La crisis energética y el brutal aumento de los precios del gas y el petróleo son, además por supuesto de la destrucción de Ucrania, la consecuencia más inmediata y visible de la guerra de agresión desencadenada por la Rusia de Putin. Ahora, con los ataques perpetrados por los rebeldes hutíes de Yemen contra las instalaciones petrolíferas de Arabia Saudí, salta al primer plano la no menos destructiva y sangrienta guerra de Yemen.
Siete años dura ya el enfrentamiento en el que teóricamente se libra un conflicto civil en el país que ocupa, junto a Omán, la franja sur de la península arábiga. En la realidad, la verdadera guerra la disputan Irán, que arma, financia y respalda a los rebeldes hutis de una parte, y de otra, una coalición internacional liderada por Arabia Saudí junto a Emiratos Árabes Unidos, Bahréin, Kuwait, Omán y Qatar, todas ellas monarquías de mayoría absoluta suní. En juego están el poder y la supremacía de la región y obviamente el liderazgo del mundo musulmán.
Según las Naciones Unidas el conflicto ya ha causado cerca de 400.000 muertes, la destrucción de las endebles infraestructuras de Yemen, una hambruna persistente y el hundimiento en la más absoluta miseria de más de 30 millones de personas. La envergadura y duración del conflicto es tal que ha provocado un acelerado rearme de Arabia y los EAU, que han escalado hasta los primeros puestos en la clasificación mundial que ofrece el SIPRI respecto de las inversiones en Defensa, y ha servido de acicate para un vuelco radical en el statu quo de Oriente Medio, plasmado en los Acuerdos de Abraham, suscritos por Israel con EAU, Bahréin, Marruecos y abiertos a nuevas incorporaciones, la más deseada de ellas sin duda sería la de Arabia Saudí.
Tocar el nervio de la economía mundial
Con este telón de fondo, los hutis yemeníes lanzaron el viernes 25 de marzo un total de 16 ataques contra el sur del territorio saudí, y en especial contra varias infraestructuras de Yedá, especialmente los depósitos de la refinería de Aramco, el gigante de la industria petrolífera saudí. Como ya es habitual, tales ataques se realizaron con drones, del mismo tipo y procedencia iraní que los lanzados el pasado mes de enero contra instalaciones petrolíferas y el aeropuerto de Abú Dhabi.
Según el coronel saudí y portavoz de la coalición, Turki Al-Maliki, estos últimos ataques “pretenden tocar el nervio de la economía mundial”, trastocada ya severamente por las sanciones y restricciones impuestas a Rusia. La coincidencia de los ataques con la celebración del Gran Premio de F-1 ha supuesto un plus de atención a la guerra llamada de Yemen cuando todas las miradas estaban puestas en la gira del presidente Biden por Europa y los múltiples encuentros multilaterales de la UE, el G-7 y la OTAN.
A través de estos bombazos Irán ha querido hacerse presente en el escenario y demostrar que puede alcanzar con facilidad instalaciones vitales para los países del Golfo, pero también para la inmensa mayoría de los países del planeta, necesitados del gas y del petróleo de Oriente Medio para hacer funcionar sus economías.
Al-Maliki ha añadido otro dato que, caso de confirmarse, añadiría un nuevo factor de inquietud: que el Daesh se habría aliado con los hutis, y que las operaciones de ataque ya las estarían realizando conjuntamente. De momento, es una afirmación arriesgada, toda vez que las acciones realizadas en el pasado por los islamistas del Daesh se reclamaban del autonombrado califato suní, encarnizado adversario por lo tanto del chiísmo iraní. Bien es verdad que, al margen de la rivalidad religiosa intermusulmana, no pocos investigadores hace tiempo que asocian más al Daesh al crimen organizado que a sus proclamas religiosas, que serían el pretexto y la pantalla fundamental de su propaganda.
En todo caso, este recrudecimiento de la guerra de Yemen supone una violenta sacudida al tablero internacional. No es un secreto que la Unión Europea presiona a la Organización de los Países Exportadores de Petróleo (OPEP) para que aumente su producción. O sea, para que lo haga Riad, líder de esa OPEP+ en la que también está Rusia, lo que pone al Reino en uno de los dilemas más difíciles de manejar y solventar.