«Me parece fundamentalmente deshonesto y dañino para la integridad intelectual, creer en algo solo porque te beneficia y no porque pienses que es verdad»
Bertrand Russell
Parecería que estamos empeñados en introducirnos en el torbellino de un huracán que nos precipita, aún más si cabe, hacia el abismo y la descomposición total del sistema democrático. Tengo la firme convicción, visto como se están desarrollando los acontecimientos, que el panorama que se nos presenta es tremendamente negativo y muy adverso para las democracias a escala mundial. La pandemia de COVID-19, la guerra de Ucrania y el conflicto entre Israel y Palestina han venido a acrecentar de una forma preocupante el deterioro de la democracia en general y, para colmo de males, si unimos la incapacidad que viene demostrando y padeciendo Estados Unidos —una democracia que ha sido modelo para el mundo— para gobernarse a sí mismo, es fácil entender que estamos atravesando una situación muy preocupante y que estamos en plena decadencia cultural, social y democrática a nivel mundial.
Estamos absorbiendo y aceptando obedientemente situaciones, acciones y dictados contra los más elementales valores y derechos por los que se debería conducir una sociedad que disfruta de una democracia autentica, medianamente civilizada y moderna. Seguimos sumidos en un profundo sopor ignorando la incuestionable realidad que nos envuelve, transitamos por un inadecuado y peligroso camino marcado por un ente poco conocido que tiene un claro objetivo: generar confusión, malestar y enfrentamiento, lo que en política y sociología se utiliza para definir una estrategia orientada a mantener bajo control un territorio y/o una población, el famoso refrán «divide y vencerás».
Seguimos inmersos en la polémica populista, de izquierdas y derechas. Estamos siendo bombardeados con ideas obsoletas y caducas fuera de lugar para la época que vivimos, que tratan de enfrentarnos con viejas historias, reivindicaciones y argumentos de lo más variopinto, cargadas de falsedades y de promesas irrealizables que no conducen a nada bueno. Nos está quedando bien claro que la transición que se llevó a cabo hace unas décadas ha empezado a dejar al descubierto la fragilidad y poca consistencia de la misma, que aquello fue un apaño consensuado para blanquear el franquismo y seguir controlando el poder político, económico y social a la vez que protegerse de cualquier responsabilidad política todos los que habían participado y colaborado con la dictadura. «Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie».
Todos los que presumen de haber participado activamente en la transición, en el cambio llevado a cabo, de igual modo defienden la redacción de la Constitución, no deja de ser curioso que con sus críticas a la aplicación de las políticas actuales estén dejando al descubierto y cuestionando la fragilidad, por no decir torticera interpretación de la misma; si realmente fue una obra maestra de la jurisprudencia, ¿Cómo es posible que se generen tantas dudas en su interpretación?, ¿tan fácil resulta vulnerarla por cualquiera? Si realmente estuvieran determinados con claridad todos sus artículos, resultaría imposible que cualquier gobernante traspasara los límites de la misma, sería cuestión baladí, ya que en última instancia está el Tribunal Constitucional para impedirlo; pero claro si el tribunal Constitucional está compuesto por jueces progresistas y conservadores elegidos por los partidos políticos, apañados estamos. Como ya dijo en su día el jurista y político Torcuato Fernández Miranda, gran muñidor de la transición española: «Los cambios se pueden hacer de la Ley a la Ley a través de la misma Ley».
Hemos presenciado como en el compromiso de la heredera de la Corona, la Princesa Leonor de Borbón, con la Constitución y las leyes españolas, en un acto oficial y constitucional, no han asistido tres ministros del Gobierno ni cincuenta y cuatro diputados del hemiciclo, saltándose a la torera la constitución que juraron cumplir y en una clara demostración de rechazo a la misma por declararse republicanos y no aceptar la monarquía. Un esperpento que nos debería llevar a plantearnos la conveniencia de hacer una revisión de la misma y la reforma de un sistema electoral trasnochado y caduco.
El auge del populismo refleja claramente la erosión que ha sufrido la democracia liberal, laica para más señas, por la que tanto suspirábamos. Parte de la población ve el sistema capitalista como injusto, un sistema que actualmente promueve la precariedad laboral, generando puestos de trabajo mal remunerados y que pueden ser eliminados por las empresas de modo imprevisto con el fin de reducir costos.
De igual manera, hay una desafección y falta de credibilidad hacia el sistema político y esto lo que crea es el espacio idóneo para la política antisistema, y no cabe duda de que es este el principal motivo del resurgimiento de los nacionalismos y la tendencia a la aplicación de políticas restrictivas y conservadoras.
¿De verdad hay alguien que en conciencia pueda creer que estamos disfrutando de un estado democrático? ¿Dónde están esos auténticos demócratas y liberales, que presumiendo de compartir las referencias que nos dejaron los auténticos padres del liberalismo y la democracia, reclaman la puesta en práctica de sus postulados? Los cambios no llegan leyendo frases motivacionales.
Desde el comienzo de nuestra aventura democrática, lo que realmente nos ha venido poniendo a todos en un grave peligro, son todos los X de la política, de antes y de ahora. De esa perversa y bien orquestada campaña de desinformación que a través de esa «repugnante fábrica de porquería digital» —que bien podríamos asemejarla a la historia de la trilogía del Señor de los Anillos que no es otra cosa que una metáfora que implica la culminación de un largo proceso que da origen a la humanidad actual perfectamente orquestada desde la Tierra Media donde habitan personajes de otras razas antropomorfas dirigidos por el Señor Oscuro, con el que colaboramos gustosos y obsesivamente— divulgando masivamente sus consignas y vergonzosas fake news a través de todos los canales disponibles a nuestro alcance, haciéndonos corresponsables directos del daño que puedan causar. Las redes sociales están inundadas de perversos mensajes positivos y simplones que nos venden una maravillosa vida inalcanzable, nos quieren instalar en un estado emocional siempre alegre y positivo donde no hay espacio para el desánimo, la tristeza o el enfado, siempre positivo y obediente; ¡¡pero ojo!! hacerles caso puede jugar en nuestra contra.
Me cuesta trabajo entender cómo se pueden apoyar y promocionar campañas cargadas de odio y construidas en la mentira y la descalificación para intentar convencer a todos los que se encuentran en la disyuntiva de no saber por quién decidirse a quién votar. ¿Somos realmente conscientes de que estamos colaborando a aupar a líderes de paja con el único objetivo de lograr sus fines? Los partidos han convertido las campañas en una pelea de gallos, donde lo que interesa es noquear al adversario a golpes y no con propuestas de calado que den confianza y trasmitan ilusión al ciudadano.
Estamos apoyando y dando cobertura a mensajes que no tienen otra finalidad que la de manipular la realidad, utilizadas sin el menor escrúpulo que terminan por poner en tela de juicio a las propias instituciones y organismos del sistema, y que son dirigidas con el único propósito de combatir a todo aquel que se ponga enfrente de cualquier partido y político en disputa por el poder; somos poco creíbles cuando damos crédito y aireamos noticias y bulos en beneficio de personajes de cualquier ideología que no son capaces de ofrecernos y demostrar con auténticos programas de gobierno cuáles son sus verdaderas intenciones. Si somos conscientes de que mienten y falsean la realidad ¿qué es lo que nos lleva a apoyar incondicionalmente a esta clase de «líderes»?, ¿es acaso odio hacia el que no piensa como nosotros y nuestros intereses?, ¿es quizás que consideramos que pertenecemos a una clase social a la que otros no les corresponde?
Pasamos continuamente noticias de todo tipo de prensa con las noticias que nos mandan toda una pléyade de plumillas dirigidos por una prensa y unos medios de comunicación agradecidos, que se identifican con partidos y políticos generosos con ellos, para que estos puedan divulgar sus fantasías y sofismas en cambio de ejercer una profesión periodística de investigación que les exija explicaciones y claridad sobre todo este tinglado político que han montado. ¿Dónde quedó aquel cuarto poder que era la prensa de investigación libre?
Sigo insistiendo que deberíamos hacer una profunda reflexión y actuar con determinación para combatir coherentemente toda esta situación en la que nos vemos inmersos y cuál es el beneficio como ciudadanos que obtenemos en vez de seguir defendiendo ciegamente los intereses de estos partidos y de la clase de personajes que los integran y dirigen.
Deberíamos preguntarnos: ¿no hemos aprendido con lo pasado para volver a repetir una nueva tragedia? ¿Cómo se puede confiar y apoyar a un líder que te miente, aunque sea de tu partido? ¿Qué credibilidad puede tener un individuo que utiliza la mentira y la descalificación para obtener sus fines? ¿Cómo podemos colaborar con un partido político que basa sus propuestas falseando la realidad y cargándolas de mentiras?
Parecería que no nos queremos enterar de una vez por todas que esta es una conducta estrafalaria que a lo único que nos está llevando es a la precariedad y al desastre. Resulta poco rentable basar nuestro futuro en la mentira y el chanchullo permanente y, por consiguiente, en la liquidación del sistema democrático como tal. ¿Qué nos hace que reiterativamente cometamos el mismo error premiando políticas fulleras, faltas de contenido y de la más mínima moralidad?
Es decepcionante encontrar cada día a más a intelectuales, que cuando hablan de temas filosóficos, culturales o sociales, los podemos tomar como referencia sin duda alguna, compartiendo sus postulados y teorías, pero que cuando toman partido por temas políticos e ideológicos, se convierten en auténticos hooligans mediáticos; hay intelectuales que adquieren un discurso que es para echarse a temblar.
La deriva política, lamentablemente, ha trasformado nuestra forma de pensar y el concepto de que la democracia marca unas reglas de juego que no se pueden traspasar. Nos han convencido de que para llegar al poder todo vale, no hay límites, es cuestión de comprar los apoyos necesarios; no hay límite en el precio que haya que pagar ni caiga quien caiga; de seguir con esta actitud, algún día muchos de los que colaboramos con empeño en aquel cambio, tengamos que arrepentirnos de haber colaborado y permitido esta vorágine política desenfrenada en la que nos hallamos inmersos. Qué pena ver como en tan poco tiempo nos hemos ido dejando atrás todos los principios y esa ilusión, y esas de luchar para vernos instalados en un sistema democrático que estuviera al mismo nivel de los países desarrollados de occidente. Ahora, unas décadas después, como consecuencia de nuestro egoísmo, de nuestra torpeza y sinrazón, estamos viendo como poco a poco vamos perdiendo ese bienestar y progreso conseguido, como todo aquello que habíamos anhelado desde nuestra más temprana juventud está quedando en agua de borrajas.
Tenemos que ser realistas y aceptar que los gobiernos nacionales se encuentran hoy día maniatados y limitados en sus funciones al estar al servicio de esa selecta y privilegiada elite neoliberal que son «Los globalistas», un oscuro poder que utiliza a nuestros mediáticos «líderes» para entretenernos con políticas regionales y sociales divisorias; tienen a su alcance medios suficientemente capaces para dirigir el pensamiento de cualquiera e involucrarlos por encima de cualquier teoría ideológica y hasta de la propia razón para llevar adelante sus planes expansionistas y sus espurios intereses.
Hoy todo está perfectamente manipulado para falsear la realidad que vivimos; los conflictos internacionales los hacemos nuestros, los interiorizamos tomando partido por alguna de las partes en litigio con el fin de desacreditar y rentabilizar la política nacional a favor de nuestros colores; se ha llegado al colmo del despropósito, alineándonos con países y personajes que son reproblables por sus conductas, poco o nada respetuosas con las libertades y los derechos humanos más elementales. ¿Nos estamos o nos están volviendo locos? ¿A dónde nos lleva el camino que hemos emprendido de una forma tan partidista e irracional? ¿Dónde quedaron esos valores democráticos y esa libertad que tanto trabajo costo conseguir?
Debemos tener presente y no olvidar que un líder político rodeado de pelotas pierde completamente la perspectiva.
Estoy de acuerdo con su punto de vista, incluso estamos ya en una situación semejante.
Tengo la esperanza de que la sociedad en general resucite h lo impida definitivamente.
Gracias por su comentario.
Al final, va a acabar imponiéndose el modelo chino. La seudodemocracia orgánica del elitista coro del teatro de Xi.