No era Caperucita Roja, pero lo parecía. Estaba en el hospital Ramón y Cajal, en la antesala de una consulta de cardiología.
A la puerta, en el suelo, una flecha grande azul y con ribetes blancos indicaba una dirección: Pre-anestesia, Consulta de Psiquiatría, Trastorno de identidad de género.
—¿Y eso? —preguntó ella señalando la fecha al entrar en la antesala.
—Es para los que se cambian de sexo. —Le contestó una señora guapa que olía bien e iba con ella.
Allí empezó la conversación, primero entre ellas y después general, entre cardiópatas y acompañantes, cada uno preocupado de su AC (accidente cardiaco) y hablando todos del que llamaban AC (accidente ciudadano) madrileño general.
Derivando, y mezclando conceptos e ideas, la conversación pasó de la pre-anestesia a la psiquiatría y a los males de la mente y del espíritu. Y de allí a los trastornos de identidad de género, de gays y lesbianas. Después, la desviación de género prescindió de cuestiones sexuales y se fijó en las desviaciones, supuestas, de las mentes, los géneros políticos y los movimientos sociales e informativos del momento.
En un plisplas, o antes, el remedo de Caperucita Roja y la señora guapa que olía bien hicieron un repaso general a la situación política de Madrid.
—El Palacio de Cibeles, hay que estar atentos a lo que pasa en Cibeles. —Dijo Caperucita Roja cuando empezaba a decaer la conversación.
Con ello, la atención se concentró en ella y en su discurso, mitad reflexión temerosa, mitad miedo con reflexiones varias. Según ella, en el Palacio de Cibeles se había asentado una abuela; y a ella, a la abuela Carmena, le dedicó su atención:
La abuela de Cibeles, como la abuela de Caperucita Roja antes de que llegara el lobo y se la comiera. Después, dentelladas por aquí, mordiscos por allá, un Zapata culturizando desde el semitismo (o anti), un Iglesias convertido en catedral y seo, el inteligente Er (Errejón) alistando e intelectualizando a los no torpes, una exhibicionista anti capillas convertida en portavoz (o porta escorzos), Monedero convertido en Monedinero por una parte de la prensa, y la nueva casta de barbas, coletas y caspa subiendo y bajando por una escalera con historias varias, alguna en el recuerdo y bonita.
—Los del electrocardiograma. —Llamó una enfermera desde la puerta.
—Me toca a mí.—Dijo Caperucita Roja, que se levantó y fue tras ella.
Antes de perderse tras la puerta, hizo un guiño y avisó:
—Ojo a Cibeles. Y a las gafas de la abuela.
Entonces reparamos en que la abuela del Palacio de Cibeles, la alcaldesa Manuela Carmena, lleva gafas, unas gafas grandes, de abuela, de ancianita abuelita dulce.
—Sí, para ver si el lobo, o los lobos, se comen a la abuela. Habrá que estar atento a las gafas —dijo alguien.
-¿A las gafas de Carmena? ¿Pero qué dice usted? Esté usted atento a las gafas, porque a Carmena, a Carmena se la han comido ya —contestó la señora que olía bien.
Puede que sí. Y puede que no. Por eso, decidí estar atento a: Caperucita Roja en Cibeles, a Manuela Carmela en el Palacio de Cibeles, a las subidas políticas y bajadas personales por las escaleras del palacio, y…
También, a las gafas de Carmena.