Resulta que la guerra civil siria no había acabado

Aunque no había llegado a entablarse un verdadero diálogo de reconciliación, y mucho menos a firmarse algo parecido a un armisticio, Siria había dejado de estar en el foco de la opinión pública internacional

Bashar Al-Assad
Pedro González
Por
— P U B L I C I D A D —

Su cruenta guerra civil, iniciada en 2011, con su masiva huida de refugiados, movimiento que causó una de las mayores crisis en la historia de la Unión Europea, pareció haber alcanzado un statu quo a partir de finales de 2016, cuando el Ejército del presidente Bashar Al-Assad terminó de conquistar Alepo, la segunda ciudad del país y, pese a todo, su verdadera capital económica. 

El mapa del país se tiñó de diferentes colores, según correspondieran a las zonas estabilizadas, con casi el 70 % bajo el control de las fuerzas leales a Al-Assad, mientras que los diferentes grupos rebeldes fueron aculados hacia el norte y oeste, especialmente en la zona fronteriza con Turquía, cuyo presidente Recep Tayyip Erdogan les apoyó siempre, además de reservarse el control de una “franja de seguridad”. 

Pretextó para ello las amenazas que para Turquía significaban los grupos kurdos establecidos en dicha franja, que también ocupaban diversos barrios de la ciudad de Alepo, y por supuesto de Idlib, que gobiernan y controlan prácticamente en su totalidad. 

La guerra civil estalló so pretexto de acabar con la implacable dictadura de Bashar Al-Assad, incorporándose a la lucha no sólo disidentes políticos del régimen, sino, sobre todo, grupos étnico-religiosos que no soportaban que el alauí Al Assad se hubiera convertido en un aliado clave del chiísmo que encabeza el régimen islámico de Irán. Este se convirtió, pues, desde el principio de la guerra en el apoyo más firme de la Siria de Al-Assad, tanto a través de consejeros y suministros militares como a través de la acción de las milicias chiíes de Hezbolá. 

A su vez, Rusia también se situaba del lado del régimen sirio, que le otorgaba el control casi total de la base naval de Tartús, copada por la Armada de Vladimir Putin, y la plena utilización de la base aérea de Jmeimim en Latakia. De esta última parten los bombarderos rusos que, junto a la aviación de Al Assad, están lanzando la contraofensiva contra las fuerzas rebeldes. 

Respecto de estas últimas, aunque con diversos matices, casi todas pertenecían a grupos de confesión suní: el Ejército Libre de Siria, el Frente Islámico, el Ejército de la Conquista o Al Nusra, directamente bajo la órbita de Al-Qaeda. 

Ahora, la ofensiva lanzada por los rebeldes en Alepo, de donde ha desalojado tanto al gobernador nombrado por Damasco como a las tropas leales a Al-Assad, se reivindican como miembros de Hayat Tahrir Al-Cham (HTC), Organización de Liberación del Levante, conocida por su islamismo radical cercano al yihadismo. Para el régimen de Al-Assad son simplemente “terroristas”, contra los que ha prometido “utilizar la fuerza necesaria para erradicarlos”. 

Reabiertas, pues, las hostilidades, Teherán ha vuelto a reafirmar su “apoyo indesmayable” a Damasco, a dónde viajó rápidamente el ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Araghtchi, mientras que Rusia procedió de inmediato a bombardear los enclaves tomados por los rebeldes. Araghtchi aprovechó la ocasión para reclamar “coordinación” con Moscú para “vencer de nuevo a los grupos terroristas [sirios]”. 

El rey de Abdallah II de Jordania declaró “estar al lado de Siria, de su integridad territorial, su soberanía y su estabilidad”. El monarca hachemí vive especialmente pendiente de los movimientos y proyectos de Israel para Cisjordania, en donde se ha agudizado la fuerte hostilidad entre palestinos y colonos israelíes. 

Por su parte, Estados Unidos, Francia, Alemania y Reino Unido emitían un comunicado conjunto en el que “llaman a todas las partes a una desescalada y a proteger a los civiles y las infraestructuras, a fin de evitar nuevos desplazamientos y la perturbación en el suministro de ayuda humanitaria”. 

Subyace en tal comunicado el temor de los países firmantes a que se produzcan nuevos movimientos masivos de población desplazada, en un país que aún tiene un tercio de sus habitantes fuera de sus fronteras.  Washington culpa directamente a Assad, aunque sin nombrarlo expresamente, de este rebrote de la guerra, “consecuencia de su rechazo a entablar un diálogo político [con la oposición] a la vez que mantiene una fuerte dependencia de Rusia e Irán”. 

Y, en fin, Naciones Unidas, por boca de su enviado especial a Siria, Geir Otto Pedersen, califica la reanudación de la guerra civil de “fracaso colectivo”, que vuelve a poner de manifiesto la necesidad de proceder a un verdadero proceso político, tal y como prescribía la resolución 2254 del Consejo de Seguridad, dictada en 2015. 

En definitiva, y como afirma Luc de Barochez en Le Point, “un choque geopolítico engendra a veces consecuencias imprevistas lejos de su punto de impacto”. Esta ley se constata una vez más en este nuevo despertar de la guerra civil siria. Para este experto, la espectacular conquista de Alepo por los rebeldes, apoyados por Turquía, “amenaza a todo el Creciente Chií, que se extiende de Teherán a Beirut, hace tambalear al régimen de Damasco y sitúa al eje irano-ruso a la defensiva”.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí