El principio de la novela ‘Conversación en La Catedral’ se ha memorizado a escala universal tanto o casi como el del Quijote. “¿Cuándo se jodió el Perú?” es ya una inquisitoria inmortal que se parafrasea aplicándola a cualquier país o situación de calamidad prolongada. El ilustre Premio Nobel Mario Vargas Llosa colgó en las redes sociales un video en el que exigía al Congreso de su país natal la inmediata destitución de Manuel Merino, el líder de Acción Popular que, como presidente de la cámara legislativa, había co-urdido el complot contra Martín Vizcarra, y al que había sustituido en la máxima magistratura del Estado peruano.
Lo que seguramente no esperaban Merino ni los demás componentes del frente anti-Vizcarra era la reacción de la calle, especialmente de la llamada “generación del bicentenario” [de la independencia de España]. Apenas investido con la banda presidencial, Merino lanzó a los antidisturbios con consignas claras de reprimir con dureza las protestas, con la intención de evitar su propagación por todo el país. Las seis jornadas de manifestaciones, tantas como lo que ha durado la Presidencia del denominado ya como Merino “el Breve” se saldaron con dos muertos, 105 heridos y 41 desaparecidos, según el balance testimonial de la corresponsal de ABC, Paola Ugaz.
Fue precisamente la muerte de los dos jóvenes universitarios Jack Bryan Pintado Sánchez y Jordan Inti Camargo Sotelo las que desbordaron la paciencia de una generación que no contempla en su clase política sino corrupción, codicia y una lucha sin cuartel por sus propios intereses al margen de los del pueblo.
El Congreso, integrado en su mayor parte por diputados bajo investigación judicial por toda clase de delitos de corrupción, le hizo caso a Vargas Llosa, destituyó a Merino y obligó de paso a presentar la renuncia a todo su Gobierno, con el primer ministro, Antero Flores Aráoz a la cabeza. Tras aplicar al “dictadorzuelo” Merino (así lo calificó el destituido Vizcarra) la misma pócima de la destitución, el presidente que solo duró seis días también habrá de someterse a la lupa de la justicia, que al igual que otros 67 diputados, podría ser procesado por sobornos y apropiación indebida, o sea por corrupción. Una “candidata” de Podemos
En esa clase política que se mira el ombligo y parece vivir en su propia burbuja al margen del país, volvía a producirse una división respecto de la posible salida institucional: bien revisar las condiciones de incapacitación moral de la “moción de vacancia” y restituir a Martín Vizcarra en la Jefatura del Estado, o bien encontrar un nuevo nombre de consenso. Esta segunda posibilidad tuvo un primer revés. El Frente Amplio, de izquierda y extrema izquierda, había propuesto a Rocío Silva Santisteban, barajando la hipótesis de que al ser mujer y progresista podría marcar un hito en la historia de Perú. La propuesta llegó a votarse, pero la candidata solo consiguió 42 votos a favor frente a 52 en contra. De haber ganado y haberse proclamado la primera presidenta de Perú, la inicial y más cálida felicitación hubiera sido seguramente la del vicepresidente segundo del Gobierno de España, Pablo Iglesias Turrión. No en vano, una de las figuras más emblemáticas del Frente Amplio, Verónika Mendoza, participó en la elaboración y puesta en circulación del ‘Manifiesto contra el golpismo ultraderechista’, que tanto el líder de Podemos como el presidente argentino, Alberto Fernández, habían propiciado coincidiendo en la toma de posesión de Luis Arce como presidente de Bolivia.
Como siempre sucede en Iberoamérica, cada vez que las crisis disparan la temperatura política, muchos se preguntan qué harán las Fuerzas Armadas. No es ya tiempo de golpes militares a la vieja y triste usanza latinoamericana, pero no por ello es menos decisivo el apoyo o rechazo de los uniformados a cualquier salida institucional. El propio Merino, cuando se produjo la primera moción de vacancia contra Vizcarra hace dos meses, había recabado el respaldo de los militares para su acceso al poder. Si lo obtuvo en la segunda moción, lo cierto es que los sables se lo han retirado menos de una semana después, seguramente porque tampoco se estila ya reprimir las protestas al estilo de Pinochet, pero tampoco al de Maduro. Morir en una manifestación es aún triste rutina en Venezuela, afortunadamente no en Perú, por muy jodido que esté.
La etapa inmediata se abre con Francisco Sagasti, del centrista Partido Morado, como nuevo presidente interino. Su formación política, mayoritaria en Lima, la capital, era partidaria de restituir en el poder a Vizcarra. Salida que finalmente ha sido descartada por el Congreso para propiciar el fin momentáneo de la guerra política y para que no quedara vacante la Jefatura del Estado.