«No nos dejemos engañar. Estar contra la discriminación de los débiles es un principio que va mucho más allá de las ideologías y reivindicaciones de la izquierda, la podemos encontrar entre los valores de otros mundos y especialmente en el cristianismo»
Nos encontramos peligrosamente inmersos en una diatriba dialéctica perfectamente teledirigida, orquestada y proyectada por los intereses de unos grupos políticos y mediáticos que no dudan, ante su falta de argumentos para combatir una situación de decadencia que ellos mismos han colaborado a crear, para beneficio de unas privilegiadas elites oligárquicas financieras que no han dudado en aplicar la vieja máxima política del «Divide y Vencerás», arrastrando a los pueblos a recurrir a minorías radicales extremistas cuyo objetivo es distraer la atención de los verdaderos problemas que nos golpean.
La decadencia de Occidente se viene produciendo imparablemente desde hace décadas. Es esta una situación que se ha visto agravada por un nuevo fenómeno: hemos entrado en una fase de autodestrucción sin vuelta atrás. La ideología hegemónica impuesta por las elites y que es difundida a través de colegios y universidades, en todo tipo de medios, en la cultura de masas y en el mundo del espectáculo, nos debería llevar a la siguiente pregunta: ¿por qué no hemos sido conscientes de que nos venían introduciendo en un torbellino bien estudiado que está encaminada a destruir nuestra propia estima, culpabilizarnos y flagelarnos?
Hemos entrado en una dictadura ideológica, un pensamiento único que en términos ideológicos no es otra cosa que la pretensión universal de los intereses de un conjunto de fuerzas económicas, en especial, las del capital internacional. Estamos inmersos en un sistema que nos ha robado todos esos valores que deberíamos poder ofrecer y proponer al resto del mundo o a las nuevas generaciones, y nos hemos quedado solo ante los delitos y fechorías que expiar. Es el suicidio de occidente.
Todo lo que ocurre en nuestras fronteras, como la guerra de Ucrania, la exterminación del pueblo Palestino de Gaza y la guerra que se está propagando a Líbano, Yemen y Siria, al margen de la lógica que lleve a Israel o a cualquier otro país a defenderse y combatir el terrorismo, es una situación que se puede explicar con el siguiente trasfondo interno: nuestros enemigos saben que nos autosaboteamos, renunciando a nuestras convicciones y terminando por acabar con la confianza en nosotros mismos.
¿Puede parecer una exageración? No, ya viene sucediendo en América, que ha sido cuna de experimentos extremos. Este escrito es una denuncia más que nos debe servir para analizar el desastre que se está produciendo; pretende ser una vez más una advertencia y una voz de alarma que nos haga reaccionar.
A los europeos nos cuesta todavía entender todos los excesos que están a la orden del día en Estados Unidos, en Rusia o en las economías orientales. El contagio del viejo continente ya ha comenzado y seguimos sin darnos por afectados. En muchas escuelas americanas, ya se venía enseñando a los niños blancos que son portadores de la tara genética del racismo; pues ahora en Europa, hemos entrado de lleno en los detalles más antihistóricos, inmorales y aberrantes, de ese lavado de cerebro que nos han hecho. En las universidades y colegios más importantes hay una censura feroz contra aquel que no comulga con el pensamiento políticamente correcto; cada día aumenta considerablemente la lista de personalidades (también progresistas) que son acalladas, expulsadas o despedidas por estos motivos. Solo las minorías étnicas, así como prioritariamente por las de cuestión de género y sexo, tienen derechos que pueden hacer valer a través de un excesivo protagonismo innecesario que sobrepasa en muchos casos la naturaleza de los mismos.
El ecologismo extremo, trasformado en la religión neopagana de nuestro tiempo, demoniza el progreso económico y predica un futuro de dolorosos sacrificios o un apocalipsis inminente.
Tanto en la América y en la Europa que no se reconoce este nuevo establishment progresista, una situación que ha sido la consecuencia por la que se ha visto tentada a utilizar vías de escape subversivas: hemos visto a los reaccionarios en acción, y es un espectáculo monstruoso que se puede repetir cuando menos lo esperemos. También las nuevas formas de fascismo, de rebelión en masa y de anticiencia forman parte de la patología de una civilización que se odia a sí misma. Los extremismos opuestos se alimentan recíprocamente, en una espiral perversa que recuerda a los años sesenta y setenta, pero que corre el riesgo de ser cada vez más destructiva y mucho peor en esta nueva versión que estamos instalando y apoyando irresponsablemente.
En otros lugares del planeta se está creando un orden mundial alternativo al que ya se había instalado y parecía controlar todo el sistema mundial. La China de Xi Jinping y la Rusia de Vladimir Putin están generando una contraofensiva —desde la COVID-19, La guerra de Ucrania y la desestabilización actual en Oriente Medio— a todos los niveles que de momento es una antesala de lo que pueden llegar a hacer. América, desgastada y cansada de sus continuas aventuras imperialistas se encuentra en estos momentos agotada por tantos frentes y guerras abiertas, ahora se está planteando una política aislacionista, de repliegue, como una opción realista por las numerosas tensiones internas que ha padeciendo. Por otro lado, occidente, huérfano de una nación guía, ya sin convicciones y desbordada por sus problemas internos, solo puede confiar en que sus adversarios sean menos fuertes de lo que aparentan. Pero aquí, en nuestra propia casa, a través de los nuevos dogmatismos nos empeñamos estérilmente en acelerar la rendición definitiva de lo que no se ha dudado en llamar de una forma ingenua y malévola «el mundo libre» horroriza ver el espectáculo actual al que nos estamos abocando.
Las jóvenes generaciones que hemos criado, se encuentran esclavizadas y manipuladas por las redes sociales, una operación que está perfectamente dirigida y orquestada por las oligarquías capitalistas digitales. La verdadera fuerza del poder de nuestro tiempo, trata de liberarse de tal contaminación a través del efecto purificador y de manera sofista de lo políticamente correcto. Es la manera de eludir sus propias responsabilidades: la alianza entre el capitalismo financiero y las grandes tecnologías han propiciado una globalización que ha machacado a la clase trabajadora, ha empobrecido y eliminado a la clase media y ha generado una autentica e incalculable multitud de gente venida a menos. Ya no hay clases, ni desigualdades económicas, ni justicias masivas en el acceso a la riqueza; se ha creado un igualitarismo social mediocre que lucha de una forma sumisa y pacientemente por la supervivencia. Ahora ese mundo impune se alía con las nuevas elites de una intelectualidad oportunista que ha abrazado e instruye la cruzada por el medio ambiente y por las minorías contestatarias, se ha generado una nueva conciencia de la realidad que nos domina. El nuevo sistema ha eliminado las injusticias por la lucha de adquirir la riqueza, tema que ha quedado reducido a los que manejan y representan las políticas impuestas por las oligarquías capitalistas dominantes.
Ahora nos hemos enfrascado en la misión preferente de salvar el planeta, y como no, aceptar y apoyar un colorido caleidoscopio de identidades étnicas y de reivindicaciones sexuales a las que hay priorizar y estimular para que exijan reparaciones y cuotas de poder de las que fueron excluidas según el color de las mismas.
La confusión es total, se contradicen radicalmente los planteamientos políticos e ideológicos actuales. Se trata de entrar nuevamente en una historia ya conocida para quien recuerde los años sesenta y setenta (y para algunos quizás anteriores) del pasado siglo: hay quien pretende volver a esas vanguardias militantes que se autoproclamaban en referentes del pueblo, aunque en la actualidad, este tipo de movimientos resulta estéril ya que en realidad el pueblo no tiene la más mínima fe en ellos, en realidad el pueblo no se siente representado por estos grupos inspirados en ideologías obsoletas, desfasadas, arcaicas y poco fiables fuera de toda realidad. Lo curioso es que a pesar de la poca fe y confianza sobre estos movimientos se les permite seguir haciendo su juego y generando crispación y controversia. Parece que nos desfogamos utilizándolos irresponsablemente actuando como verdaderos hooligans de ese equipo al que de niños seguíamos ciegamente y sin condiciones.
Tenemos que ser conscientes de que los tiempos han cambiado, hemos de ser realistas y darnos cuenta de que, hoy día, estas facciones radicales ya no necesitan conquistar un consenso masivo, han tenido la habilidad de acaparar cátedras universitarias, han ocupado y dirigen los medios de comunicación que les proyectan sus discursos y sus mensajes pues con ello, a pesar de ser minorías, están consiguiendo instalarse, proyectar e imponer un nuevo sistema de valores desde arriba, un plan bien concebido y estructurado que les está permitiendo implantarse y vencer holgadamente.
Esa es la realidad que nos contempla y a la que parece no le damos la respuesta necesaria, seguimos mirando por el lado y el color que más nos tira.