no van a permitir que el vuelco que se avecina se los lleve por delante si el “terremoto” de la soberanía popular, se va convirtiendo en algo real. Lo iremos viendo a lo largo de este año.

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