Europa es rica, Europa es vieja, pero lo primero va a menos y lo segundo a más. Sin embargo, ambas circunstancias van acompañadas de una cuestión previa al que los gobiernos deberían dedicar atención. El problema es que la sociedad europea no quiere aceptar esta dura realidad y los líderes (que lo son de derecho y no tanto de hecho) optan por mentiras piadosas tal como propició el legado que dejó la moral cristiana desde el Siglo IV. San Agustín lo justificó afirmando que “cabe enmascarar prudentemente la verdad en favor de un bien superior”. Es el caso español con el mensaje de Rajoy repitiendo que la reactivación es un hecho y la crisis concluirá en un par de años. O simplemente por la negación del problema iniciado en Grecia oponiéndose con violencia a los recortes. En nuestro caso, la mentira piadosa oculta que no será posible crear cuatro millones de puestos de trabajo en cuatro años. En el segundo caso, al que se adhiere toda la izquierda cuando no gobierna, se pretende ignorar que si una economía no genera lo que gasta, la única forma de no hacer recortes es que alguien te siga prestando dinero sin parar.
Hay otra explicación poco objetable si se recurre a datos objetivos y se olvidan por un momento las protestas reivindicativas de los europeos indignados, alentadas por populismos e ideologías extremas. Basta contemplar la ecuación (7; 25; 50), para describir lo que Europa significa hoy en el Mundo. Exactamente un 7% de la población, que produce el 25% de la riqueza total y consume para sí el 50% de todo el costo social. O sea que la mitad de todo lo que se destina en el mundo para paliar las contingencias de enfermedad, invalidez, desempleo, jubilación, etc. que agobian a los más de 6.000 millones de personas del planeta lo disfruta algo menos del 10% del total, es decir nosotros los europeos.
La explicación de lo que ocurre se responde con algo tan obvio como es que cada individuo quiere vivir bien y en el caso español hasta cabria decir, además, que quiere vivir mejor que el vecino. Repárese, como ejemplo más a mano, en que cuando se desnuda el discurso independentista del nacionalismo catalán, lo que queda no es sino el mísero impulso de la insolidaridad: SOLOS VIVIREMOS MEJOR (He aquí el gran lema de ERC y CIU) y esto, dicho sea sin ambages de una historia falseada que les sirve de coartada estética, lo que viene a significar es algo tan antiguo como el instinto egoísta de no compartir.
Volvamos al problema inicial, Europa está dejando de ser rica y el ritmo en que lo hace tiene que ver mucho con el gran fracaso del comunismo que al romper sus muros o abrir fronteras nos mostró el cuadro desolado de su realidad social y, de paso, atrajo gradualmente gran parte del trabajo industrial, sobre todo el que emplea mano de obra intensiva, haciéndonos perder en torno a veinte millones de puestos de trabajo. Algunas de las grandes marcas, que pagarían retribuciones cinco veces superiores a sus trabajadores y añadirían un 30% más como coste social para mantener el llamado estado de bienestar europeo, fabrican hoy en esos países lo que se compra en Europa desde la filosofía del low cost. Añádase a ello el cruce libre de fronteras para llegar a uno de los efectos más llamativos e inquietantes del momento; de una parte populismos de ultraderecha con claros componentes del fascismo de hace 75 años, atrayendo el voto de los obreros cuyo modelo de vida se ha deteriorado; es el caso francés. En el otro extremo surgen los populismos de ultra izquierda que, como en los casos griego, italiano y español, recuperan o elaboran discurso con raíces marxistas, en los que confluyen sentimientos y emociones, desde el justo cabreo por los casos de corrupción repetidos que quedan impunes o se diluyen en una Justicia que tarda años y años en instruir un caso, mezclándolo con el rechazo indiscriminado a los partidos (la casta) y con el aderezo del recurrente odio a los banqueros; luego, para sacudir conciencias, con la oportuna exposición lacerante de escenas de desahucio o de los nichos de pobreza, es decir, con todo lo que choca frontalmente con el nivel de vida al que nos habíamos acostumbrado en Europa desde hace medio siglo y hiere la sensibilidad derivada del confortable modelo burgués.
Todo es bueno para una dramatización electoral pero sin presentar alternativas realistas, por más que en el caso singular de España, la fulgurante aparición de PODEMOS, pueda ser un excelente acicate que estimule la regeneración que nuestro sistema de partidos necesita. No es casual que dos lideres interesantes como Albert Rivera y Pablo Iglesias, tuvieran que renunciar en su día a realizar su vocación en el PP y en el PCE, a los que se acercaron en su juventud. Joaquín Leguina, miembro significado del PSOE coprotagonista de la transición, ha referido en ocasiones que la degradación de los partidos lleva al caso de que si un joven universitario brillante y con idiomas, se presenta en una Agrupación de Distrito para hacer efectiva una vocación política, los ya instalados se mirarían entre si diciéndose con vos queda “Y este que querrá” para invitarle luego al “vuelva usted mañana” que es una respuesta tan española. ¿Ha reparado usted en el hecho de que hay provincias en las que la militancia socialista apenas alcanza a la suma de diputados, alcaldes y concejales que se eligen en su territorio? Y en cuanto a la casa del PP ¿Conoce usted a algún afiliado que le haya manifestado perplejo que nunca ha tenido la oportunidad de participar en un debate de ideas el seno de su Distrito? Pues, yo si.
Cierto es que la política pasa por el periodo bíblico de “vacas flacas” con desprestigio ganado a pulso y rechazo social, pero no deberíamos olvidar algo históricamente inédito. Desde que coincidieron unos líderes fuertes después de la 2ª Gran Guerra del Siglo XX para crear la Unión Europea, este continente nuestro ha alcanzado el mayor periodo sin guerras devastadoras en casi dos milenios de historia y elevado a sus habitantes a la mejor calidad de vida del planeta. Por ello es tan urgente como importante, aquí y ahora, regenerar la democracia como único medio propicio para el surgimiento de liderazgos fuertes y mantener la centralidad de los partidos que hagan posible no repetir el turbio pasado europeo.