Este primer párrafo no se atiene al título, porque debo referirme antes al problema que sufre la democracia por la selección de líderes, que se realiza por y dentro de un ínfimo porcentaje de afiliados (son los que en cada partido político seleccionan a quién podrá votar el electorado). El ejemplo inglés de Liz Truss, elegida por afiliados del partido conservador que solo representan el 0,3 % de la población de 71 millones, muestra el peligro de que la incompetencia acceda al poder. Hay otros ejemplos, aquí en España los tenemos en abundancia. Con todo, una democracia consolidada ofrece mecanismos para atenuar el problema, aunque no el coste social que produce la ineptitud para un cargo. Son los contrapoderes y la capacidad de discernir de una parte de la sociedad civil que no admite ser cautiva de una sigla. Pero cuando la democracia no ha echado raíces, las consecuencias de un poder sin control son terribles. Tal es el caso de la Rusia de Putin.
He tenido la oportunidad de participar como ponente en un coloquio organizado por el Club de Amigos de la Sociedad de la Información (ASI) sobre el poder en Rusia desde Catalina la Grande hasta Putin. Remontarme a aquella mujer extraordinaria, una adolescente alemana, llevada a Rusia para casarla con un Romanov, tenía sentido porque fue el intento más serio por europeizar el inmenso imperio que tuvo bajo su poder absoluto. Ninguno de sus sucesores supo culminar el intento. El último Romanov, Nicolas II, contestaba así a un embajador en el siglo XX: “Rusia es todavía más asiática que europea y debe gobernarse de manera autocrática”.
Conocemos lo que acaeció: el zar fue derrocado por un movimiento social revolucionario que dio el poder a un abogado de perfil europeísta, Aleksander Kérensky, como presidente del Gobierno provisional que se planteaba convocar elecciones. El zar fue confinado con su familia y antes de que pasara un año, el partido bolchevique de Lenin se hizo con el poder y lo ejerció de manera brutal y absoluta. Kérensky escapó por los pelos del asalto al palacio de invierno, el zar y todos los Romanov fueron asesinados y la sangre corrió hasta tal extremo que el escritor Máximo Gorki, amigo de Lenin, no pudo resistir denunciarlo: Todo esto es consecuencia de la brutalidad asiática que nos corrompe por dentro. Esto es anarquismo zoológico, no auténtico socialismo.
El poder bolchevique se impuso tras una guerra civil que dejó ocho millones de muertos. Pero tras esa guerra, que tuvo a Trotski como protagonista, llegó Stalin que sumió a Rusia en una etapa prolongada de represión y purgas, que inició con el propio Trotski. Hay una anécdota ilustrativa reflejada por Churchill en sus memorias: en la reunión de Yalta de 1945, cuando la victoria aliada era segura, el clima de cordialidad le animó a preguntar a Stalin si la rebelión de los pequeños agricultores, los kulaks, había provocado cinco millones de muertos, como se había escrito en algún periódico. Stalin le corrigió con sincera naturalidad: Fueron diez millones y duró cuatro años, no se podía tratar con ellos; fue difícil, pero necesario». Así despachaba el costo humano de la colectivización impuesta a los campesinos, que esperaban la distribución de la tierra prometida por Lenin al hacer la revolución.
Durante casi cincuenta años Rusia lideró el comunismo mundial, pero en 1985, tras la muerte de sucesivos líderes, Gorbachov se convirtió en secretario general del Partido Comunista soviético y trató de introducir reformas que acercaran Rusia al modelo europeo. Fue la Perestroika y Glasnost, dos palabras para dar al sistema transparencia informativa y participación. El sistema comunista crujió y el ansia de liberación se materializó en 1989 con la caída del Muro de Berlín. Poco tiempo después, el ejército dio un golpe de estado contra Gorbachov y la situación fue salvada por Yeltsin que aprovechó para hacerse con el poder. Aceleró los cambios en un mapa que superaba al imperio zarista con quince repúblicas, pues echar a Gorbachov requería disolver la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas.
Hay que detenerse un instante para pensar lo que fue la URSS, con 290 millones de habitantes y 22.400.000 kilómetros cuadrados, para convertirse en la Rusia actual que perdía cinco millones de kilómetros cuadrados de superficie y la mitad de sus habitantes. Y todo ante la desazón de Putin, que tiene inoculada en vena la añoranza soviética. Como perfecto producto de la factoría KGB la escalada de Putin a la cima del poder es una obra maestra; es el arquetipo de lo que Gorki dejó escrito durante la revolución bolchevique: Desconfío de un ruso con el poder en sus manos. Esclavizado durante mucho tiempo, cuando tiene la oportunidad de mandar se vuelve déspota.
El debate promovido en el seno de una asociación que tiene entre sus fines identificar cambios sociales y analizar las posibilidades y amenazas de tales cambios, centró el coloquio en el problema de Ucrania, obsesión de Putin desde que esta república, que fue el corazón de Rusia, optó por la independencia con el 90,3 % de votos afirmativos. ¿Conclusiones? Solo podemos ofrecer una: Putin no debe ganar, además no puede hacerlo si la OTAN está decidida a dotar de tecnología militar a una Ucrania heroica, decidida a no rendirse. Basta revelar el dato de que Putin invierte en armamento 55.000 millones de euros, exigiendo a los rusos el doble de esfuerzo que cualquier país de la U.E. y no digamos de USA, cuyo presupuesto de defensa es de 658.352 millones. Otra cuestión es que Putin tenga botón nuclear y pudiera usarlo, pero eso queda fuera de todo debate porque un déspota sin control es imprevisible.
Very good summary about what has happened in Russia,…It gives us some tracks for the future. Thanks Abel for this lessons of history and human behaviour. Let´s see if we can improve in the future.
Bien enhorabuena