ZP está ahora recibiendo caña por los cuatro costados. Cada uno juzgará si la merece, pero desde el punto de vista de la reforma laboral conviene tener los conceptos claros. Por ejemplo, Lucía Méndez en «El Mundo» dice que el Presidente del Gobierno se ha transformado abrazando la tesis de los recortes sociales. Los sindicatos —escribe— llevan razón porque el Gobierno ha recortado los derechos de los trabajadores y que sea una medida necesaria para hacer frente a la crisis no cambia las cosas.
Aquí es donde procede una reflexión que al parecer pocos hacen. Si un determinado marco legal genera puestos de trabajo y logra rescatar del drama más grande que sufre un trabajador como es el de no tener trabajo, por qué ha de simplificar la cuestión diciendo que se recortan derechos. De qué serviría tener una legislación idealizada y exhaustiva en derechos y privilegios, si se está en el paro. La reforma laboral no parece que vaya a producir en las pymes, únicas que crean empleo sostenible, un cambio de actitud que transforme su depresión y desconfianza en una reactivación del negocio.
Acaso por ello, cuando uno lee en las encuestas que el PP aventaja en diez puntos al PSOE, cabe preguntarse qué es lo que está pasando por la mente de muchos trabajadores, decididos a cambiar su voto en proporción tan alta. Sin duda, lo que piensan es que el Gobierno que genere más empleo y les saque del paro, es el que mejores políticas sociales lleva a la práctica. Es imprescindible dejar de sentirnos prisioneros de cierto componente emocional que arrastran las palabras, porque la experiencia nos demuestra cuánto drama viven los trabajadores de algunos países, a cuyos líderes se les ha llenado la boca de derechos del pueblo y de justicia social.
La confusión llega a distintos niveles. Incluso el Presidente de CEPYME Arturo Fernández, ha querido decir algo sobre los liberados sindicales pero sin atreverse en demasía. Así, en un breve artículo reciente escribe «no me corresponde a mi cuestionar el modelo de la actividad sindical o la figura del liberado». De nuevo cabe hacerse una nueva pregunta ¿A quien corresponde entonces? Si quien representa a los empresarios madrileños no se siente autorizado para pronunciarse sobre el modelo sindical, porque no aprende de la UGT, que se siente perfectamente legitimada para mostrarnos, sin importarle las críticas, la visión que tiene de los empresarios. Cuestión de creencias y valores arraigados. Cuando uno se siente dueño de ciertas palabras puede ir por la vida sin complejos.
Los antecesores del liberalismo no tuvieron pelos en la lengua, partían de una creencia profunda: que el hombre no es precisamente un ser que actúa en favor de los demás, sino que busca su propio provecho. Por eso nunca pretendió hacer de cada persona un ser beatífico, lleno de solidaridad hacia los demás y de renuncia para sí, como pretendió el marxismo al tratar de imponerle la forma de comportarse como trabajador para el Estado benefactor, una vez liberado del capitalista opresor. Resulta curioso que cuando se produjo el incendio de Londres (siglo XVIII) Mandeville, inspirador de Adam Smith escribió: «si los perjudicados por el fuego votaran por un lado y los carpinteros, albañiles, artesanos, etc. votaran por el otro, el número de regocijados sería igual o mayor que el de los quejosos».
Incluso un periódico liberal de la época defendió esta idea: «vale más quemar el trabajo de un millar de hombres por una vez, que dejar que este millar de hombres pierda su facultad de trabajo por falta de empleo». Chocante, ¿no?, que el liberalismo mostrara en 1899 esta preocupación.