Debates electorales

Debate en RTVE
Juan Laguna
Por
— P U B L I C I D A D —

En el deficiente e injusto sistema electoral español, se han colado los “debates” y la publicidad televisivos, como una forma de concurso entre aspirantes a un título o a una nominación. Es una forma de hacer llegar a la sociedad un resumen de los proyectos políticos que los partidos dicen tener para gobernar. Más tarde —según las palabras del fallecido Tierno Galván— tales intenciones iniciales se irán diluyendo para seguir haciendo más de lo mismo. Lo vimos en la pasada moción de censura donde un crecido Pedro Sánchez proclamaba la inmediata convocatoria de elecciones, la derogación de la legislación laboral o la publicación de las listas de evasores fiscales (entre otras cosas) para luego olvidarlas.

La puesta en escena de los debates tiene un carácter de rito ceremonial donde lo importante no es la ideología (no existe demasiada más allá del poder y todos se ajustan a lo “correcto”), sino la telegenia de los candidatos, su “look” personal, su capacidad de comunicación o simplemente su experiencia en los platós. Más parece uno de los “realities shows” televisivos al uso, que el análisis ponderado de una situación política, su valoración y sus posibles soluciones.

Para empezar, el injusto y arbitrario sistema electoral permite discriminar la presencia en tales debates de formaciones que, legítimamente, comparecen en cada convocatoria electoral al Parlamento de la Nación (hay que insistir en que no es para elegir quien gobierna, sino qué proyecto político merece tener la representación parlamentaria de los ciudadanos). También permite dar mayor preeminencia y publicidad a los proyectos de las anteriores legislaturas, quebrando así la “igualdad de todos ante la ley” del art.º 14 de la vigente Constitución Española. Un texto que se utiliza según convenga a los llamados “poderes públicos”. El haber conseguido una representación en legislaturas anteriores no debe presuponer su continuación desde la necesaria neutralidad institucional.

El debate de ayer en la supuesta televisión pública (de todos), viene precedido de la campaña intensa de promoción del gobierno actual y de sus famosos decretos/leyes, donde el servilismo de la dirección política de RTVE ha llegado a ser denunciado por los propios trabajadores no sólo en esta ocasión, sino en todas las anteriores desde comienzos de la Transición. El “postureo” gana las elecciones según las encuestas de otra institución pública: el Centro de Investigaciones Sociológicas, también al servicio del gobierno de turno. Los tertulianos y “expertos” politólogos elegidos para estar como comentaristas, son la guinda sobre el pastel de la supuesta neutralidad política. Ellos ayudan a desentrañar la ceremonia para una sociedad a la que se supone (y se la ha hecho) cómoda e ignorante, mezclando en lo que debían ser análisis neutros la ideología o preferencias de cada uno de ellos.

Como decíamos, los debates vienen ya “tocados” por el sistema electoral. Un sistema que tiene sus raíces en la representación provincial de los procuradores del régimen anterior (la provincia como circunscripción), al que se aplica la llamada “ley D’Hont” que discrimina el valor del voto de los españoles. Una nueva vulneración del principio de “Igualdad” que se supone consagrado en la Constitución, que supone una modificación “de facto” de la misma por parte de los poderes públicos y da origen a injustas representaciones políticas que, según se decía en el 15M, “no nos representan”. Algunos, ya lo han olvidado una vez instalados en el sistema.

El debate tan “cacareado” y publicitado por TVE no aportó nada nuevo. No se confrontaban propuestas o estas pasaban desapercibidas en las intervenciones de cada uno de los “elegidos” que, hablando de “regeneración política”, olvidaron a todos los “ausentes” que contribuyen a mantener (aunque sea en precario) un sistema democrático ya suficientemente desacreditado en clave electoral. Se perdió una gran oportunidad de demostrar esa regeneración tan proclamada por unos y otros.

Todos los candidatos daban esa sensación de “falta de hervor” y preparación para asumir la enorme responsabilidad de administrar el Estado. El que más lo evidenció fue el propio candidato gubernamental, cuya intervención fue lastimosa, agarrándose a obviedades y mentiras fácilmente desmontables (como el tratar de apropiarse de las previsiones presupuestarias del gobierno anterior y hacerlas suyas). Además, pedía “una máquina de la verdad” para el debate, siendo todo un experto en mentiras. Recordaba la magnífica película “Bienvenido Mr. Chance” protagonizada por Peter Sellers, que demuestra cómo se puede fabricar o prefabricar un personaje político.

Los candidatos de la “oposición” intentaron marcar distancias entre sí siendo conscientes de que han vuelto al bipartidismo, colocándose previamente en un bloque u otro (derechas o izquierdas). Sólo el candidato de “Ciudadanos” quiso estar al margen de “rojos y azules” desde un recién adquirido talante liberal que es capaz de hacer “cordones sanitarios” a otras formaciones políticas como “Vox”. Una muestra del “liberalismo progresista” tan parecido al “progresismo” del candidato del PSOE, del PP o de “Podemos” y de la corrección política de pensamiento único (socialdemócrata) impuesto sobre el pluralismo ideológico contemplado en el art.º 1º de la Constitución.

En ningún momento de habló (o se debatió suficientemente) sobre las cuestiones básicas que van a afectar al futuro de España, no sólo en política interior, sino también en política exterior. El crecimiento imparable de la deuda pública significa una hipoteca política de primer grado para la soberanía de un país. Pues bien, nadie ha presentado una propuesta real y viable de corregir la situación pues ello llevaría consigo la eliminación de todo tipo de estructuras y adherencias extrainstitucionales, donde tienen cabida (y salida) la vida de los políticos. Empezando por el sistema autonómico y pasando por el crecimiento insostenible del sector público, la persecución fiscal hasta el exterminio de las clases medias y autónomos o el clientelismo político a cargo de los presupuestos públicos. Ni una palabra sobre sectores estratégicos de la Economía que España tiene de cara a los mercados. Ni una palabra sobre qué modelo de crecimiento industrial podemos aportar (quizás distinto al que nos han impuesto). Ni una palabra sobre nuestro papel en la UE, en la OTAN o en los conflictos internacionales presentes y futuros… En fin, ni una palabra sobre la fragmentación y ruptura de la unidad nacional, diseñada adrede para acabar con una de las naciones más importantes del mundo, en su historia, en su cultura y en sus gentes.

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