Así de bravo y echado p’alante, Dan Patrick, vicegobernador de Texas, USA: «deberíamos jugarnos la supervivencia de los ancianos a cambio de mantener Estados Unidos tal como es”.
Eso de salvaguardar ante todo la grandeza y supremacía de la patria parece que también le va a Donald Trump.
En todo caso, resulta revelador comprobar la mortalidad que causa el Covid-19 país por país. En España, se calcula que el 95 % de los que han muerto hasta hoy víctimas de la pandemia son mayores de 60 años, una cifra muy superior a las muertes de ancianos que se registran en otros países.
A lo mejor los aficionados a estadísticas podrían investigar porqué se da esta mortalidad en España y en otros países. Podría ser porque entre nosotros los abuelos son acogidos en centros que carecen de los medios necesarios o de la voluntad necesaria para cuidarlos. Pero valdría la pena aventurar una hipótesis diferente. Es bien sabido que España cuenta con una política de salud pública de gran calidad, y que la esperanza de vida entre nosotros es superior a la que alcanzan otros países.
Pero las cifras están ahí. Y la lógica más elemental sugeriría que, en igualdad de población de ancianos país por país, una pandemia inesperada y violenta como el Covid-19, forzosamente debería afectar a los mayores en una proporción numérica semejante.
Felizmente, ningún político de nuestro país se ha aventurado a decir que España, para escalar posiciones en el ranking de países poderosos del planeta, necesitaría dejar morir a los viejos con este oportunidad del Covid-19. Aquí parece que consideramos que las patrias son para proteger la vida de sus súbditos, y que los genocidios de nazis de Centroeuropa o de afrikaners de África del Sur, felizmente vencidos por un tal Nelson Mandela, no gozan de las simpatías que aparecen en otros lugares del planeta.