Volvió Sánchez de las alturas ecologistas internacionales para derramar el desastre de Valencia sobre la cabeza de Mazón y elevar a los cielos europeos a su vicepresidenta Teresa Ribera. Volvió como un cura preconciliar que reza su misa de espaldas al pueblo. Al fin y al cabo el agua provoca episodios torrenciales recurrentes en las mismas zonas desde el siglo XIV.
O sea que son fenómenos previos al calentamiento del planeta y a la carbonización de la atmósfera que son lo único que preocupa al ecologismo internacional de moda. Una cosa es explicar científicamente los riesgos del futuro y otra que un presidente no sea capaz de asumir en presente de indicativo las máximas competencias ante una emergencia de este dramatismo aplicando la Ley de Seguridad Nacional.
El futuro no va a ser trazado por Pedro Sánchez ni por Carlos Mazón pero el agua seguirá corriendo torrencialmente sobre las tierras por donde se abre paso. Como saben las Confederaciones Hidrográficas con medios estatales que dirigía la ministra vicepresidenta que no puso en marcha ninguna medida para controlar los desastres hídricos. Margarita Robles como ministra de Defensa repitió la falta de empatía gubernamental en Paiporta aunque bajó a los garajes tutelada por su general Javier Marcos y salió mal parada marcando el “hasta aquí llegaron las aguas” registrado hace siglo y medio hasta el “hasta aquí llegó la dejadez política”.
La batalla del agua es una infatigable contienda en la política española con compromisos incumplidos y prejuicios ideológicos y la insolidaridad entre una derecha ineficaz y una izquierda ciega. La explotación del agua exige un Pacto Nacional del Agua dotado de una autoridad estatal que tenga capacidad para gestionar infraestructuras críticas sin mentalidad partidista. El agua es un bien geográficamente mal distribuido en nuestra patria. Por ello debe ser gestionado como un bien nacional de todos y para todos y a largo plazo. No puede venir Sánchez ahora, un mes después de haberse martirizado una población condenada a condiciones de vida inhabitables junto a un tejido industrial y agrícola destruidos que se calcula como el 1,5% del PIB español y seguir cantando misa de espaldas al público diciendo que se dará todo lo que sea necesario cuando lo pidan los militares retirados de Mazón.
Sánchez aún está a tiempo de encargar un plan de reconstrucción con visión nacional y europea. Pero la falta de empatía con los valencianos no solo le hizo escapar de los “nazis” de Paiporta sino que le llevó a viajar lo más lejos posible con su esposa Begoña Gómez durante el más tiempo posible. Contrasta la lentitud de sus reacciones ante las consecuencias de la DANA con la rapidez de que ha hecho muestra para querellarse contra Víctor Aldama, el comisionista “cantor” que alzó su voz y salió de la cárcel como autoculpado al reconocer el pago de comisiones ilegales producidas por contratos corrompidos. Una autoacusación muy cara para un presunto delincuente. La reacción sanchista demuestra que a Sánchez le apremia más su querella que la tragedia valenciana que para él es como un programa repetido de la televisión como la serie de Blasco Ibáñez “Cañas y barro”.