Quizá algunas/os en nuestro país daban por muertas y bien muertas aquellas primaveras árabes que brotaron con el 15-M en Túnez, El Cairo, Siria… Quizá Malala fue un brote solitario del genio musulmán de una joven solitaria cantando fuera del coro. Pero con este 8-M de 2018, la primavera árabe ha vuelto a brotar en las ciudades españolas, y entre el millón de melenas al aire de mujeres peninsulares han aparecido entreverados decenas, centenares de velos norteafricanos o de Oriente Medio poniendo una nota de exotismo y de color: y carteles con letreros como este: «el pelo tapado, el cerebro vivo y despierto».
Algún macho ibérico dejó caer de víspera su andanada ofensiva y su complejo de superioridad: «Me sorprenden algunos silencios de estas mujeres feministas españolas: ¿por qué no hablan de tantas niñas musulmanas que dejan la escuela a los 12, 13 años, porque sus padres ya les han buscado marido? ¿Dónde están los /as paladines y portavoces/as de la mujer que no mencionan a las mujeres del conjunto del mundo islámico, y en particular a las de Irán…».
Pues sí, salieron a la calle a gritar sus derechos y su hartura mujeres de Arabia Saudí, de Turquía, de Mosul, de Pakistán, esos países árabes del otro lado del mar. Y, mujeres emigradas de aquellos países aparecieron también en Madrid, Valencia, Bilbao, y en pueblos de 15.000 habitantes y menos. Un día después de la macromanifestación en todos los rincones de esta Piel de Toro estaban ellas en imágenes de Internet, algunas en la cabecera de la manifestación de Madrid, otras en un pequeño pueblo vizcaíno en la prensa de Bilbao.
Los medios informativos no han prestado mucha atención a este pormenor de lo que ocurrió el 8-M a nuestro alrededor… De esa cercanía, modestia y valor al mismo tiempo, de unas mujeres que mendigan puestos de trabajo como atender a ancianos con carencia de movilidad o en labores de limpieza y servicio doméstico.
Pero esa presencia pública en medio de las mujeres españolas viene de lejos: de una voluntad de integración y diálogo con lo español y europeo por parte de ellas, y de una capacidad de acogida por parte de las mujeres nativas y de la sociedad española.
¿Acaso no ha sido este fenómeno una bella cosecha del 8-M más brillante y concurrido en la escena internacional, una réplica de la mujer musulmana a tantas páginas con trágicas historias de Yijad en París, Londres, Neva York o Barcelona?
Manuela Carmena había dicho en Televisión, días antes, que la mujer hace acto de presencia en la política para promulgar un estilo de hacer las cosas civilizadamente, sin estridencias, sin exhibición de fuerza bruta, como el hombre. Con el cerebro, pero también con el corazón. En este caso, que la mujer árabe se ha hecho presente entre nosotros con voluntad de servicio, de integración y de diálogo.
Que la mujer musulmana presente entre nosotros, tan apegada a su velo y su ropaje, no entiende el Corán como una religión de enfrentamiento, sino de convivencia fraternal.