Sí, ya sé que, a lo mejor, lo que procedería, para una vez que tenemos un momento de relativa felicidad e indisimulada satisfacción, sería comentar los siete “palos” que la Selección española de fútbol atizó a una inexistente Costa Rica, liderada por un Keylor Navas a punto de residencia de ancianos.
Y, sí, lo confieso, es lo que me apetecería hacer, en lugar de poner el foco y el punzón en el desmantelamiento del Estado y la democracia española que el nefasto felón pone en liza en el Congreso de los Diputados, con el póker de desmanes que se van a aprobar, ya sea por iniciativa del Gobierno, o como pago de éste a sus socios a modo de hipoteca por el uso y disfrute de La Moncloa. Pero es que, con o sin fútbol, estos son los mimbres con los que se está construyendo ahora mismo el canasto de lo que será España de hoy en adelante.
Para la aprobación de unos Presupuestos Generales del Estado, que nacen ya viciados de defecto, como señalan desde el Banco de España, la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal de la que salió, casualmente el hoy ministro Escrivá, o el Instituto de Estudios Económicos, además del Fondo Monetario Internacional y las autoridades europeas, Sánchez ofrece a los podemitas, separatistas y filoterroristas que tienen que apoyarlos una florida panoplia de barbaridades en lo fiscal y en lo legal que, en un momento de generalizada crisis económica, van a dejar España como no digan dueñas.
Los nuevos impuestos a la banca, a las eléctricas y a esa entidad abstracta que llaman “grandes fortunas” engrosarán aún más las arcas que se ha embolsado más de 30.000 con el crecimiento de los precios que pagamos todos los españoles.
Pero se ofrece también a la comparsa izquierdista un elaborado menú que sirve desde la llave de la expulsión de la Guardia Civil de Navarra a Bildu, los conmilitones de los asesinos de 14 guardias civiles en la Comunidad Foral, hasta la derogación del delito de sedición, a mayor gloria de los separatistas catalanes que fueron erróneamente condenados por ese delito, en lugar de serlo por el de rebelión. Sin contar, claro, con la joya de la corona de Irene Montero, la famosa ley del “Sí es sí”.
Con estos mimbres, ya no sabes si, cuando oyes a alguien decir que la próxima vez que delincan les saldrá “más barato”, es efectivamente Oriol Junqueras, empecinado en reincidir, o es uno de los agresores sexuales que la ley de Montero (que ahora tiene la piel tan fina y se aflige tanto cuando le recuerdan sus méritos para el cargo) está poniendo en la calle.