Si no hay acontecimientos extraordinarios, el debate del Proyecto de los Presupuestos Generales del Estado (PGE) es el más importante de los que se celebran cada año en el Congreso de los Diputados. Es en ese debate donde el Gobierno manifiesta su forma de hacer política empleando los recursos económicos del Estado; y donde el resto de Grupos Parlamentarios pueden pronunciarse aceptando lo que se propone, presentando unos proyectos alternativos que toman forma en las llamadas Enmiendas a la Totalidad, o sugiriendo Enmiendas Parciales como reformas puntuales a lo propuesto por el Gobierno.
Como preparación, antes del debate del Proyecto de los PGE, lo que se espera de los Grupos Parlamentarios es que conozcan los recursos del Estado; que prioricen gastos según opciones; y que, en función de ideologías, formulen sus propuestas.
Desde ese supuesto, desgraciadamente utópico, el Debate del Proyecto de los PGE podría y debería ser una actividad parlamentaria brillante, con cada grupo tratando de convencer de la bondad de sus propuestas. Sin embargo, por lo visto, lo ocurrido ha sido distinto. Con unas intervenciones pautadas en tiempos escasos, los portavoces se han empeñado en apartarse de la realidad (o deformarla), en no considerar los recursos disponibles, y en prescindir de los conocimientos necesarios para abordar un contraste útil de iniciativas y propuestas. Se ha producido así, el espectáculo (casi esperpento) de unos oradores que, legos en la materia, han sido desbordados por la exposición cualificada del ministro. Esa exposición ha sustituido el contraste de opiniones por una vergonzante actividad didáctica; y unos remedos de discurso, ajenos al tema, en los que se han ido mezclando las soflamas sin sentido con auténticos soplamocos dialécticos.
A falta de la excelencia oratoria que se podría esperar para la ocasión, la actividad parlamentaria ha tenido dos tipos de intervenciones: Discursos leídos o pronunciados en la Tribuna de Oradores del Hemiciclo con las características apuntadas. Y “canutazos” preparados en busca de “reseña de telediario”.
Propuestas y convicciones al margen, prescindiendo de unos contenidos que son irrelevantes en relación con lo ocurrido, sí hay algo importante en el Debate del Proyecto de PGE para el año 2018. Apareció en la mañana del miércoles, después de la exposición del ministro. Se había levantado la Sesión hasta las cuatro de la tarde; y, con tiempo para ir a comer, los Grupos Parlamentarios, en tropel, se apresuraron a colocarse ante el atril que se había colocado en la Sala del Reloj, próxima al Pasillo de Pasos Perdidos: Albert Rivera, Margarita Robles, Irene Montero, Alberto Garzón, un miembro de Podemos que no se identificó, otro de En Marea que sí lo hizo, Aitor Esteban, Baldoví, Beitialarrangoitiaí, Íñigo Allí, Ana María Oramas, Pedro Quevedo, Martínez Oblanca. Todos soltaron su speech, y alguno hasta en dos lenguas .
Pero hubo una intervención que, para sorpresa de todos, transformaba el contraste de pareceres en algo distinto: Una división entre protagonistas y figurantes. Y la demostración de que lo que se estaba ventilando tenía una importancia menor y estaba condicionado por lo ocurrido fuera de la Cámara y antes de la Sesión para determinar el resultado. Tomó la palabra Aitor Esteban y con la determinación que suele, no exenta de arrogancia, informó:
Ayer hubo una reunión de Rajoy (Presidente PP) y Ortuzar (Presidente PNV). Había preocupación por la situación en Cataluña, la aplicación del 155 y los pensionistas. Hoy nos congratula que Rajoy haya dicho que hay compromiso para no prorrogar el 155 y que se abre una nueva etapa de diálogo. También acepta la revisión de las pensiones al IPC del 1,6 para todos los pensionistas en 2018, y 2019. La pensión de viudedad sube el 56% en 2018 y el 60% en 2019. Y el factor de estabilidad se acuerda hasta el 2023. Es lo que se reivindica en la calle. Además, volver al Pacto de Toledo. Por eso, votaremos en contra de todas las Enmiendas a la Totalidad y veremos la posibilidad de introducir algunas enmiendas parciales.
—¿Y qué se pinta aquí?, ¿Merece la pena perder la siesta para ver si Montoro se merienda a alguien o le da carrete? —fueron preguntas que oí mientras, tras Esteban, aparecía Baldoví.
De sopetón, se me presentó una duda (ya calibré entonces su importancia) que condiciona el Proyecto de PGE, la estabilidad de la política nacional y el futuro de varios de los protagonistas del momento (tiempo habrá de entrar en ese futuro). Sin dudarlo, abordé a Aitor Esteban y le pregunté:
—¿Habéis pactado también con Rivera y Ciudadanos?
—No. —contestó seco, en retirada.
¡Cáspitas y repámpanos mil! Lo que se iba a ventilar ya se había decidido en una reunión secreta entre el negociador por excelencia (Ortuzar) y el maestro máximo del “dejar hacer, dejar pasar, y que cada uno se cueza en su salsa” (Rajoy). Sin contar con nadie más.
Pactado el resultado, lo que viniera a continuación perdía interés. Para gloria de Rajoy y Ortuzar. Para ¡hum! de Rivera e Iglesias. Para ¡ay! de Sánchez y acompañantes. Y para contento o enfado de cada uno, en función de su ánimo, interés y situación.
Pero, como en toda acción humana, lo pactado podía ser objeto de la atención del diablillo que se encarga de administrar lapsus, errores y descuidos. El error, o lo que fuera si es que fue, se le atribuyó a Pedro Quevedo, el diputado canario que votó en contra de las enmiendas a los PGE permitiendo su tramitación. Parece que Martínez Oblanca, diputado asturiano, cambió el sentido del voto de Quevedo al creer que se había equivocado.
Como consecuencia, el resultado que leyó la presidenta del Congreso: Votos presentes 346, votos emitidos telemáticamente 4. Votos sí 171, y 3 emitidos telemáticamente. Votos no 175, y 1 emitido telemáticamente. En consecuencia, quedan rechazadas las enmiendas al Proyecto de Ley de PGE. Y aprobado el Proyecto de Ley de PGE.
Con Protagonistas y figurantes. Y con las consecuencias que, con los PGE aprobados, esta tarde-noche, duras y alarmantes, empezaban a asomar.