Francisco Fernández Ordóñez, uno de los políticos más inteligentes e importantes de la España reciente, decía que la ventaja para España de estar en la Unión Europea es que constituye un buen colchón para un derrumbe constitucional nuestro. El tiempo puede darle la razón.
Históricamente siempre hubo en Europa una tensión entre tres niveles: el imperial, el nacional y el regional. No siempre pueden convivir los tres a la vez. Los poderes regionales están más a gusto en el esquema imperial. Los grandes temas los lleva un lejano Emperador y los barones los regionales. En cambio, el Estado nacional suprime o recorta las potestades imperiales y absorbe las regionales. La UE es la noción imperial actual y en ella las regiones pueden llegar a encontrarse más a gusto que las naciones si la Unión progresa verdaderamente en su integración federal.
Las tendencias confederales van en esa dirección y la división de Checoslovaquia antes de su ingreso europeo puede haber sido un “trailer. Si emerge verdaderamente el Imperio (la UE federal), la tensión estará en si prevalecerán los Estados nacionales o sus regiones. En Bélgica pasaron del Estado unitario a uno federal descentralizado. Ahora pueden evolucionar hacia uno confederal disgregador. Tras décadas de tensiones centrifugas se perfila actualmente un nuevo Primer Ministro, Bart de Wever, fundador del partido Nueva Alianza Flamenca (N-VA), una formación bastante conservadora y secesionista en origen. ¿Sorpresa? ¿Contradicción?
Bélgica es un complejo escenario político. Un Estado Federal con tres componentes. Uno flamenco (neerlandófono), otro valón (mayoritariamente francófono) y Bruselas-Capital (bilingüe). Asimismo, hay tres Comunidades lingüísticas de misma importancia: la neerlandófona, la francofona y la germanófona, pequeña, situada en Valonia junto a la frontera alemana. En Flandes han unido Comunidad y Estado, no así en Valonia.
A partir de mediados del siglo pasado el país sufrió dos procesos profundamente transformadores. Por una parte, la inversión de la producción de riqueza que antes procedía de Valonia con minas de carbón e industria pesada para pasar a originarse más desde la parte flamenca con industrias modernas y turismo. Los neerlandófonos se han sacudido también una preeminencia lingüística, cultural, social y política francófona.
El reequilibrio entre las dos principales comunidades lingüísticas unido a la inversión de las zonas más ricas ha producido dos efectos disgregadores. Por un lado, reforzando las tendencias separatistas en Flandes. Por otra parte, los partidos se partieron en dos, uno neerlandófono y otro francófono. Poco a poco las diferencias entre cada mitad de partido superaron la diferencia lingüística inicial y florecen también partidos sin réplica en la otra parte. La formación de gobiernos es complicada y lenta. Se tarda mucho en acordar coaliciones de numerosos partidos. Sus gobiernos en funciones suelen ser longevos.
Las elecciones del mes de junio pasado volvieron a parir un mosaico y brindó la posibilidad de que Wever fuese el Primer Ministro porque su partido fue el mayoritario con un 18,5 % nacional (un 24,5 % en Flandes). Wever siempre ha peleado por separar lo más posible a Flandes del conjunto nacional, si bien puede moderar esta postura a cambio de una Bélgica confederal.
Aceptó a principios de septiembre el encargo de formar gobierno. ¿Se reforzará así la unidad belga o meten al zorro en el gallinero? Es como si Puigdemont fuese el Presidente de un gobierno español de coalición. ¿Sería ello positivo o negativo para la unidad española?
Desde la Transición jamás los partidos nacionalistas periféricos han formado parte de un gobierno español. En España han apoyado o tumbado al Gobierno de la Nación, pero teniendo sólo en cuenta sus intereses regionales más que los nacionales como ocurriría si formasen parte de un gobierno en Madrid.
Un nacionalismo periférico que engañó dejando creer cuando la Transición que la Autonomía permitiría arrinconar el independentismo en aras al bien común que, en realidad, no les importa. Sus apoyos al gobierno central tienen siempre un precio exorbitante, incurren fácilmente en deslealtades y, consecuentemente, rechazan formar parte de un gobierno español.
Observemos lo que va a ocurrir en Bélgica y pensemos si un Puigdemont en la Moncloa hasta pudiera ser una bendición, y, sin llegar tan lejos, si convendría la presencia en el gobierno español de partidos secesionistas. ¿El precio sería una posible confederalización?
En Bélgica los partidos tradicionales han perdido fuelle y existe una polarización entre Flandes (rica, de derechas) y Valonia (pobre, de izquierdas). Una institucionalización confederal desde una federal (o autonómica) no deja de ser un paso hacia la independencia, pero, hipotéticamente, en un marco federalista europeo. ¿“Cosas veredes”?
En algunos países ello lleva a rechazar “más Europa” para blindar el marco nacional. Necesitamos un debate inclusivo y no polarizado para esta cuestión porque una Europa Federal con Estados sigue siendo posible y no debiéramos emprender un caminar confederal subrepticio.