No ocurre cada año que el continente africano tenga un calendario electoral tan relevante y extremadamente cargado como el de este 2024 que empezamos: en concreto, se prevé vivir 18 elecciones generales este año en África. Comoras, Mali, Senegal, Sudáfrica, Mauritania, Burkina Faso, Ruanda, Mozambique, Botsuana, Chad, Túnez, Mauricio, Namibia, Ghana, Argelia, República de Guinea, Sudán del Sur y Guinea Bissau ya pasaron, pasarán o deberían pasar en estos doce meses por este importante trance.
Y sostengo que es un año trascendental porque el test de la democracia para todos estos países sucede en un contexto de enorme polarización global, en un mundo que parece que cada vez más premia opciones populistas.
En el trasfondo de nuestra observación a todos estos procesos electorales y conscientes de que, en muchos países, pueden observarse ciertas carencias de cultura democrática, hay un debate fundamental, en el que están sumidos los propios africanos, pero que nos interpela directamente: ¿No estamos queriendo desde Occidente imponer un modelo de democracia que, a la vista está, que no ha resultado útil en tantos países africanos? Un debate complejo, sin duda, pero que como demócrata no permite a mi modo de ver muchos matices, más allá de que lo importante es que el pueblo pueda participar en su gobierno y expresarse, y que pueda hacerlo en libertad, sin coacciones, amenazas o condicionantes.
Sin embargo, todos estos procesos deben contemplarse también desde la óptica geopolítica. Europa, que es quien más ha insistido siempre en las exigencias democráticas, pierde fuelle en África. La Unión Europea y los vacíos que deja han sido ocupados por países como China, Rusia o Turquía, que no ponen ningún tipo de reparo a la vulneración de los procedimientos democráticos o al respeto de los Derechos Humanos. Porque la influencia rusa en determinadas zonas de África no ha sido solamente militar: sus injerencias en campos como la desinformación han debilitado los planteamientos democráticos que los europeos siempre hemos defendido e inspirado. Y de China, que casi merecería otro artículo, ya hablaremos otro día, puesto que su dominio es económico, amarrado por la concesión de créditos.
También es evidente que entre la juventud africana crece un claro análisis crítico al colonialismo y cómo sus países se han relacionado con los países europeos hasta hoy. En el África occidental, la de nuestro entorno, eso claramente nos lleva a Francia, muy cuestionada en todo el Sahel, pero que en cierta manera afecta a la imagen de todos los países que podríamos englobar en lo que llamamos ‘occidente’, tengamos o no un pasado colonizador. Y eso también debe llamarnos a la reflexión de lo mal que lo hemos hecho y lo egoístas que los europeos hemos sido con el continente africano, primando nuestros intereses comerciales y geopolíticos. No hace tanto, y perdonen la dureza del término, es a donde íbamos a cazar negros para posteriormente venderlos, en un espúreo comercio de seres humanos.
Algunos de estos procesos electorales ocurrirán en territorios de gran relevancia para nuestro país, como la vecina Senegal, actual emisora de buena parte de las personas que nos llegan a bordo de pateras y cayucos. Escribo estas líneas en una mañana (viernes 26 de enero) en que, pese a un temporal de viento horrible y el mar muy agitado, no han parado de llegar cayucos a Canarias, seis solo en las últimas horas, con más de 300 personas, uno de ellos en la isla de El Hierro con dos cadáveres a bordo. El drama no cesa, y me cuesta aún más digerirlo entre informaciones de Fitur en las que celebramos las maravillosas perspectivas de llegada de más y más turistas.
Falta escasamente un mes para un proceso electoral clave para Senegal, este país amigo, hasta hace muy pocos años considerado un faro para las democracias en toda África occidental. El periodista José Naranjo, que vive en Dakar, escribía el otro día en El País que se trata de los comicios más abiertos de la reciente historia senegalesa. Muchos de los migrantes senegaleses llegados a Canarias en este pasado 2023 de récord señalaban al clima político que vive el país y su impacto en las economías locales como una de las causas para arriesgar su vida en el mar, así que es evidente la importancia de cómo se sucedan, y cómo se acepten, los resultados electorales.
Tras esto están los países del Sahel. La situación ‘no democrática’ en países como Mali, Burkina Faso, Níger o Chad es extremadamente compleja, reflejo del tenso momento geopolítico que viven, marcado por el aumento del terrorismo -la presión que ejercen Al Qaeda y el Estado Islámico, con un temor cada vez más fundamentado de su expansión hacia los países costeros de África occidental, como Costa de Marfil, Ghana, Togo o Benín-, la retirada europea del entorno y el posterior acercamiento a Rusia de los países que en este momento están gobernados por juntas militares.
En el Sahel, hay tres países que este 2024 deberían celebrar elecciones generales para volver a la senda democrática. Se trata de Mali, Burkina Faso y Chad. En Mali y en Burkina Faso, la historia es prácticamente calcada: tras dos golpes de Estado en cada caso, la junta militar resultante expulsa del país a las misiones militares europeas que les asistían en la lucha contra el terrorismo y se acercan a Rusia. Entre sanciones de la comunidad internacional y de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO), los países no solo aplazan las elecciones (caso de Mali), sino que afirman que, dado el delicado momento de lucha contra las fuerzas yihadistas, su organización no constituye una prioridad.
El último de nuestros vecinos sahelianos es Mauritania, país que mantiene estrechos vínculos, económicos y hasta sentimentales, con el Archipiélago canario. Mauritania es un país saheliano que se diferencia de sus vecinos por no estar gobernado por una junta militar, sino por un presidente elegido democráticamente. El actual mandatario, Mohamed uld Ghazouani, accedió al poder en 2019 tras unas elecciones que fueron consideradas libres y transparentes por los observadores internacionales. Ghazouani ha impulsado una apertura política gradual, liberando a presos políticos, permitiendo el regreso de exiliados y favoreciendo el diálogo con la oposición. Sin embargo, el país sigue enfrentando desafíos como la amenaza del terrorismo yihadista, la pobreza, la esclavitud y la discriminación étnica. Sus elecciones presidenciales están previstas para el próximo 22 de junio. Muy próximamente veremos a nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, visitando el país.
Otro de los países que este año enfrenta unas elecciones clave (previsiblemente en octubre) es Sudáfrica. El partido gobernante, el Congreso Nacional Africano (CNA), el que logró con Mandela la derrota del segregacionismo, se enfrenta a su mayor desafío desde el fin del apartheid, ya que las encuestas sugieren que podría perder la mayoría absoluta en el Parlamento por primera vez. Algunos escándalos de corrupción, la economía (inflación, desempleo, apagones eléctricos) y las grandes desigualdades que vive la sociedad sudafricana parecen haber cuestionado la siempre tranquila mayoría del partido que ahora lidera el presidente Cyril Ramaphosa. No olvidemos que, junto a Nigeria, Sudáfrica es el motor económico del continente africano y que, a nivel global y geopolítico es un actor ya de primera línea. Su decidido gesto de demandar a Israel por genocidio contra los palestinos en la Corte de Justicia Internacional lo ha puesto en el escaparate, situándolo como voz del Sur global en un momento en el que ese Sur global se hace hueco decididamente en nuestro mapa geopolítico.
Todo esto para explicarles que nos enfrentamos a una serie de elecciones en países clave de nuestro vecindario, con historias y contextos complicados y de los que debemos estar pendientes. Porque el año que viene no solo hay elecciones en Estados Unidos. Aquí al lado, en África, todo lo que ocurra también nos incumbe.